Tenía muchas ganas de pasear con
él. Pero siempre ponía cualquier pretexto para no hacerlo.
¿Él o yo? Pues no lo sé. Tal vez
excesivo respeto a su persona, por mi parte. O a su poesía.
¿Quién sabe? Lo conocí en la voz de
Paco Ibáñez (como tantos) cuando éste cantaba: Así es mi vida, / piedra,/ como
tú; como tú,/ piedra pequeña; / como tú,/ piedra ligera; / como tú… Me
emocionaron tanto la canción y el poema que me hice amigo silencioso, casi
clandestino, de él.
Dejó de ser silencioso, aunque León
Felipe nunca lo supiera, cuando Aguaviva ponía en música palabras del poeta de
Tábara tan certeras como que “al hombre lo duermen con cuentos. Y yo sé todos los cuentos”.
Nos hicimos íntimos más adelante,
aunque él siguiese sin saberlo, cuando escuché su propia voz áspera y muy
sentida, grabada en un disco. Decía versos tan emotivos como éstos:
Ser en la vida
romero,
romero sólo que cruza
siempre por caminos nuevos;
ser en la vida
romero,
sin más oficio, sin otro nombre
y sin pueblo (…)
¡Qué cerca me encontraba yo de él
en aquel tiempo! Me sentía romero en la vida recorriendo caminos llenos de
polvo.
Hoy se ha cumplido mi sueño. Estoy paseando con él por la Avenida Versos y
oraciones del caminante. Pasos lentos, barba cana, boina negra, León Felipe
desprende la emoción del poeta auténtico, sin florituras, sin oscuridades,
directo al corazón de quien lo lee o escucha. Confieso que lloré con sus
poemas. No me da vergüenza decirlo. Al revés, siempre lo he llevado muy dentro
pese a la cantidad de poetas, hombres y mujeres, que he ido leyendo y que tanto
aportaron a mi vida.
Voy a su lado y casi no le digo
nada. No soy capaz. Esa defensa de la
poesía auténtica me eriza la piel. No me
importan las palabras de mi admirado Juan Ramón, cuando afirmó, con esa lengua
afilada que lo distinguía, que era el
mejor de los poetas menores. ¡Ay, Juan Ramón!
Camino junto a León Felipe, que
lleva en la mano su hermoso libro Versos y oraciones del caminante (libro que
recomiendo vivamente). De él va leyendo con voz algo cansina algunos poemas:
POESÍA…
tristeza honda y ambición del alma…
¡Cuándo te darás a todos… a todos,
al príncipe y al paria,
a todos…
sin ritmo y sin palabras! (…)
¡Cuánta razón tiene!
Esa poesía, que yo tanto amo,
llegando a personas de toda condición. Utopía. Hermosa y necesaria Utopía.
No lo interrumpo mientras sigue
leyendo:
|
Aguaviva |
Más bajo, poetas, más bajo…
no lloréis tan alto,
no gritéis tanto…
más bajo, más bajo, hablad más
bajo.
Si para quejaros
acercáis la bocina a vuestros labios,
parecerá vuestro llanto,
como el de las plañideras,
mercenario (…)
No me atrevo a contradecirlo. La
poesía y los poetas también necesitan gritar bien alto. Sobre todo cuando
vivimos en tiempos de miseria como éstos. Pero reconozco que en el sentido que
él lo escribe no carece de razón.
Lee un poema que comienza diciendo
que deshagan
ese verso y que le quiten los caireles de la rima, el metro, la cadencia y
hasta la idea misma.
Queda sorprendido cuando rompo mi
silencio y le recito de memoria lo siguiente:
|
León Felipe |
¿Qué
importa
que la estrella
esté remota
y deshecha
la rosa?...
Aún tendremos
el brillo y el aroma.
Sonríe mostrando una expresión
serena de viejecillo tierno. Se quita la boina. Saca un pañuelo para secarse la
cabeza. Su sonrisa es tímida.
Me mira y comienza a decirme: ¡Que
lástima / que yo no pueda cantar a la usanza / de este tiempo lo mismo que los
poetas de hoy cantan! … Y se detiene.
Por una vez me dirijo a él con un
tono imperativo que lo inquieta. Se detiene en su lectura y se queda en donde
estaba. Entonces, yo le digo que él canta lo mismo que los poetas de hoy y de
mañana; le digo que sí tiene comarca; que al río que pasa rodando las mismas
aguas le interesa su palabra; le digo que tiene muchas casas en el corazón de
las personas sensibles que lo leen; que no importa que no tenga espada, que
tiene una mesa , un viejo sillón de cuero y que no es un paria… No lo dejo
continuar. Hace mucho que me emocioné con ese poema. Lo tomo de la mano y lo
abrazo. Él, abrazado a mí, me va diciendo otro triste y hermoso poema en voz
baja:
Yo no sé cómo soy…
y no sé lo que quiero…
y no sé a dónde voy
cambiando, inquieto, siempre de
sendero…
Algo espero, sí, pero…
¡No sé, tampoco, lo que
espero!...
Lo abrazo con más fuerza si cabe.
Noto sus lágrimas en mi hombro. Se funden con las mías.
Le digo que va directo a la parte
emocional del ser humano y que muchos
como yo necesitamos su palabra limpia, clara y directa. Que su poesía
está bañada en lo más profundo de los sentimientos, que es necesaria porque
tiene brillo y que no es verdad que le sirva para rezar en soledad bajo el
cielo azul. Me toma la mano y la acaricia con cariño.
Él, que se encuentra cansado al
estar día tras día, año tras año, dando vueltas a la misma noria.
Él, que dice tener abandonado el
corazón, al que llama palacio viejo, desmantelado, palacio
desierto, mudo y lleno de misteriosos silencios.
Él que tiene hambre y sed de
justicia, que se siente vacío, que ya no conoce el camino, que ya no le alumbra
su estrella y se ha apagado su amor. Él, que no ve ni una luz en el cielo…
Él, León Felipe, se sienta conmigo
en un banco de piedra de la Avenida, que se siente peregrino e, incluso, niño
me dice:
¡Qué / pena,/ qué / pena/ que /
sea / así todo siempre,/ siempre de la misma manera!
Yo le susurro al oído palabras que
sólo quiero compartir con él. Palabras que me niego que lleguen a escuchar los grandes críticos,
de los que infravaloran su poesía, de los que no aman la palabra poética
auténtica o de los que buscan poemas para terminar dando un salto en el vacío.
Ahora, vuelve a emocionarse. Vuelve
a abrir su libro. Busca una página. Yo sigo atentamente sus movimientos. Al fin
da con ella.
Y
comienza a leerme en voz más alta unos hermosos versos:
-
-Despierta,
poeta,
despierta…
levántate y ponte de fiesta
que está llamando el amor a la
puerta,
-
Dejadme… dejadme que duerma.
León Felipe me aprieta
cariñosamente mi brazo izquierdo. Se detiene a pensar, se mesa con suavidad su
barba cana y se levanta. Me mira por última vez y se va caminando lentamente,
mientras cada vez escucho con mayor dificultad los versos que va diciendo: Despierta,/poeta, /despierta…/ Y ponte la túnica…
¡Qué feliz me siento!
Comienzo a pensar un poema en su
honor. Un poema de homenaje a este poeta de verdad, demasiadas veces
incomprendido. Las palabras revolotean en mi mente. Ya saldrá.
Entonces, recuerdo un corto poema
de este poeta admirable:
Aguardad vuestro turno
con paciencia y con fe.
Que hay más estrellas que hombres
y hay alas para Todos.
Y pensando en este paseo tan
hermoso, me dirijo lentamente a mi casa para tallar un verso a la
luz de la luna o del crepúsculo…
Mas ese verso me lo quedaré para mí
únicamente porque, como dijo el poeta, será un verso hijo de una gran sensación y
cuyo ritmo se acorde al compás de nuestra vida y con el latido de nuestra
sangre.
Poema de homenaje a León Felipe que se encuentra en mi libro "Al hilo de la palabra" (Hiperión)
O POETA PASEANTE