Juan Carlos e Lurdes con Can, o can, en Vigo. |
Xa anda a bisbisear o can Can. Escóitoo,
pero non lle fago moito caso. Sei que me quere facer algúns comentarios.Escoitareino axiña. Cando toque.
Aínda falta un pedazo. Que agarde.
Mentres, recítolle este poema de Antón
Cortizas, magnífico poeta, para que se entreteña e poidamos rir xuntos:
Antón Cortizas |
Un indio poeta, de maneiras mansas,
loce gran plumaxe de plumas de gansa;
ter ten moitas plumas, mais non ten tinteiro,
e mentres cociña, con fume lixeiro
escribe poemas no ceo de Arkansas.
E mira por onde, ao tempo que leo estes
versos tan cheos de humor, recibo do gran poeta Juan Carlos Martín Ramos,
"correspondente na Meseta” deste blog-revista, un texto dunha conversa que
mantivo co can Can un dos días que estivo en Vigo.
Coido que ao principio as cousas non foron
moi alá. Mais como ambos son seres ben sensibles, abondou con que Juan lle
dixese en voz alta algúns versos para que a desconfianza de Can desaparecese.
Eu non me decatei do momento da conversa.
Os dous son algo reservados. Porén, tiña eu a sensación de que falarían nalgún
intre, pois sei que teñen moitas cousas en común. Os dous, ademais, falan pouco
pero con moito sentido común.
Así que, amigos e amigas de Versos e aloumiños, é un pracer para nós
sacar á luz este texto de Juan Carlos para gozo de todos vós, mentres agardades
eses murmurios que non moi tarde
publicaremos aquí.
Grazas, Juan, por transcribirnos esta
conversa.
Todo un luxo.
ENCUENTRO
CON EL CAN CAN
He ido a visitar al can Can al
lugar donde vive. Y no es un lugar cualquiera. Allí estaba, refugiado en un
estante de la biblioteca de un poeta. Y no un poeta cualquiera. Un gran poeta,
un gran lector, un gran amante de la música y, entre otras muchas más cosas que
no cabría enumerar aquí, el más tenaz y valiente nadador de toda la ría de
Vigo. Ustedes ya lo conocen. Mi amigo Antonio.
Allí estaba Can, el can, en la
sección de poesía.
Manoel Antonio |
Pero allí estaba y, hay que
contar las cosas como fueron, al principio no me hizo mucho caso. Ni me miró,
ni levantó una oreja ni, por supuesto, hizo el más mínimo movimiento con el
rabo.
Ante mi insistencia en el saludo,
el can Can me respondió con un gruñido. Eso sí, un gruñido que llegó claramente
a mis oídos con la rigurosa entonación de un perfecto endecasílabo de gaita
gallega.
Era mi oportunidad de vencer la
indiferencia del can Can.
Mi respuesta debía ser inmediata,
así que correspondí a su gruñido endecasílabo recitando los primeros versos de
once sílabas que me vinieron a la memoria, aquellos que dicen “Yo soy aquel que
ayer no más decía/ el verso azul y la canción profana”.
El efecto fue inmediato. El can
Can me miró fijamente y no quiero exagerar, pero debo decir que en esos
momentos la expresión tierna y solidaria de su cara me dio a entender que
acababa de adoptarme como mascota.
A partir de ahí todo fue mucho
más fácil.
Mantuvimos una larga conversación
sobre los secretos e intríngulis de la poesía en la que sólo hablaba yo. El can
Can no necesitaba decir nada. Y aproveché la ocasión para hacerle algunas
preguntas.
Naturalmente, el can Can no las
contestó. Tampoco era mi intención. Ni falta que hacía. Las preguntas se
contestaban solas en la intensidad de su mirada, en la profundidad de su
silencio, en el misterio de un pasado perruno del que sólo sabemos que fue
rescatado del mar por un poeta.
Nuevas
preguntas al can Can
Dime, Can, ¿qué
es poesía?
¿Palabras que
vuelan solas?
¿Hojarasca a la
deriva?
¿Voz que clama en
el desierto?
¿Hondo silencio
que grita?
¿Lo que nunca ha
sido dicho?
¿Lo que, al
saberse, se olvida?
¿Una historia
solitaria?
¿Un secreto en
compañía?
Di, can Can, ¿qué
es poesía?
¿O es tal vez
morder al amo?
¿Ladrar una
sinfonía?