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miércoles, 27 de febrero de 2013

A luz das palabras (15): Enrique Pérez Díaz



Enrique Pérez Díaz
Organizando papeles en mi casa, encontré cuatro cartas de una de las relaciones epistolares más intensas y emocionantes que mantuve con persona alguna. Están datadas en 1995. Una de ellas enviada a la editorial Galaxia. ¡Qué hermosa experiencia! Una correspondencia que comenzó sobre los años 91 o 92 más o menos. Una relación con algunos paréntesis, dudas con las direcciones. Una relación que llevó a perder la continuidad, debido a múltiples circunstancias, ninguna de las cuales fue el cariño y la admiración mutuos. Enrique Pérez Díaz es el nombre de la persona  que recibía y enviaba cartas llenas de amistad y ternura. Eran tiempos complicados.  Enrique es un escritor cubano, director de la Editorial Gente Nueva, investigador, cuentacuentos y periodista. Es un pionero de la LIJ en la isla y un amante profundo de la literatura para los pequeños y jóvenes. Mientras relero las cartas, los recortes que contienen y escibo estas líneas escucho a Silvio Rodríguez. Así me introduzco mejor en lo que quiero decir. Cuba fue siempre, para mí, algo querido y un ejemplo. Con sus contradicciones y errores, mi enamoramiento de esta isla caribeña es permanente. Y hoy hablo con satisfacción de Enrique Pérez Díaz, el hombre que afirma en voz alta que escribir para niños era escribir para personas. El hombre lleno de inquietudes literarias, a quien conocí a través de las cartas a principios de los años 90, y que no pude abrazarlo personalmente hasta la Feria Internacional del Libro de La Habana en 2008. Y eso que él venía a España cada cierto tiempo. Pues no había manera de vernos cara a cara para hablar largo y tendido sobre literatura y poesía. Para fundirnos en un abrazo poético y amistoso, después de tantas y tantas hojas escritas, llenas de buenos deseos, que cruzaban el océano en ambas direcciones. Director de la Editorial Gente Nueva, como ya he dicho, la primera que publicó literatura infantil en la isla y que sirvió de referencia lectora  a muchos niños y niñas de Cuba. Afortunadamente, siguiendo su ejemplo, otras editoras han ido apareciendo en la cultura cubana con similares objetivos. Y en 2008, Gente Nueva editó de la mano de Enrique, mi libro El río va recitando, que se presentó en la FIL de La Habana, en medio de un ambiente lúdico y maravilloso. Un recuerdo aquí, muy cariñoso, para el autor de las ilustraciones, Javier Dueñas, que estuvo muy cariñoso y amable conmigo. Hizo un gran trabajo.
Afirmaba en 2012 Enrique Pérez Díaz a Cuba Literaria que “la literatura infantil cubana está en un momento de despegue, en búsquedas, en tanteos y ya con buenas obras que respaldan su buena salud y que ya empieza a haber muchos autores que quieren escribir para niños. Por lo menos, ya hay dónde escoger.  Atrás queda la época en que se publicaba cualquier cosa. Ahora, hay mayor rigor en la selección”.  Y añade Enrique: “ Al leer otros libros, los mismos autores se nutren muchísimo de ellos y se nos acercan con obras más atrevidas”.
Y marca, a continuación, un reto para la editorial que dirige: “El reto de Gente Nueva es acercarse al lector del siglo XXI, que no es el mismo del anterior, pues funciona con nuevos códigos y referentes.”
En La Habana, Enrique, siempre generoso, me regaló unos libros pequeños artesanales, hechos por él, que guardo como un tesoro, porque…¡son un tesoro!
Enrique no es desconocido en España. Ha publicado varios libros muy interesantes. Los que voy a citar están todos en Anaya. Uno de ellos es un magnífico ensayo, El escritor frente al mito de un niño lector. Los otros, ya de creación, son Las cartas de Alain (Col. Sopa de Libros), un poemario, Versos al nunca jamás, en la misma colección y en Espacio Abierto, Miedos de invierno. Enrique es un trabajador imparable en el terreno de la LIJ, un apasionado de las distintas partes en las que divide su acción. Todas lo apasionan, las lleva a la vez y dedica mucho tiempo a la investigación.
Como novelista afirma que “no me inquietan mucho las temáticas pues, por lo general, surgen primero las historias. He explorado temáticas atrevidas sin proponérmelo. Aparecen como telón de fondo de un argumento que es lo que me atrapa y seduce”.
Ahora nos comunicamos a través de correos electrónicos. Estamos en contacto. Tenemos proyectos conjuntos que ojalá cristalicen. Este hombre de espíritu libre, como él proclama, en compañía de Galia, su mujer, y de Anduin, su hijo, sigue una trayectoria recta a favor de la LIJ en Cuba o en cualquier parte del mundo a la que pueda acceder. Es un ejemplo de dedicación. Es un hermano en la dsitancia física.
Hoy nos deja,  en Versos e aloumiños, un texto de enorme valor para todos los que amamos la literatura sin adjetivos. Gocemos de él  y gracias, hermano.

Enrique con Antonio na Editorial Gente Nueva  (La Habana)




LA INFANCIA SIN LÍMITES: ¿Por qué escribo LIJ? Claves y pretextos
Enrique Pérez Díaz (Cuba)


Hans C. Andersen
A mí siempre me han movido diversas motivaciones para escribir. Nunca soñé con ser escritor, pues adoraba ser veterinario o artista. Pero he sido siempre un gran lector: voraz, vicioso, consuetudinario, desenfrenado, desmesurado. Desde muy niño quizás leí por necesidad de evadir las aristas duras de mi niñez y una curiosidad innata hacia lo que escondían las páginas. En la adolescencia, muchas personas vieron en mí dotes para la escritura. Me enviaban a concursos por mi memoria y capacidad e inventiva al redactar temas “libres”, que no lo eran, pero yo sí los liberaba de todo dogal. Recuerdo que en una inspección a la primaria donde estudiaba, me escogieron para escribir sobre algo patriótico y yo hice una composición de varios niños en medio de una selva que se perdían con los piratas de la Malasia y corrían percances y peripecias. Ante el aplauso de mis condiscípulos y el asombro de las profesoras y la dirección los metodólogos le dieron cien a la clase por mi sorprendente y desbordante fantasía y la hipotética y eficiente labor pedagógica de mi profesora de Español. Siempre he sido alguien con espíritu de contradicción y un innato rechazo a lo establecido. Y eso también me motivó a escribir como lo he hecho. Cuando en los 80 me tomo la LIJ en serio decidí primero leerme, releerme y buscar cuanto me pudiera ser de utilidad. Los libros teóricos que hallé me informaron de autores que ni soñaba existieran. Los libros de ficción, me acercaron a estéticas que enseguida me deslumbraron: Gianni Rodari, María Gripe, Astrid Lindgren, María Elena Walsh, Tormod Haugen, Lygia Bojunga, Christine Nöstlinger. Amén de los clásicos que releí de cabo a rabo. Todavía laboraba de periodista asalariado cuando escribí mis primeros libros que guardo inéditos y eran más fruto de un taller impuesto por mí mismo que de un estilo depurado o ansias de trascender. Entonces escribía por espíritu de contradicción, de cosas no tocadas, mencionadas siquiera en nuestro movimiento, que paradójicamente era bastante estático. Con los años, las motivaciones han variado. Ahora mis libros responden no tanto a mis ideas como a mis sentimientos o mis deseos de expresar más que de comunicar, y en ellos siempre están los niños. Los niños me gustan, pero no niños-postales, sino vivos, de esos que oyen malas palabras y las repiten, que hacen maldades, trepan a los árboles, juegan pelota en la calle, van a la playa conmigo a pescar, ven películas de mayores y en vez de repetir como papagayos lo que dijo alguien, preguntan, piensan, cuestionan y como niños actúan. De ellos me gusta escribir, de los niños vivos y reales, imperfectos, enmendables. No de los niños probetas. Converso con ellos en la escalera de mi edificio, les escucho o sigo sus bromas, les regalo libros, me encanta cuando se burlan de las cosas que les dan por establecidas y razonan como nunca hacen los adultos. Son un público virgen, sin compromisos, intereses creados, falsas poses. Nunca un niño mentirá sobre un libro tuyo que ha leído. Un adulto sí, de buena o mala gana. Cuesta bastante encontrar la sinceridad en algunas personas mayores. Creo, modestamente, haber tocado en mis libros, temas que los niños necesitaban escuchar y también los mayores que para ellos escriben o promueven LIJ. Esas son mis motivaciones. Si inicialmente pretendí tocar lo no tocado o, parafraseando al cuento La sombra, de Hans Christian Andersen: Mirar donde nadie podía mirar, y ver lo que nadie vio o que nadie debía ver... ver lo que ninguna persona debe saber, pero que todos quisieran saber... con los años me he percatado de que lo más importante en Literatura es lo literario en sí. Puedes tener un buen tema, apelar a una circunstancia actual provocativa, arramblar con lo que a todos preocupa y tu historia quizás no diga nada nuevo ni aporte belleza o interés. Debe existir el deseo de experimentar en cada uno de nosotros, pero los supuestamente buenos, provocativos y modernos temas, no son la única carta de triunfo. Lo principal es una buena historia. He escrito de realidades difíciles que me tocaban de cerca como el divorcio o la inmigración ilegal. Desde niño, en la playa de Santa Fe, fui testigo del desgarramiento que produce perder a un padre o amigos que se van mar adentro y desaparecen en esa nada sin fin. Sin embargo, mis libros nunca se meten en política, sino que tratan de mostrar el sufrimiento de un niño ante esas (u otras) realidades.
Gianni Rodari
En el talento, oficio, inspiración, dedicación de cada uno de nosotros están las claves de que el libro escrito sea una obra de arte o un mero tratado de cualquier especialidad (psicología, sociología, sexología) menos la literatura en sí. No creo en las fórmulas —antiguas o modernas— por efectivas que parezcan. Ni en dar las cosas a cucharadas. Creo que la verdadera literatura siempre permanece aunque pasen los años. Leo con la misma emoción, siempre renovada, historias como El Gran Meaulnes del francés Alain Fournier o El Guardián el trigal de Salinger, que Claro de luna, el cuento que un tal Luis Carlos Suárez me envió inédito al escribir a Juventud Rebelde para confiarme su primera creación para niños. Durante años, nuestra LIJ fue una Cenicienta, o mejor, una Bella Durmiente, acostada placenteramente en los mullidos y acomodaticios cojines de lo trivial y empobrecedor. Por épocas, padeció del coloniaje español que a nuestra América dejaba llegar migajas de saber purgadas por la iglesia católica; luego, de la intervención americana y en eras posteriores, de las coediciones con el Este, que nos llenaron de ozesnos, raposas, liebres, Petias y Fedias. Han llegado los tiempos del desvelo ante nuevos temas y actitudes referentes a la infancia.
En la FIL de La habana. Presentación libro
Escribo de una forma natural. Incluso he debido luchar contra mi escritura pues, heredero como soy del periodismo, mi estilo ha ido variando desde más inmediato e informativo a más… ¿reflexivo? ¿Filosófico? A veces me sorprendo reescribiendo viejas historias que eran apenas esbozos (leads, se dice en la prensa) de lo que luego se convirtió en un libro. Los años, las lecturas, el trabajo de editor de prensa y en editoriales, me han ayudado a buscar —no sé si un estilo, eso lo dirán quienes me leen— pero sí al menos una manera de expresarme y de que me entiendan. Para mí lo principal es una historia. Gracias a Heras León y a Vargas Llosa —y lo digo siempre— descubrí un secreto maravilloso que todo escritor debería dominar: el punto de vista. Sin eso uno está perdido a la hora de contar. Y a mí me encanta trajinar a mi antojo con el punto de vista, ir de la primera a la tercera, del omnisciente al participante, conversar con los personajes o que estos me hablen o le hablen al lector. Al principio escribía, lógicamente, de manera más lineal, ahora me tardo años en un libro, pues mis historias se han ido complicando con tramas, subtramas, literatura dentro de la literatura, referencias intertextuales. Pero yo no escribo para niños de tal o cual edad, sino para personas. Una buena historia que sea creíble es lo que busco siempre y esa le gusta o disgusta a cualquiera, tenga la edad que tenga. Tampoco me preocupa eso mucho, porque suele haber historias para todos los gustos. Y recuerdo que la literatura no es más creíble porque sea más real o realista, sino por la efectividad con que se cuenta. Como desprecio las fórmulas y me desapego hasta de mis modos, pues en cada libro me enfrento yo mismo a algo nuevo. No se trata de que intencionalmente yo le suba la parada a los niños, sino de que trato de elevarme yo. Hay personas que me han sugerido que en mí conviven varios narradores y no lo dudo, sí vemos que cada obra responde a diferentes estados anímicos, momentos de inspiración o de tozudez al escribir para conjurar realidades inarmónicas. Sí creo que a los niños no se les debe minimizar, ni empobrecer en un reducido entorno de referencias manidas o tontas. Creo que esa época ya se deja atrás. También ocurre que muchos de mis libros ahora se valen del canon tradicional de la LIJ para decir otras verdades largo tiempo silenciadas y que la propia literatura de adultos no osa tocar. Hace años lo expresaba Michael Ende cuando dijo que si escribía así era porque era la manera de expresarse con más libertad. Y a nosotros nos sucede lo mismo: estamos haciendo libros de príncipes, reinas y dragones, pero en realidad es el pretexto para tocar problemas eternos y de gran vigencia, que a veces poco tienen que ver con la LIJ, aunque sí hurguen en las realidades de la infancia cubana.
Enrique, Susi y Galia
¿En otra vida volverías a ser escritor?, me han dicho. Y la respuesta es no. Como Ernest Hemingway pienso que, aunque hermoso, este es el oficio más solitario que existe, uno de los más dedicados y azarosos y en el caso de la LIJ hasta incomprendido y sumamente peligroso por la cantidad de ojos que tienes encima de ti y de tu obra. A quienes escriben para adultos no se les exige tanto como a nosotros y se les suele reconocer mucho más. Hay además tan buenos libros escritos y tan poco tiempo para leerlos… Si se me diera regresar cien o mil años después, y con bastante tiempo a mi favor, quizás solo me dedicaría a revisar con fruición y espíritu crítico cuanto alguna vez leí o he escrito.
Hago una literatura para niños que rompe un poco el concepto tradicional y está inscrita en una corriente que es la “literatura para personas”, entendiendo que los niños se relacionan continuamente con los adultos y viven ese mundo.
No es una literatura infantilista, que apele servil a los cánones clásicos del género como hadas, duendes, unicornios o brujas. Por ejemplo, en mis libros se trata el divorcio, el abandono de los padres, la soledad, la nostalgia, la amistad, los niños incomprendidos o rechazados por alguna razón, ya sea en la escuela, la familia o a nivel social.
Pero no creo que sea un gran escritor y no es falsa modestia ni nada por el estilo, sino que sencillamente pienso que nunca llegamos a ser un gran escritor. Eso significa un largo camino, una montaña enorme, una montaña que debemos subir pero, que para ser mejores, es necesario que al llegar arriba de la montaña nos tracemos nuevas metas. Pienso, y lo he aplicado en mi vida, que en el cambio constante está el desarrollo. Si los ríos nunca mueren es porque regalan sus aguas a otros ríos y corren por montañas y valles para llegar al mar, del que, a su vez, beben las aguas salobres que les dan nueva vida y color.
Dibujo de David Rodríguez. Felicitación.
Félix Pita Rodríguez, un gran escritor cubano Premio Nacional de Literatura, a leer mis primeros textos dijo: “Eres un poeta que escribe narraciones”. Aunque mayormente me conozcan por mis novelas o cuentos, la poesía nunca me abandona. Siguiendo una frase de ese gran hombre, recordaría que “la poesía es un silencio que alguien de oído muy fino supo escuchar”. Más que género literario, es actitud ante la vida. Aprendiendo a ver cuánto de hermoso se nos muestra, vivimos mejor. En mis narraciones o poemas pervive ese modo otro de mirar, así —niños y mayores— descubren que las personas, el mundo, la vida pueden ser mejores si nosotros creemos —y luchamos— porque así sea.
Yo escribo desde los dieciséis años, por inspiración, necesidad y, ya al cabo del tiempo, por cierto oficio. Madrugo siempre aunque permanezca en casa y, entre un café, me asaltan mis personajes reclamando más tiempo. Escribo bastante rápido —a veces me he sorprendido con 50 cuartillas en media jornada— pero reviso mucho. Aunque en verdad no lo planee así, casi todos mis libros se han publicado diez o quince años después de escritos. Tengo historias que conocen cuatro y cinco versiones en las que crecen o se reducen (reducir siempre es mejor) y, generalmente, puedo trabajar en varias a la vez. He hecho muy poca poesía, pero algunos afirman que en mi narrativa se respiran pasajes poéticos. No lo niego ni lo afirmo. Me encanta el cuento, pero en la novela me siento bien, pues me agrada dialogar y el flujo de la acción. En mis libros suceden muchas cosas y abundan pocas descripciones del narrador omnisciente, si acaso, de alguno de los participantes. Exploro formas y crecí como narrador tras descubrir que las historias no se contaban simplemente, sino que hay técnicas, modos y medios para compartirlas mejor con el lector.
Sería difícil decir por qué escribo para niños, porque hay más de una razón. En principio, desde pequeño he tenido muy cerca este tipo de literatura. En la adolescencia, me hizo evidente que el mundo era algo más que mi barrio y que yo había venido a este planeta para descubrirlo y conquistarlo. En la adultez, me ha demostrado que puede ser la literatura más libre, espontánea, sincera, vehemente y madura y —a la vez, la menos comprometida con intereses creados, pero sí llena de compromisos con un ideal de justicia social, sobre todo para la infancia— de todas las que se escriben.
En verdad, como Aries que soy, me gusta luchar por las causas imposibles y, a veces, la LIJ parece ser la peor (y menos reivindicada) entre todas…
A veces, me sorprendo pensando en alguien que he conocido y luego resulta que se trata de alguno de mis personajes. En ocasiones, cuando se me ocurre escribir varias historias a la vez, ya casi me olvido de quién soy, por andar pensando en mis argumentos. En todos ellos hay algo de mí y en mi persona, mucho de lo que escribo. Creo, por último, que las historias están ahí y uno, el escritor, es sólo un simple curioso, al que algo (o alguien) muy especial, le permite acercarse a esas historias, atisbar por una puerta (o una ventana o una hendija) a través de ellas y entrar a las mismas en un momento determinado. Ya lo dijo el grande Gianni Rodari en su excelente Gramática de la fantasía.
Cuando se es escritor, hay que saber cuándo se entra a una historia. Eso es lo más importante. Y luego en voz de quién se va a contar lo que en ella ocurre. No hay que temerle tanto a la página en blanco. Eso es un mito que han creado aquellos escritores que no tienen nada muy importante que decir. En realidad, la verdadera página en blanco no es la que se encuentra en la maquinita, en el ordenador o aquella que sumisa se deja garabatear por lápices y bolígrafos.
La peor página en blanco es el ser humano en sí, con todos sus misterios y caminos encontrados.
Ustedes, amigos, son una página en blanco.
También yo...  soy una página en blanco.
De verdad.