Dámaso Alonso |
Uno de los primeros días de enero
de 1986 se convirtió, por obra y gracia de María
Asunción Mateo, en una jornada
impensable. En un día mágico.
Conocer a Rafael Alberti en su casa de Madrid es algo que no se olvida.
Comento a menudo que, gustándome mucho las pizzas, el día que comí con Susi, María Asunción y con Rafael en
un restaurante italiano, a donde nos llevó el poeta, fue la única vez en mi
vida que no pude terminarla. Tan grandes eran los nervios que machacaban mi
estómago, que escuchando a Alberti, perdí las ganas de comer. Y no sabía de
aquella, que la comida que compartimos era el preludio de una hermosa amistad.
Y Rafael, una vez terminada esa
comida, nos dijo: ¿Por qué no vais a ver a Damasito? Y cariñosamente, añadió: No os va a ofrecer nada pero…. Y se rió pícaramente.
María Asunción Mateo había escrito
su Dámaso
Alonso para niños y tenía una muy buena relación con el poeta. En
efecto, Maria Asunción llamó a su casa para preguntarle si podíamos visitarlo y
el filólogo, el catedrático, el poeta, el investigador, el ex-presidente de la
Real Academia Española de la Lengua dijo que sí. Otra emoción fuerte.
Impensable. Su mujer, la escritora Eulalia Galvarriato, lo cuidaba con
mimo. La salud de Dámaso Alonso tampoco estaba para
grandes alardes. Ese día, afortunadamente, y que me perdone la buena de
Eulalia, allá donde esté, no se encontraba bien y guardaba cama. Por esa razón, la visita duró casi dos horas
en su casa de Alberto Alcocer. Fue maravilloso el ambiente que se creó. Yo le
leí un artículo que, sobre él iba a publicar, en Faro de Vigo, en gallego. Le encantó. Me pidió que se lo enviase en cuanto saliese. Así lo hice. Luego, poemas de Rosalía, de Celso Emilio
Ferreiro y alguno de Pimentel.
Él mostraba un enorme cariño hacia Galicia y le encantaba escuchar los poemas
en nuestra lengua. Nos contó que había estado de vacaciones muchas veces en Ribadeo, creo que dijo. Cuando acababas de
leer un poema, Dámaso decía: Otro
más, otro más. Entonces, los poemas en gallego llenaban el salón de una
casa que era un auténtico museo. Un museo lleno de mil detalles como
distinciones múltiples, recuerdos, figuras muy originales de diversas partes
del mundo, platos de Talavera, toda clase de cerámicas y, sobre todo, …¡libros!
Nunca en mi vida vi tantos libros repartidos por toda una casa. ¡Qué manera de
aprovechar los espacios! Bien es cierto que su casa era espaciosa, pero estaba tan
llena de objetos…
Racionaba la visitas y éstas no duraban más allá de quince o veinte
minutos.
Y Dámaso también nos leyó a nosotros. Y lo hizo del libro que había
publicado sobre él Mª Asunción Mateo. Fue todo un honor. Una verdadera emoción.
Con su voz algo temblorosa nos leyó:
Gota
pequeña , mi dolor.
La tiré al mar.
Luego me dije: “A tu sabor,
¡ya puedes navegar!”
Mas me perdió la poca fe…
La poca fe
de mi cantar.
Entre onda y cielo naufragué.
Y era un dolor inmenso el mar.
Todos en silencio escuchando al maestro. Y yo le grabé los poemas que recitaba.
Nos acompañaba, también, un
académico, amigo de Dámaso y la
tertulia se deslizó por derroteros conmovedores.
Y volvió a salir Galicia,
Menéndez Pidal, la Generación del 27,la Residencia de Estudiantes, la crítica
literaria etc.
Cuando Dámaso Alonso habla de la
crítica, nos damos perfecta cuenta de su pasión por la literatura. Y llega a
decir, autodefiniéndose, como cuenta Mª Asunción Mateo en su libro, lo
siguiente: Hablo cuando estoy conmovido. Y hablo procurando extender la emoción
que yo siento, hacer partícipe de ella a otros. ¡Cómo me suena ese discurso!
Juan Ramón Jiménez, cuya lengua afilada era muy temida, declaró
sobre Dámaso: Con Dámaso Alonso la crítica ya
es otra cosa.
Poeta sobrio, poeta emocionante y
tierno en sus primeros poemas, la realidad asfixiante que vive le llevará a
escribir unos versos llenos de dolor e
impotencia en su magnífico libro, Hijos de la ira.
Vuelvo a recordar la vivencia de
esa tarde preciosa.
Le llevamos un libro para que nos
lo dedicase. Un poemario de Cátedra
que se llama Antología de nuestro monstruoso mundo. / Duda y amor sobre el Ser
Supremo. Lo abre, pasa las hojas y la emoción se agarra a nosotros con
más fuerza, si cabe, cuando nos lee conmovido algunos poemas como éste:
Cuando murió el poeta se quedaron
tristes todas las cosas pequeñitas
que él cuidaba.
Dámaso recitando uno de sus poemas |
Y el viento casto – la ventana, abierta –
casi jugando, resbaló en el libro,
volvió una página,
y se partió contigo, Primavera,
temblando de emoción, tibio de verso,
casi con alma.
Cuando murió el poeta, dijo: - Sólo
quiero dejar… -
Y le
cerró los ojos
la
mayorcita
de
sus hermanas.
Silencio. Un conjunto de silencios prolongados flota en la estancia.
Con su capa por la espalda, Dámaso es un ser entrañable. Un viejecito enternecedor.
Nos enseña fotos especiales para
él, nos indica algún libro de su inmensa biblioteca, nos acompaña para que
veamos sus vitrinas cargadas de objetos muy valiosos.
Susi, Antonio y Dámaso Alonso, en su casa de Alberto Alcocer (Madrid) |
De pronto, desaparece. Y
canturreando nos ofrece unas copitas de vino de
Xerez. (Ay, Rafael, Rafael, hoy te has equivocado!)
Dámaso anda ligero con pasitos cortos y silbando o canturreando una
melodía que no es una melodía. Dámaso
Alonso es un verdadero encanto. Aunque toda su casa está llena de libros,
su biblioteca, propiamente dicha, es espectacular. Llega hasta el techo. Como
es muy alto, tiene dos alturas con un pasillo y un pasamanos para andar por él
entre libros. Impresionante.
El busto de Góngora |
No podemos obviar que Dámaso Alonso fue el “redescubridor” de Góngora, como nos cuenta Mª Asunción Mateo. Poeta erradicado don Luis de Góngora y Argote, tachado de
oscuro y maldito, Dámaso Alonso y
sus compañeros del Grupo del 27 lo pondrán en el lugar que le corresponde dentro
de la poesía española. Por eso me quedo
maravillado ante el busto que luce en su casa del poeta cordobés.
Yo no tomé el jerez. Ese día,
andaba algo griposo lo cual, unido a las emociones vividas en tan corto espacio
de tiempo, hizo que me doliese bastante la cabeza. Le pedí, por favor, una
aspirina. Me la trajo con un vaso de agua.
No pudo ser una tarde más feliz y
mágica, entre otras cosas, por lo inesperada. Estuvimos allí, con el Maestro, casi dos horas.
Si Eulalia lo supiese, seguro que
le daba un soponcio. Tuvimos suerte.
Segunda altura de su impresionante biblioteca. |
Cuando se lo contamos a Alberti, no
lo creía. ¿Que os ofreció un jerez? No me lo creo.
Y la sonrisa iluminó su cara,
mientras mostraba signos de incredulidad.
Yo, la verdad, aún no había bajado
de la nube en la que me encontraba.
Y ahora abro esta antología, por la
página 93, y vuelvo a leer esos primeros versos de Insomnio, uno de los más
terribles y angustiosos poemas de su mejor libro, Hijos de la ira:
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (se-
gún las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este
nicho en el que hace 45 años
que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar a los pe-
rros, o fluir blandamente a
la luz de la luna...
Artículo que salió en FARO de VIGO el 18 de enero de 1986 |
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO