Cuando hablas por primera vez con Gonzalo Moure, te
atrapa.
Unos ojos penetrantes en un rostro marcado por su
barba blanca destilan ternura.
Sí, amigos, Gonzalo
Moure es muchas cosas. Entre ellas, tierno. Pero también es comprometido,
honesto, auténtico, cariñoso, inteligente y mucho más. Hay una vida que late
dentro de él. Nunca está quieto. Viaja de aquí para allá, siempre cumpliendo
con los demás, si le es posible. Es olvidadizo, tiene muy buenas intenciones
pero se lía con todo aquello que hace que su corazón lata con fuerza. Amigo de
sus amigos, está a su lado cuando lo necesitan.
Y, por encima de todo,
es un gran escritor. Uno de esos novelistas que respetan a todo aquello que hay
que respetar por ética personal: a la literatura, a los personajes de sus
novelas, a sus lectores (a quienes exige esfuerzo literario), a él mismo.
Transmite sensibilidad a raudales y es un placer conversar con el novelista,
con el luchador, con el amigo. Siempre dice cosas interesantes. Apasionado por
el cine, no hay vez que estés con él y no te señale una película para que
repares en ella. No en vano es un cinéfilo que llega a ver algunas obras
maestras hasta veinte veces en sus propias palabras. Y viene haciéndolo desde
que era muy joven. Le encanta compartir todo aquello en lo que cree. Atrás
queda el periodismo, la radio. Su presente está centrado en la acción a favor
del pueblo saharahui (¡cuántos años de lucha lleva ya sin desfallecer!) y en
sus libros. Son estos auténticas joyas literarias. Aborda un buen número de
temas, siempre teniendo muy presentes a los desfavorecidos, pero siempre
haciendo literatura de altísima calidad. En sus novelas suele tratar temas
sociales ( los gitanos, los niños y niñas del Sáhara, el síndrome de Mozart…) y
los aborda bajo un estricto prisma literario. La literatura, al servicio de los
lectores, tirando de ellos hacia arriba. Gonzalo jamás baja la guardia en este
aspecto. Ama demasiado su oficio como para traicionarlo.
Los lectores aprendemos
mucho de su manera de enfocar sus escritos. Suele abrir caminos y explorarlos
para crear una obra rica, ya desde su estructura. Acercaos a su blog y buscad
los títulos que Gonzalo Moure lleva escritos. Si no lo conocéis, quedaréis
sorprendidos muy gratamente. Y si habéis leído,por ejemplo, Maíto Panduro, El síndrome de
Mozart, El beso del Sáhara, La noche del Risón o Tuva, conoceréis otros libros
que harán las delicias de los que se acerquen a ellos.Están llenos de emoción.
Y conoceréis el
Bubisher, un autobús, una biblioteca para que puedan leer los niños y niñas
saharahuis. Un proyecto de una hondura indescriptible.
Gonzalo Moure no cree
en guiones cuando comienza una novela. Él prefiere sumergirse en la historia y,
desde el más profundo respeto, deja que vivan sus personajes y que sean ellos
los que tomen sus propias decisiones para después describirlas.
Gonzalo afirma que “lo
importante de la literatura es lo que sugiere, no lo que dice”.
Sobre el oficio de
escritor comenta con relación a sí mismo: “Este oficio, para mí, es algo más
que un sueño. Me veo como los vaqueros que tanto me gustaban en mi infancia. Mi
caballo es la libertad; un cuaderno abierto, mi tienda de campaña y mi
rotulador, mi rifle. Puede más un lápiz que una ametralladora: los poderosos
temen más a las palabras que a las balas”.
Y añade sobre este
oficio apasionante: “Prefiero pensar que un escritor es un buscador, un
descubridor. La vida está llena de historias. A veces los personajes que creas
tienen más vida que los seres reales, más vida que yo mismo”.
Hermosas e interesantes
reflexiones.Pensamientos inteligentes de un autor que no hace de la fórmula, ni
de las repeticiones, el centro de su manera de escribir. No deja de buscar
retos constantemente.
Quiero mucho a Gonzalo
Moure. Tiene detalles preciosos con nosotros. Es muy afectivo.Como anécdota, recuerdo su
llamada al final del último partido de Liga de la pasada temporada, en el que
el Celta, el equipo que llevo muy dentro, se salvó milagrosamente. En cuanto
terminó el encuentro con el Espanyol, Gonzalo me llamó enseguida para compartir
mi alegría. Pueden parecer nimiedades pero no lo son tanto. Esto es una
anécdota, repito, pero Gonzalo Moure siempre está pendiente de sus amigos,
aunque pase algún tiempo, más o menos largo, sin hablar con ellos.
Mientras escribo estas
líneas, decido llamarlo. Me apetece escuchar su voz. Lo encuentro, como tantos
de nosotros, muy enfadado por la situación que estamos viviendo. Ya dije que
era una persona comprometida. Y lo es con la justicia social. Está indignado.
Hablamos de nuestras cosas y, como de costumbre, me muestra su cariño. Es una
persona maravillosa. Y un gran escritor que entra en Versos e aloumiños con un
texto muy especial que él mismo explica.Un texto de una belleza deslumbrante.
Gracias, Gonzalo, por
ser como eres.
Estamos muy contentos
de que tus palabras nos iluminen con su luz.
Qué es la
poesía?
No creo
que haya mejor lugar para hacerse esa pregunta que el taller de un poeta. Un
lugar como este, en el que se engastan las palabras y se taracean los
adjetivos. Un lugar hospitalario como pocos, con un anfitrión como muy pocos.
Un día, en
el desierto, un grupo de niños saharauis me preguntaba cómo se hacía una
poesía. Les hablé de Limam Boisha, que no hace mucho fue niño como ellos, y que
se hizo poeta. Y que Limam me recordaba a Miguel Hernández. Quién es Miguel
Hernández, preguntaron y les dije que fue un poeta que antes fue niño y pastor.
Y así,
para ellos, empecé a escribir un libro que ahora está en el taller del
ilustrador, para casar palabras e imágenes. Un libro que es un homenaje al
poeta que fue, Miguel, al poeta que es, Limam, y al poeta que será: cualquiera
de ellos.
Y así
nació este “Silbo del dromedario que nunca muere”, del que quiero compartir con
Antonio y sus invitados algunos fragmentos de la vida de Kinti, un niño del
desierto, un niño pastor, un niño poeta.
Kinti preguntaba qué
quería decir lo que leía.
El abuelo lo intentaba,
pero no conocía todas
las palabras.
Este poema habla de
colores.
Y también de flores.
Claveles.
¿Qué son claveles.?
Flores que huelen a
noche dulce.
De azahares.
¿Qué son azahares?
Flores de las que nacen
naranjas.
Y aquellas ideas eran
relámpagos en la mente de Kinti.
¿Qué son tiros de grana?
No lo sé.
Así acababa siempre,
y los “no lo sé” eran
puertas cerradas para el Kinti.
Noches sin luna,
tormenta sin relámpagos.
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Quiero saber español,
le dijo un día el niño
al anciano.
Quieren ser los labios
sonrisa, le dijo el abuelo,
dibujando una entre las
hebras blancas de barba y bigote.
Y le enseñó.
Poco a poco, letra a
letra, palabra a palabra.
Pulió una estrecha tabla
de acacia blanca y pura,
y con carbón escribía
y con la palma de la
mano borraba.
Ahora tú,
y Kinti escribía pan
y en los tres signos el
niño olía la masa y el fuego,
y más allá la harina y
las manos de su madre,
y más allá el trigo y el
sudor del labrador,
y más allá la tierra y
el agua,
y más allá ya no sabía
qué, pero también lo olía.
Pan, naranjo, guijarro,
poco a poco formando en
su cabeza un mapa
como el de las estrellas
del cielo,
tan cerca unas de otras.
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Kinti leía cada poema
diez, treinta veces.
Lo hacía mientras
vigilaba a las cabras
y, de vez en cuando,
lanzaba la piedra con su honda
y gritaba los versos
aprendidos;
y ambos, piedra y verso,
volaban en la desolación
del desierto,
“Cerca del agua te
quiero llevar”.
O “Nunca tan parecida tu
frente al primer cielo”.
El abuelo se sentaba en
una colina cerca del campamento,
no tan cerca como para
que Kinti lo viera,
ni tan lejos como para
no escuchar sus versos como piedras:
“¡Qué olor a madreselva
desgarrada y hendida!”.
Y el viento del desierto
se llevaba los versos
y en lejanas majadas
los camellos sentían
caer su sonido como lluvia fértil.
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Miró una vez atrás,
hacia la acacia
y el zurrón que había
enterrado a sus pies.
Y susurró: espera, ten
paciencia,
un niño vendrá un día y
te encontrará,
y leerá mis poemas.
Y ese niño aprenderá
también a lanzar con la honda
primero piedras y
después versos,
porque siempre hubo
niños pastores,
pastores poetas, y
siempre los habrá.