A personalidade e a
traxectoria de Román López Cabrera quedan de manifesto se ledes as liñas da súa
biografía. Eu direi del que é unha persoa moi xenerosa, moi vital, ateigado de
inquedanzas e cun talento inmenso.
Son moi fan dos seus cómics. Gústame o ton
poético que posúe e sempre anda a argallar ideas para poñelas no papel. E, por riba, músico.
Por isto e moito máis, pedinlle unha
colaboración para o noso blog.
E o texto é enormemente suxestivo e claro
para que comprendamos esa relación máxica que hai entre cómic e poesía. Un gran texto que “Versos e
aloumiños” lle agradece fondamente.
Lédeo e, ademais de aprender, gozaredes.
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Román López Cabrera |
CÓMIC Y POESÍA
Antonio me invitó a
participar con un texto en su museo de la palabra virtual que es “Versos e aloumiños”
hace más tiempo del que soy capaz de admitir sin que me enrojezca la cara la
vergüenza. Primero por falta de tiempo, y segundo, por falta de ideas, he ido
posponiendo esta redacción hasta día de hoy, tras varios mensajes a Antonio
asegurando «que no me he olvidado, te lo juro» o «estoy en ello». En su día, me
sugirió que escribiera algo relacionado con «lo mío», entendiendo «lo mío» como
mi oficio, que es el cómic. Por un lado, esta sugerencia, me ha tenido meses en
una rueda, dando vueltas a sobre qué podía contar; por otro lado, tenía toda la
razón, ya que, si algo puedo aportar que no puedan aportar otras colaboraciones
es salirme del tiesto, hablar de cómic; sí, bien podría haber escrito un par de
poemas, pero de eso ya hay en “Versos e aloumiños”, y mucho mejores y, además,
no quería acabar haciendo algo para salir del paso.
Aun así, tenía que dar con
algo de que hablar que fuera capaz de interesar al público habitual del blog, y
no quería hacer un ensayo sobre «cómo se hace un cómic» y sentir que no
encajaba en este museo de Antonio. Así, la idea que me ha quemado casi desde el
principio era hablar de la poesía en el cómic y la relación entre ambas, pero,
si no me he lanzado hasta ahora, era porque no he leído tantos cómics sobre
poetas como para que este texto no acabase siendo una excusa para hablar de MIS
cómics. Al final, y sin una idea mejor, he asumido que esto no tenía porqué ser
malo, y he obrado en consecuencia, de modo que, de aquí hasta que acabe el
texto, mando de avanzadillas mis disculpas si al final parece este un texto de
autopromoción.
Dicho esto, y tras este preámbulo, hablemos un rato sobre… …
... CÓMIC Y POESÍA
No son pocos los cómics que beben de
lo poético, ni los autores, desde artistas gráficos cuyas páginas no pueden
huir del apelativo de «poesía visual» a los guionistas cuyo lenguaje y visión
del medio y del mundo son profundamente poéticos. Quizá los dos ejemplos de
guionistas que primero nos vienen a la cabeza cuando hablamos de poesía en el
cómic son Alan Moore y Neil Gaiman. Del primero podríamos estar horas hablando
y la presencia de la poesía en su obra es innegable; ya desde su obra cumbre,
˝Watchmen”, rastreamos una poética interna en el ritmo y la narración, pero es
que, además, cada capítulo cierra con una cita de algún filósofo, músico o,
claro poeta, como el capítulo que cierra con unos versos de —atento, Antonio—
Bob Dylan, o los archiconocidos versos del “Tigre, tigre” de William Blake.
Pero antes de Watchmen estaban su “Cosa del Pantano”, donde la poesía transita
por cada una de sus páginas, no solo narrativa y visualmente, sino en forma de
estricta poesía: la forma en que La Cosa habla y algunos de sus secundarios es
poesía pura, y algunos capítulos, como el recordado “Rito de primavera” son
psicodelia, experimentación, sinestesia y su texto no podría calificarse de
otro modo que de poesía. Si retrocedemos algo más, su “MiracleMan”
—anteriormente “MarvelMan” también está cargado de poesía, como por ejemplo,
los capítulos “Afrodita” u “Olimpo”. Obras posteriores como “From Hell” o,
sobre todo, “Promethea”, no harían sino reforzar el interés poético en la
escritura de Moore.
De Neil Gaiman, por otro lado, tenemos su longeva serie que
bien sirvió de cajón desastre, “The Sandman”. “The Sandman” es poesía de
principio a fin y su autor, además, está muy vinculado con la literatura y el
cuento.
James O’Barr nos trajo en los 80 una de las obras culmen del cómic
underground, “The Crow”. Nacida como forma de sobrellevar la tragedia de la
muerte de su novia, esta obra, y el personaje protagonista, Eric Draven, son un
trasunto del propio autor. Algunos capítulos cierran con una imagen alejada de
la violencia y la acción por que se conocen a este cómic, si no más bien
evocadoras, acompañadas de un verso o una cita de canción. No es descabellado
ver entre estas páginas en blanco y negro a Eric bailando en soledad,
recordando a su amada asesinada, mientras en off recita versos.
En el medio del
cómic podemos encontrar no pocas propuestas que se juntan o experimentan con la
poesía. Solo en mi biblioteca ya puedo ver algunas como “Brassens, la
Libertad”, de Joann Sfar, una obra a medio camino entre el cómic underground,
el libro ilustrado y la revista de artículos, lleno como está, de textos bien
extensos trufados de ilustraciones de estilos prácticamente aleatorios. Es un
cómic orgánico, como poco, en que Sfar no mantiene una cohesión en su estilo
gráfico, sino que todo va mutando y variando a voluntad, desde lo onírico a lo
derivado de lo psicotrópico. Es una biografía que poco se toma en serio a sí
misma, si bien nos muestra al propio autor alternando aquí y allá con un
gamberro Brassens ya muerto. O vivo. O yo qué sé. No he entendido mucho este
cómic. Aquí, y aparte de la inclusión de letras de Brassens, ya de por sí
poéticas, la poesía reside, sobre todo, en la organicidad de su apartado
gráfico y narrativo. O en la simbiosis entre ambos.
Siguiendo con cantautores,
tengo a mano “TeBeO Labordeta”, de Daniel Viñuales, Carlos Azagra y Encarna
Revuelta; con el estilo humorístico, descuidado y de viñeta satírica que se
gasta Azagra, poco hueco parecería caber para lo poético, pero, de vez en
cuando, este nos deja caer alguna splash page llena de dramatismo que nos
recuerda que estamos leyendo la vida de un poeta. No obstante, no deja de ser
una biografía al uso, más centrada en contar acontecimientos que en recrearse
en la poesía.
No paro de referirme a la «poesía visual», ese concepto tan vago
como abstracto, ese tipo de conceptos que uno entiende al instante pero es
incapaz de saber explicar; y es que el cómic es una herramienta tanto literaria
como necesariamente visual. Para mí —e incidiré en esto más adelante —, un
cómic, en este caso basado en la vida de un poeta, no puede estar carente de
poesía visual y —ojo— poesía narrativa, dos de las más poderosas armas del
lenguaje del cómic. En este sentido, la sublime “Lorca, un poeta en Nueva York”
de Carles Esquembre es una obra que roza con los dedos el cenit de a qué me
refiero cuando hablo de la unión de poesía y las armas narrativas y evocadoras
del cómic.
Lejos de limitarse a contarnos cronológicamente la vida —o una
etapa— del poeta, Carles se recrea, se pierde en metáforas visuales en las que
cobra un sentido total el término «poesía visual». Consciente de que Lorca es
inmensurable y de que su obra poética es, sencillamente, inexplicable desde lo
racional, Carles se deja ir a territorios surrealistas en sueños oníricos de
hormigas gigantes, máscaras tribales, pulpos conviviendo con bañistas, miembros
amputados de una viñeta a otra, brujas zíngaras, pies echando raíces y demás
extraña iconografía con la que el poeta empapara su “Poeta en Nueva York”.
Desde el cómic se han abordado la vida y la obra de numerosos y numerosas
poetas y escritores/as, como el propio Lorca, que cuenta con varios
acercamientos, Antonio Machado, que también tiene a su nombre un par de novelas
gráficas…; Mary Shelley, Borges, James Joyce, Bob Dylan, Rilke, Galdós, Violeta
Parra… Pero, permitidme que encamine este texto hacia mi poeta de cabecera, y
aquel que realmente nos atañe en las pretensiones de estas líneas: Miguel
Hernández, a quien, por mi parte, ya he dedicado dos obras desde el Noveno
Arte.
En 2019 se publicaron las actas del IV Congreso Internacional
Orihuela-Elche-Alicante de noviembre de 2017 llamado “Miguel Hernández. Poeta
en el mundo”. Entre sus páginas hay dos ensayos sobre Miguel Hernández en el
cómic en los cuales, además, se hacen eco de la primera de mis obras dedicada
al poeta: “Miguel Hernández. La Fontana Eterna”. De estos dos textos voy a ir transcribiendo
reflexiones que me parecen interesantes y que, a su vez, iré comentando.
El
primero de ambos se titula “Rescatado de su cárcel mortal. Aproximaciones a
Miguel Hernández en el cómic”, por Francisco Javier Ortiz Hernández.
«En tanto
que ambas son disciplinas artísticas muchas veces supeditadas al fenómeno de la
narración, los vínculos entre la literatura y la historieta siempre han estado
ahí». Su análisis, acompañado de unas interesantes entrevistas a sus autores,
se centra en tres obras concretas: “La voz que no cesa. Vida de Miguel
Hernández” de Ramón Pereira y Ramón Boldú; mi “Fontana eterna” y, por último,
“Me llamo barro”, de Pedro F. Navarro y dibujado por Miguel Ángel Díez, del que
dice que «durante tres años sería la única biografía en viñetas del autor de
“Perito en lunas”. Se trata de una biografía de marcado carácter artístico, que
se construye a partir de la memoria de un otoñal Vicente Aleixandre,» y he de
decir que aplaudo esta decisión, ya que una de mis banderas en mi última obra
sobre Miguel —“Miguel Hernández. Piedra viva”— era la de dejar patente su
amistad con Aleixandre, quien fue su amigo verdadero. «(…) llama la atención el
diseño conceptual de la obra: además de limitar la presencia de bocadillos y
diálogo a muy pocos casos, Navarro y Díez renuncian a la habitual disposición
de varias viñetas por página; y optan por que cada una de las planchas incluya
una única ilustración, siempre en una tonalidad apagada color tierra,
acompañada de una cartela superior que reproduce los pensamientos del
Aleixandre narrador. De esta forma, y con su llamativo formato apaisado, “Me
llamo barro” se nos antoja una fusión de estilemas del cómic y del álbum
ilustrado que da pie a un resultado de lo más estimulante».
La razón por la que
he dejado hablar tanto a mi amigo Fran Ortiz es que, sencilla y llanamente, no
he leído “Me llamo barro” y, por eso, prefiero dejar hablar a quien sí lo ha
hecho; pero sí lo he tenido entre las manos y he de confesar que siempre lo
consideré, por los motivos descritos anteriormente en boca de Fran, un libro
ilustrado con salpicaduras de lenguaje de cómic que un cómic propiamente dicho;
pero no está en mi ánimo repartir carnets sobre qué es y no cómic, ya que
siempre estoy más por abrir que por cercar este tipo de conceptos.
El segundo
texto, firmado por José Rovira Collado, Pilar Pomares Puig, Joan Miquel Rovira
Collado y Eduardo Baile López, lleva por título “Ilustrando la poesía: cómic y
libros ilustrados sobre Miguel Hernández”, y plantea algunas características interesantes
de la relación entre ambos medios, hablando por ejemplo de esta «dicotomía,
adaptación de la biografía o de la obra literaria. Al tratarse de un autor
clásico de la literatura española y con un inmenso corpus teórico detrás, tanto
de sus obras como de su vida, y siendo esta una biografía completa de
situaciones destacadas y durante un periodo clave de nuestra historia, podemos
encontrar ambos casos. En primer lugar, obras que se centran en ilustrar
algunos de los poemas más destacados, interpretando con imágenes estos versos.
En segundo lugar, una obra centrada en la vida del autor, a la que hemos
llamado “Biografía Literaria”. Dentro del mundo de los cómics nos encontramos
con una importante corriente biográfica, muchas veces centrada en la vida de
personajes literarios. Encontramos varios casos. (…) Hay algunas de ellas que
son un homenaje puro al autor desde ambas producciones, el texto y la
ilustración, que se conjugan para ofrecernos una obra del noveno arte. Sin
embargo, al ser un autor canónico y estudiado en el ámbito escolar, también
encontramos obras donde la perspectiva central es ofrecer un vehículo atractivo
para presentar al alumnado de distintas etapas de la vida y la obra de Miguel
Hernández. En nuestro estudio, ambas publicaciones son igual de relevantes,
porque las primeras reivindican la importancia de la narrativa gráfica como un
arte por sí mismo, y las segundas nos permiten asegurar la pervivencia de los
textos del autor oriolano».
Este extracto me da pie a abrir varios melones y
centrar ya, por fin, este camino, hacia mis obras dedicadas al poeta y, por
tanto, a la recta final y últimas reflexiones. Sin ánimo de criticar el trabajo
de otros compañeros ni de sentar cátedra sobre nada, me voy a tomar la libertad
de utilizar, solo porque me servirá como ejemplo de algunos conceptos y formas
de proceder antagónicas a la hora de encarar un cómic sobre un poeta, voy a
tomar como ejemplo, también, “La voz que no cesa” de Ramón Pereira y Ramón
Boldú, antes mencionados. En esta línea de homenajear la obra, casi por encima
de la biografía del autor, me gusta enmarcar mi primer acercamiento a Miguel
desde el cómic, “Miguel Hernández. La Fontana Eterna” (Ayto. De Orihuela,
2013). Esta se trata de un experimento dividido en nueve capítulos en los que
personas normales y corrientes de aquel 2013, personajes inventados, se topaban
con algún texto de Miguel que resonaba con la situación actual de estos
personajes y, a través de estos textos, viajábamos al pasaje de la vida del
poeta en que escribió esos versos, o al momento de su vida al que hacen
referencia. Así, y aunque Miguel no hacía más que un cameo de unas pocas
páginas en cada capítulo, se hacía un repaso somero sobre algunos de los
aspectos fundamentales de su biografía, teniendo siempre como nexo y punto de
partida su propia obra. En aquel momento, en que yo aún estaba empezando mi
carrera en el mundo del cómic, no me habría atrevido a hacer una biografía en
el estricto sentido de la palabra, pero sí me siento orgulloso de esta obra que,
con todas sus fallas, tiene como punta de lanza la reivindicación de la
vigencia aún hoy de los textos que Miguel Hernández escribiera en los años 30.
Por el contrario, “La voz que no cesa”, de Pereira y Boldú, es un torbellino de
anécdotas y acontecimientos que se afana por intentar contarnos todos los
aspectos de la vida de Miguel e introducirnos de lleno hasta la cocina. Aunque
la obra está salpicada de la obra literaria del poeta aquí y allá, está claro
que ambas parten de premisas y concepciones totalmente opuestas, pero no por
ello incompatibles.
Con estas dos obras como principales precedentes en mi
cabeza, me sumergí en una profunda reflexión que duró tantos meses como duró el
proceso de documentación —unos ocho— antes de abordar mi nuevo cómic sobre el
poeta, “Miguel Hernández. Piedra viva”. Yo he vivido buena parte de mi vida en
Jacarilla, un pueblo a escasos kilómetros de Orihuela y, unido a la obsesión
que me ata a Miguel Hernández desde los catorce o quince años, me ha hecho
estar rodeado continuamente de un ambiente hernandiano, visitar su casa en
incontables ocasiones, tratar con expertos, participar en homenajes desde
varios ámbitos artísticos, en publicaciones colectivas… Sin contar las
biografías leídas simplemente por placer, el continuo ir y venir a su obra, o
el proceso de documentación en que me sumí en 2013 para “La fontana eterna”.
Todo esto ha ido formando una idea de Miguel Hernández y su entorno a lo largo
de tantos años. Sabía qué conceptos quería dejar claros, como su militancia política
y su renuncia de «la tontería católica», como él mismo dijo; quería humanizar
su relación con Josefina, tantas veces idealizada; o dar justo reconocimiento a
quienes fueron sus amigos verdaderos, como Aleixandre, Neruda o Cossío —aunque
este último, ha quedado menos reflejado de lo que me hubiera gustado—; contaba
con la ventaja de poder consultar los acercamientos previos a la vida de Miguel
desde el cómic, como los antes mencionados, para no caer en reiteraciones,
plagios inconscientes o simplemente cubrir los huecos que otros —incluido yo —
hubieran dejado; por ejemplo, me interesaba mucho tocar el Miguel de la guerra
y de la cárcel, etapas plagadas de anécdotas sin explorar y, en mi opinión,
desaprovechado en un cómic biográfico como “La voz que no cesa”, que relega
etapas tan importantes como esta a la recta final de la obra.
Una de las
conclusiones a las que llegué durante mi periodo de reflexión, fue la de que un
cómic sobre un poeta, aunque se centrara en su vida, había de ser poético. Algo
en el apartado gráfico o en la narrativa debía dejar una reminiscencia poética
y, aunque solo fuera de vez en cuando, debía dejarse ir y desanclarse de la
realidad hacia órbitas más oníricas y poéticas, como ya había evidenciado el
“Lorca, un poeta en Nueva York” de Carles Esquembre —aunque, quizá, más
contenido, en este caso—. Es decir, la poesía en la biografía gráfica de un
poeta no puede circunscribirse, únicamente, a los fragmentos de versos que el
poeta escribe o recita. Boldú, en su caso, hace un intento de aunar ambas artes
con efectos de desdibujamiento de los márgenes de las viñetas, con los versos
saliéndose de simples bocadillos para surcar serpenteando la página, e incluir
algunas metáforas visuales.
A pesar de este intento —y esto es una impresión personal
y algo sesgada, lo admito—, mi regusto al leer el conjunto es el de una obra
biográfica al uso: una sucesión de acontecimientos en las que, aunque se
percibe el alma y el afán de homenaje, y quizá debido al estilo underground y
en ocasiones humorístico de Boldú, junto con una cantidad, quizá excesiva de
situaciones pretendidamente cómicas —o cómicas en su tratamiento— por parte de
guionista y dibujante, a menudo, aunque sin llegar a trivializar en absoluto,
se me antoja una obra demasiado desenfadada para una biografía tan dramática
sobre un poeta cuya vida no estuvo sino cargada de desgracia. No obstante, es
de remarcar, en este sentido, su intención de transmitir con todo esto la
actitud siempre vital de Miguel Hernández. Pero, sin ser mis cómics sobre
Miguel canon de nada, mi visión sobre su biografía y cómo debía retratarla
viaja en una dirección diametralmente opuesta.
En “Miguel Hernández. Piedra
viva”, limitado como estaba por un número de páginas — que, por otro lado,
acabó casi doblándose, pasando de 60 a más de 100 páginas— opté,
necesariamente, y en varias ocasiones, por una secuenciación de distintos
momentos de su vida narrados por una voz en off, en lugar de detenerme en cada
uno de estos momentos. Así, en ocasiones, está más cercano de aquel “Me llamo
barro”, aunque quizá más conectado al lenguaje del cómic, con más cartelas y
bocadillos. Lo poético debía atravesar toda la obra, no solo desde el punto de
vista onírico en lo gráfico —como la splash page en que se habla de la salida
de “El rayo que no cesa”, con un Miguel en el centro y unos rayos naciendo de
su pecho en dirección de los vértices de la página, dividiendo el fondo en
distintas viñetas—, sino también con cierto dramatismo que he pretendido
intimista, como las páginas del asesinato de Lorca, o aquella en que
Aleixandre, en off, da a Miguel la noticia de la muerte de su amigo Sijé —en
ambos casos, el punto de vista toma distancia, dejando intimidad a la escena y
optando por un minimalismo que aleja, por ejemplo, esta última escena, de
representaciones anteriores, como la versión de este mismo momento que dibujé
en “La fontana eterna”, con un Miguel desmedido, una expresividad desmedida más
cercana a la opereta que al dolor de una persona real—. No negaré que ha sido
todo un reto, ya que a veces, la necesidad de meter datos te empuja a
sacrificar composiciones interesantes de páginas o a impedir que ciertas
escenas tengan su espacio y respiren. No obstante, era importante para mí que
la poética se mantuviera, porque yo, como autor, no puedo limitarme a contar
unos acontecimientos, pues es en mi visión y mi forma de narrar, en mis
decisiones sobre dónde poner el foco o en qué anécdotas detenerme, en donde va
mi propia impronta y mi visión. Páginas minimalistas como las antes mencionadas
son muy caras cuando tienes tanto que contar, pero a veces hay que ser firme y
recordar que estás haciendo una obra artística que tiene que servir como tal, y
que para biografías minuciosas hay estupendas obras en prosa mucho más
exhaustivas y documentadas.
Otra forma de introducir un halo poético ha sido a
través de la cotidianidad. Como he dicho antes, me interesaba mucho hacer una
relación con su mujer Josefina que fuera capaz de creerme. A diferencia de
otras representaciones anteriores en distintos medios artísticos, Josefina era
retraída, obsesionada con el qué dirán e incapaz de mostrar afectividad en
público —costándole, incluso, hacerlo por carta—; las formas de ser de ambos
eran contradictorias a veces, y he querido mostrar eso, y servirme mucho de
anécdotas cotidianas contadas por la misma Josefina o el mismo Miguel: enseñar
de qué hablaban, qué hacían cuando tenían una cita, cómo era un rato en la
intimidad de su casa…
Por descontado, la obra de Miguel surca todo el cómic,
con versos aquí y allá, intentando siempre que su introducción en la escena
tenga sentido y no sea anacrónico con el momento que se cuenta.
Como reflexión
final, sigo manteniendo mi defensa de lo poético en los cómics sobre poetas,
sin despreciar por ello el sentido del humor —en “Piedra viva” hay varios
momentos distendidos o incluso divertidos— pero me parece importante calibrar
bien qué personajes y biografías se prestan a cada cosa; por ejemplo, no me
desentona en absoluto el aire humorístico que Alfonso Zapico le imbuye a su
Premio Nacional de Cómic, “Dublinés”, sobre James Joyce, cuyo carácter y
andanzas en ocasiones más gamberras se prestan a estos tratamientos con
bastante facilidad.
La conexión de cómic y poesía se remonta a antiguo; autores
como Will Eisner o Moebius ya hicieron mucho en ese sentido y aún hoy vemos los
frutos de sus esfuerzos y tantos y tantas otras por aunar ambas artes. Y la
biografía parece ya una categoría más instalada en ese conjunto que es el
cómic, con una subdivisión nada desdeñable dedicada a escritores/as y artistas,
y con cada autor que se acerque a la vida y la obra de un poeta, desde la
óptica del cómic, vendrá una manera de afrontar el tema tan característica como
personal y, en mi opinión, estará bien siempre que la relación entre la fidelidad
a la vida, modo de ser, pensamiento y obras del autor/a a retratar y la voz
propia del autor/a del cómic que lo abarcará sea equilibrada. Eso he intentado
hacer, así como estoy seguro han intentado hacer quienes me han precedido en
esto de traer la vida de poetas a las páginas viñeteadas.
Pero, más allá de
equilibrios de fuerzas y de egos y de voces, siempre he considerado que un
cómic sobre un autor o autora ha fracasado —como habrán fracasado mis “La
fontana eterna”, “Memoria de una guitarra” o “Piedra viva” de no conseguirlo—
cuando el primer impulso de quien acaba de leerlo, al cerrar la página, no sea
el de abrir una nueva: si al terminar su lectura no sientes el impulso
irrefrenable de ir en busca de la obra original de estos autores/as. Deben ser
obras independientes: islas aisladas, pero con una barquita en el muelle,
siempre lista para remar al continente de la obra original
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BIOGRAFÍA
DE ROMÁN LÓPEZ-CABRERA. Román López-Cabrera (Jacarilla, Alicante, 1988) es
Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Murcia (2012). Inició su
carrera en el mundo del cómic poco a poco, comenzando por concursos, en los que
ha obtenido casi una veintena de premios. Su primera obra es un cómic
autopublicado titulado “Contes de la Festa Major” en 2012, sobre las fiestas de
Reus (Tarragona); después seguirían “Jacarilla sostenible” (Ayto. De Jacarilla
/ Diputación de Alicante, 2013), “Miguel Hernández. La Fontana Eterna” (Ayto.
De Orihuela, 2013), “Secret Family” (Libros.com, 2015), el capítulo final del
cómic colectivo “Sangre en el suelo”, con guion de Fernando Llor (The RocketMan
Project, 2017), obra por la que Fernando fue nominado como mejor guionista en
los premios Carlos Giménez de la Heroes Comic Con de Madrid en 2017; “1937: La
Toma de Málaga” con guion de Roberto Corroto (Carmona En Viñetas, 2017), obra
que se valió de dos nominaciones en los premios Carlos Giménez de la Heroes
Cómic Con de Madrid en 2018 (Roberto Corroto como mejor guionista y Román como
mejor entintador); “1643: Rocroi” con guion de Roberto Corroto (Cascaborra
Edicioes, 2019), “La confesión” con guion de Fernando Llor (The RocketMan
Project, 2019), “Memoria de una guitarra” (Evolution Cómics / Panini, 2020) y
“Miguel Hernández. Piedra viva” (Cascaborra Ediciones, 2021). Además, está
trabajando en un par de obras simultáneas, una de ellas con su pareja y
habitual ayudante al color, aunque en esta ocasión, también en las labores de
guion: se trata de “Mad Market” para Cósmica Editorial, previsto para 2022.
También es un gran aficionado a la poesía, habiendo publicado los siguientes
títulos: “La vida de las cerillas” (ECU, 2008), “La muerte de las cerillas”
(2018), “Poseía” (2018), “Contigo hago el mundo” (2018), “Por alusiones”
(2019), “Contrato en el aire” (2020), “Puntos cardenales” (2020) y el más
reciente, escrito a medias con Aron DubH, “Galieleo convertido en una vaca”,
recién salido a la venta este 2021. También cuenta con una novela titulada
“Calapobre” (2020). Pero también es músico, siendo batería del grupo Impar≠,
con quienes acaba de pubicar un nuevo álbum de estudio, “Efecto Mandela” (2021)
y cantautor de forma esporádica (con Román LC como nombre artístico).
romanlopezcabrera.com