Enrique Pérez Díaz |
Organizando papeles en mi casa,
encontré cuatro cartas de una de las relaciones epistolares más intensas y
emocionantes que mantuve con persona alguna. Están datadas en 1995. Una de
ellas enviada a la editorial Galaxia. ¡Qué hermosa experiencia! Una correspondencia
que comenzó sobre los años 91 o 92 más o menos. Una relación con algunos
paréntesis, dudas con las direcciones. Una relación que llevó a perder la
continuidad, debido a múltiples circunstancias, ninguna de las cuales fue el
cariño y la admiración mutuos. Enrique Pérez Díaz es el nombre de la
persona que recibía y enviaba cartas
llenas de amistad y ternura. Eran tiempos complicados. Enrique es un escritor cubano, director de la
Editorial Gente Nueva, investigador, cuentacuentos y periodista. Es un pionero
de la LIJ en la isla y un amante profundo de la literatura para los pequeños y
jóvenes. Mientras relero las cartas, los recortes que contienen y escibo estas
líneas escucho a Silvio Rodríguez. Así me introduzco mejor en lo que quiero
decir. Cuba fue siempre, para mí, algo querido y un ejemplo. Con sus
contradicciones y errores, mi enamoramiento de esta isla caribeña es
permanente. Y hoy hablo con satisfacción de Enrique Pérez Díaz, el hombre que
afirma en voz alta que escribir para niños era escribir para personas. El
hombre lleno de inquietudes literarias, a quien conocí a través de las cartas a
principios de los años 90, y que no pude abrazarlo personalmente hasta la Feria
Internacional del Libro de La Habana en 2008. Y eso que él venía a España cada
cierto tiempo. Pues no había manera de vernos cara a cara para hablar largo y
tendido sobre literatura y poesía. Para fundirnos en un abrazo poético y
amistoso, después de tantas y tantas hojas escritas, llenas de buenos deseos,
que cruzaban el océano en ambas direcciones. Director de la Editorial Gente
Nueva, como ya he dicho, la primera que publicó literatura infantil en la isla
y que sirvió de referencia lectora a
muchos niños y niñas de Cuba. Afortunadamente, siguiendo su ejemplo, otras editoras
han ido apareciendo en la cultura cubana con similares objetivos. Y en 2008,
Gente Nueva editó de la mano de Enrique, mi libro El río va recitando, que se
presentó en la FIL de La Habana, en medio de un ambiente lúdico y maravilloso.
Un recuerdo aquí, muy cariñoso, para el autor de las ilustraciones, Javier
Dueñas, que estuvo muy cariñoso y amable conmigo. Hizo un gran trabajo.
Afirmaba en 2012 Enrique Pérez Díaz
a Cuba Literaria que “la literatura infantil cubana está en un momento de
despegue, en búsquedas, en tanteos y ya con buenas obras que respaldan su buena
salud y que ya empieza a haber muchos autores que quieren escribir para niños.
Por lo menos, ya hay dónde escoger.
Atrás queda la época en que se publicaba cualquier cosa. Ahora, hay
mayor rigor en la selección”. Y añade
Enrique: “ Al leer otros libros, los mismos autores se nutren muchísimo de
ellos y se nos acercan con obras más atrevidas”.
Y marca, a continuación, un reto
para la editorial que dirige: “El reto de Gente Nueva es acercarse al lector
del siglo XXI, que no es el mismo del anterior, pues funciona con nuevos
códigos y referentes.”
En La Habana, Enrique, siempre
generoso, me regaló unos libros pequeños artesanales, hechos por él, que guardo
como un tesoro, porque…¡son un tesoro!
Enrique no es desconocido en
España. Ha publicado varios libros muy interesantes. Los que voy a citar están
todos en Anaya. Uno de ellos es un magnífico ensayo, El escritor frente al mito
de un niño lector. Los otros, ya de creación, son Las cartas de Alain (Col.
Sopa de Libros), un poemario, Versos al nunca jamás, en la misma colección y en
Espacio Abierto, Miedos de invierno. Enrique es un trabajador imparable en el
terreno de la LIJ, un apasionado de las distintas partes en las que divide su
acción. Todas lo apasionan, las lleva a la vez y dedica mucho tiempo a la
investigación.
Como novelista afirma que “no me
inquietan mucho las temáticas pues, por lo general, surgen primero las
historias. He explorado temáticas atrevidas sin proponérmelo. Aparecen como
telón de fondo de un argumento que es lo que me atrapa y seduce”.
Ahora nos comunicamos a través de
correos electrónicos. Estamos en contacto. Tenemos proyectos conjuntos que
ojalá cristalicen. Este hombre de espíritu libre, como él proclama, en compañía
de Galia, su mujer, y de Anduin, su hijo, sigue una trayectoria recta a favor
de la LIJ en Cuba o en cualquier parte del mundo a la que pueda acceder. Es un
ejemplo de dedicación. Es un hermano en la dsitancia física.
Hoy nos deja, en Versos e aloumiños, un texto de enorme
valor para todos los que amamos la literatura sin adjetivos. Gocemos de él y
gracias, hermano.
Enrique con Antonio na Editorial Gente Nueva (La Habana) |
LA
INFANCIA SIN LÍMITES: ¿Por qué escribo LIJ? Claves y pretextos
Enrique
Pérez Díaz (Cuba)
Hans C. Andersen |
A mí siempre me han movido diversas motivaciones para
escribir. Nunca soñé con ser escritor, pues adoraba ser veterinario o artista.
Pero he sido siempre un gran lector: voraz, vicioso, consuetudinario,
desenfrenado, desmesurado. Desde muy niño quizás leí por necesidad de evadir
las aristas duras de mi niñez y una curiosidad innata hacia lo que escondían
las páginas. En la adolescencia, muchas personas vieron en mí dotes para la
escritura. Me enviaban a concursos por mi memoria y capacidad e inventiva al
redactar temas “libres”, que no lo eran, pero yo sí los liberaba de todo dogal. Recuerdo que en una inspección a la
primaria donde estudiaba, me escogieron para escribir sobre algo patriótico y
yo hice una composición de varios niños en medio de una selva que se perdían
con los piratas de la Malasia y corrían percances y peripecias. Ante el aplauso
de mis condiscípulos y el asombro de las profesoras y la dirección los metodólogos
le dieron cien a la clase por mi sorprendente y desbordante fantasía y la
hipotética y eficiente labor pedagógica de mi profesora de Español. Siempre he
sido alguien con espíritu de contradicción y un innato rechazo a lo
establecido. Y eso también me motivó a escribir como lo he hecho. Cuando en los
80 me tomo la LIJ en serio decidí primero leerme, releerme y buscar cuanto me
pudiera ser de utilidad. Los libros teóricos que hallé me informaron de autores
que ni soñaba existieran. Los libros de ficción, me acercaron a estéticas que
enseguida me deslumbraron: Gianni Rodari, María Gripe, Astrid Lindgren, María
Elena Walsh, Tormod Haugen, Lygia Bojunga, Christine Nöstlinger. Amén de los
clásicos que releí de cabo a rabo. Todavía laboraba de periodista asalariado
cuando escribí mis primeros libros que guardo inéditos y eran más fruto de un
taller impuesto por mí mismo que de un estilo depurado o ansias de trascender.
Entonces escribía por espíritu de contradicción, de cosas no tocadas,
mencionadas siquiera en nuestro movimiento,
que paradójicamente era bastante estático.
Con los años, las motivaciones han variado. Ahora mis libros responden no tanto
a mis ideas como a mis sentimientos o mis deseos de expresar más que de
comunicar, y en ellos siempre están los niños. Los niños me gustan, pero no
niños-postales, sino vivos, de esos que oyen malas palabras y las repiten, que
hacen maldades, trepan a los árboles, juegan pelota en la calle, van a la playa
conmigo a pescar, ven películas de mayores y en vez de repetir como papagayos
lo que dijo alguien, preguntan, piensan, cuestionan y como niños actúan. De
ellos me gusta escribir, de los niños vivos y reales, imperfectos, enmendables.
No de los niños probetas. Converso con ellos en la escalera de mi edificio, les
escucho o sigo sus bromas, les regalo libros, me encanta cuando se burlan de
las cosas que les dan por establecidas y razonan como nunca hacen los adultos.
Son un público virgen, sin compromisos, intereses creados, falsas poses. Nunca
un niño mentirá sobre un libro tuyo que ha leído. Un adulto sí, de buena o mala
gana. Cuesta bastante encontrar la sinceridad en algunas personas mayores.
Creo, modestamente, haber tocado en mis libros, temas que los niños necesitaban
escuchar y también los mayores que para ellos escriben o promueven LIJ. Esas
son mis motivaciones. Si inicialmente pretendí tocar lo no tocado o,
parafraseando al cuento La sombra,
de Hans Christian Andersen: Mirar
donde nadie podía mirar, y ver lo que nadie vio o que nadie debía ver... ver lo
que ninguna persona debe saber, pero que todos quisieran saber... con
los años me he percatado de que lo más importante en Literatura es lo literario
en sí. Puedes tener un buen tema, apelar a una circunstancia actual
provocativa, arramblar con lo que a todos preocupa y tu historia quizás no diga
nada nuevo ni aporte belleza o interés. Debe existir el deseo de experimentar
en cada uno de nosotros, pero los supuestamente buenos, provocativos y modernos
temas, no son la única carta de triunfo. Lo principal es una buena historia. He
escrito de realidades difíciles que me tocaban de cerca como el divorcio o la
inmigración ilegal. Desde niño, en la playa de Santa Fe, fui testigo del
desgarramiento que produce perder a un padre o amigos que se van mar adentro y
desaparecen en esa nada sin fin. Sin embargo, mis libros nunca se meten en
política, sino que tratan de mostrar el sufrimiento de un niño ante esas (u
otras) realidades.
Gianni Rodari |
En
el talento, oficio, inspiración, dedicación de cada uno de nosotros están las
claves de que el libro escrito sea una obra de arte o un mero tratado de
cualquier especialidad (psicología, sociología, sexología) menos la literatura
en sí. No creo en las fórmulas —antiguas o modernas— por efectivas que
parezcan. Ni en dar las cosas a cucharadas. Creo que la verdadera literatura
siempre permanece aunque pasen los años. Leo con la misma emoción, siempre
renovada, historias como El Gran Meaulnes
del francés Alain Fournier o El Guardián
el trigal de Salinger, que Claro de
luna, el cuento que un tal Luis Carlos Suárez me envió inédito al escribir
a Juventud Rebelde para confiarme su primera creación para niños. Durante años,
nuestra LIJ fue una Cenicienta, o mejor, una Bella Durmiente, acostada
placenteramente en los mullidos y acomodaticios cojines de lo trivial y
empobrecedor. Por épocas, padeció del coloniaje español que a nuestra América
dejaba llegar migajas de saber purgadas por la iglesia católica; luego, de la
intervención americana y en eras posteriores, de las coediciones con el Este, que
nos llenaron de ozesnos, raposas, liebres, Petias y Fedias. Han llegado los
tiempos del desvelo ante nuevos temas y actitudes referentes a la infancia.
En la FIL de La habana. Presentación libro |
Escribo de una forma natural. Incluso he debido luchar
contra mi escritura pues, heredero como soy del periodismo, mi estilo ha ido
variando desde más inmediato e informativo a más… ¿reflexivo? ¿Filosófico? A
veces me sorprendo reescribiendo viejas historias que eran apenas esbozos
(leads, se dice en la prensa) de lo que luego se convirtió en un libro. Los
años, las lecturas, el trabajo de editor de prensa y en editoriales, me han
ayudado a buscar —no sé si un estilo, eso lo dirán quienes me leen— pero sí al
menos una manera de expresarme y de que me entiendan. Para mí lo principal es
una historia. Gracias a Heras León y a Vargas Llosa —y lo digo siempre—
descubrí un secreto maravilloso que todo escritor debería dominar: el punto de
vista. Sin eso uno está perdido a la hora de contar. Y a mí me encanta trajinar
a mi antojo con el punto de vista, ir de la primera a la tercera, del
omnisciente al participante, conversar con los personajes o que estos me hablen
o le hablen al lector. Al principio escribía, lógicamente, de manera más
lineal, ahora me tardo años en un libro, pues mis historias se han ido complicando
con tramas, subtramas, literatura dentro de la literatura, referencias
intertextuales. Pero yo no escribo para niños de tal o cual edad, sino para
personas. Una buena historia que sea creíble es lo que busco siempre y esa le
gusta o disgusta a cualquiera, tenga la edad que tenga. Tampoco me preocupa eso
mucho, porque suele haber historias para todos los gustos. Y recuerdo que la
literatura no es más creíble porque sea más real o realista, sino por la
efectividad con que se cuenta. Como desprecio las fórmulas y me desapego hasta
de mis modos, pues en cada libro me enfrento yo mismo a algo nuevo. No se trata
de que intencionalmente yo le suba la parada a los niños, sino de que trato de
elevarme yo. Hay personas que me han sugerido que en mí conviven varios narradores
y no lo dudo, sí vemos que cada obra responde a diferentes estados anímicos,
momentos de inspiración o de tozudez al escribir para conjurar realidades
inarmónicas. Sí creo que a los niños no se les debe minimizar, ni empobrecer en
un reducido entorno de referencias manidas o tontas. Creo que esa época ya se
deja atrás. También ocurre que muchos de mis libros ahora se valen del canon
tradicional de la LIJ para decir otras verdades largo tiempo silenciadas y que
la propia literatura de adultos no osa tocar. Hace años lo expresaba Michael
Ende cuando dijo que si escribía así era porque era la manera de expresarse con
más libertad. Y a nosotros nos sucede lo mismo: estamos haciendo libros de
príncipes, reinas y dragones, pero en realidad es el pretexto para tocar
problemas eternos y de gran vigencia, que a veces poco tienen que ver con la
LIJ, aunque sí hurguen en las realidades de la infancia cubana.
Enrique, Susi y Galia |
¿En otra vida volverías a ser escritor?, me han dicho.
Y la respuesta es no. Como Ernest Hemingway pienso que, aunque hermoso, este es
el oficio más solitario que existe, uno de los más dedicados y azarosos y en el
caso de la LIJ hasta incomprendido y sumamente peligroso por la cantidad de
ojos que tienes encima de ti y de tu obra. A quienes escriben para adultos no
se les exige tanto como a nosotros y se les suele reconocer mucho más. Hay
además tan buenos libros escritos y tan poco tiempo para leerlos… Si se me
diera regresar cien o mil años después, y con bastante tiempo a mi favor,
quizás solo me dedicaría a revisar con fruición y espíritu crítico cuanto
alguna vez leí o he escrito.
Hago
una literatura para niños que rompe un poco el concepto tradicional y está
inscrita en una corriente que es la “literatura para personas”, entendiendo que
los niños se relacionan continuamente con los adultos y viven ese mundo.
No
es una literatura infantilista, que apele servil a los cánones clásicos del
género como hadas, duendes, unicornios o brujas. Por ejemplo, en mis libros se
trata el divorcio, el abandono de los padres, la soledad, la nostalgia, la
amistad, los niños incomprendidos o rechazados por alguna razón, ya sea en la
escuela, la familia o a nivel social.
Pero
no creo que sea un gran escritor y no es falsa modestia ni nada por el estilo,
sino que sencillamente pienso que nunca llegamos a ser un gran escritor. Eso
significa un largo camino, una montaña enorme, una montaña que debemos subir
pero, que para ser mejores, es necesario que al llegar arriba de la montaña nos
tracemos nuevas metas. Pienso, y lo he aplicado en mi vida, que en el cambio
constante está el desarrollo. Si los ríos nunca mueren es porque regalan sus
aguas a otros ríos y corren por montañas y valles para llegar al mar, del que,
a su vez, beben las aguas salobres que les dan nueva vida y color.
Dibujo de David Rodríguez. Felicitación. |
Félix
Pita Rodríguez, un gran escritor cubano Premio Nacional de Literatura, a leer
mis primeros textos dijo: “Eres un poeta
que escribe narraciones”. Aunque mayormente me conozcan por mis novelas o
cuentos, la poesía nunca me abandona. Siguiendo una frase de ese gran hombre,
recordaría que “la poesía es un silencio
que alguien de oído muy fino supo escuchar”. Más que género literario, es
actitud ante la vida. Aprendiendo a ver cuánto de hermoso se nos muestra,
vivimos mejor. En mis narraciones o poemas pervive ese modo otro de mirar, así —niños
y mayores— descubren que las personas, el mundo, la vida pueden ser mejores si
nosotros creemos —y luchamos— porque así sea.
Yo
escribo desde los dieciséis años, por inspiración, necesidad y, ya al cabo del
tiempo, por cierto oficio. Madrugo siempre aunque permanezca en casa y, entre
un café, me asaltan mis personajes reclamando más tiempo. Escribo bastante
rápido —a veces me he sorprendido con 50 cuartillas en media jornada— pero
reviso mucho. Aunque en verdad no lo planee así, casi todos mis libros se han
publicado diez o quince años después de escritos. Tengo historias que conocen
cuatro y cinco versiones en las que crecen o se reducen (reducir siempre es
mejor) y, generalmente, puedo trabajar en varias a la vez. He hecho muy poca
poesía, pero algunos afirman que en mi narrativa se respiran pasajes poéticos.
No lo niego ni lo afirmo. Me encanta el cuento, pero en la novela me siento
bien, pues me agrada dialogar y el flujo de la acción. En mis libros suceden muchas
cosas y abundan pocas descripciones del narrador omnisciente, si acaso, de
alguno de los participantes. Exploro formas y crecí como narrador tras
descubrir que las historias no se contaban simplemente, sino que hay técnicas,
modos y medios para compartirlas mejor con el lector.
Sería
difícil decir por qué escribo para niños, porque hay más de una razón. En
principio, desde pequeño he tenido muy cerca este tipo de literatura. En la
adolescencia, me hizo evidente que el mundo era algo más que mi barrio y que yo
había venido a este planeta para descubrirlo y conquistarlo. En la adultez, me
ha demostrado que puede ser la literatura más libre, espontánea, sincera,
vehemente y madura y —a la vez, la menos comprometida con intereses creados,
pero sí llena de compromisos con un ideal de justicia social, sobre todo para
la infancia— de todas las que se escriben.
En
verdad, como Aries que soy, me gusta luchar por las causas imposibles y, a
veces, la LIJ parece ser la peor (y menos reivindicada) entre todas…
A
veces, me sorprendo pensando en alguien que he conocido y luego resulta que se
trata de alguno de mis personajes. En ocasiones, cuando se me ocurre escribir
varias historias a la vez, ya casi me olvido de quién soy, por andar pensando
en mis argumentos. En todos ellos hay algo de mí y en mi persona, mucho de lo
que escribo. Creo, por último, que las historias están ahí y uno, el escritor,
es sólo un simple curioso, al que algo (o alguien) muy especial, le permite
acercarse a esas historias, atisbar por una puerta (o una ventana o una
hendija) a través de ellas y entrar a las mismas en un momento determinado. Ya
lo dijo el grande Gianni Rodari en su excelente Gramática de la fantasía.
Cuando
se es escritor, hay que saber cuándo se entra a una historia. Eso es lo más
importante. Y luego en voz de quién se va a contar lo que en ella ocurre. No
hay que temerle tanto a la página en blanco. Eso es un mito que han creado
aquellos escritores que no tienen nada muy importante que decir. En realidad,
la verdadera página en blanco no es la que se encuentra en la maquinita, en el
ordenador o aquella que sumisa se deja garabatear por lápices y bolígrafos.
La
peor página en blanco es el ser humano en sí, con todos sus misterios y caminos
encontrados.
Ustedes,
amigos, son una página en blanco.
También
yo... soy una página en blanco.
De
verdad.