Algo mitificada a veces por ciertos críticos y literatos como Juan Manuel de Prada en su, por otra parte, excelente libro Desgarrados y excéntricos, la bohemia madrileña de las primeras décadas del siglo XX constituyó, por lo general, un desfile de sablistas y personajes esperpénticos de escaso talento literario. Remito al mencionado estudio de Prada a quienes deseen leer por extenso acerca de algunos especímenes entre los muchos que cultivaron una literatura de ínfima calidad en estos años. Pero, por supuesto, como en todo, hubo también en la bohemia honrosas excepciones, entre las que se cuentan, sin ir más lejos, Alejandro Sawa o Ramón Gómez de la Serna. Y, por supuesto, el escritor que nos ocupa en las siguientes líneas: el madrileño Emilio Carrere, cuyo apellido aparece a veces escrito también como Carrère, con acento grave.
Con su inseparable pipa
Poeta, ensayista, traductor, periodista, colaborador en emisiones radiofónicas, letrista ocasional de zarzuelas y, sobre todo, narrador, Carrere fue uno de los escritores de mayor popularidad del primer cuarto del XX, pese a lo cual se halla hoy prácticamente olvidado. Influida por los simbolistas franceses como Baudelaire y Verlaine, su poesía puede encuadrarse dentro de la tendencia modernista del decadentismo. Carrere tuvo, además, el honor de ser uno de los primeros antólogos españoles de la poesía modernista, al publicar en 1906 La Corte de los Poetas. Florilegio de Rimas Modernas, volumen en el que, claro está, incluyó algunas de sus propias composiciones.
Pero Carrere nos interesa más como narrador, y en ese terreno destacó como creador de novelas cortas, un buen número de las cuales aparecieron en las ya clásicas colecciones semanales a precios populares como La Novela de Hoy, La Novela Corta o El Cuento Semanal. Con una prosa directa, de fácil lectura y párrafos breves—como también breves solían ser los capítulos de sus novelitas—llenos de ingeniosas metáforas, sus obras se adentran en todo tipo de géneros, desde el policíaco al sicalíptico, pasando por la novela de aventuras o de misterio. En algunos de sus títulos se escuchan ecos de Arthur Conan Doyle, Jules Verne o su siempre admirado Edgar Allan Poe, a quien llegó a verter al español en más de una ocasión a partir de la reputada traducción francesa de Baudelaire. Liberal y republicano antes de la Guerra Civil, pese a no escribir casi nunca obras abiertamente políticas, no sintió mayores reparos en arrimarse a los vencedores una vez concluido el conflicto con objeto de mantener su carnet de periodista y poder realizar gestiones para tratar de sacar de aprietos con el régimen franquista a amigos y familiares. Para entonces no vivía ya de la literatura merced a una herencia paterna, y si bien continuó escribiendo y llegó a ser nombrando cronista oficial de la Villa de Madrid, su producción literaria disminuyó notablemente durante la década de los 40 hasta el año de su fallecimiento en su ciudad natal en 1947.
Carrere fue, por otra parte, uno de los mayores maestros en el dudoso arte del refrito, publicando a menudo la misma novela con títulos diferentes y con escasos o nulos cambios. A veces modificaba el final o añadía algún que otro capítulo, o refundía relatos breves ya publicados con anterioridad, pero otras veces no se molestaba ni en eso. Solía también sacar a la luz volúmenes que recopilaban obras ya editadas previamente, en más de una ocasión con la desfachatez de presentarlas como "novelas inéditas". Si alguien le reprochaba tales prácticas, Carrere respondía que se encontraba en su derecho, ya que, a diferencia de los novelistas, los compositores de canciones cobraban derechos de autor cada vez que se interpretaban sus composiciones, por lo cual sus refritos no le causaban el menor remordimiento. Esta particular lógica dificulta exponencialmente la catalogación y el estudio de la obra carreriana, que a simple vista parece ingente pero que no lo es tanto si tenemos en cuenta estas prácticas de autoplagio.
Edición de Valdemar
Maestro como era de la novela breve, Carrere solamente escribió, que se sepa, una novela larga: La torre de los siete jorobados. Y para eso, ni siquiera es completamente de su autoría, como varios críticos se han ocupado de señalar. Publicada por vez primera en 1920, La torre de los siete jorobados está basada en un relato anterior de Carrere titulado "El señor Catafalco", al que el autor fue añadiendo capítulos con objeto de prolongarlo y publicarlo como una novela extensa. Pero incluso con los textos adicionales salidos de su pluma, la obra no alcanzaba la extensión requerida, y al hacer Carrere oídos sordos a las peticiones del editor Manuel Palomeque, éste hubo de procurarse a otro autor que escribiese más capítulos de relleno y retocase mínimamente otros ya escritos. Dicho escritor fue Jesús de Aragón, quien solía firmar sus obras con los seudónimos de "Capitán Sirius" y "J. de Nogara" y cuya carrera literaria todavía no había despegado por entonces. El resultado final fue el texto de La torre de los siete jorobados tal y como se conoce hoy y que pronto se convirtió en uno de los títulos de mayor éxito comercial de Carrere. Se trata de una obra heterogénea que aúna elementos del folletín, de la novela gótica—género no demasiado cultivado en España—, de aventuras, de misterio y policíaca, y que tiene un trasfondo teosófico y ocultista, seudociencias por las que Carrere sentía una gran pasión, como atestiguan decenas de artículos periodísticos y textos literarios suyos.
Edgar Neville
La popularidad de La torre de los siete jorobados llevaría a Edgar Neville a adaptar la novela a la gran pantalla en 1944, más de dos décadas después de su publicación original. La película, hoy bastante desconocida, tiene su interés y, por desgracia, sufrió imposiciones por parte de la censura franquista debido a los elementos fantásticos y ocultistas presentes en su trama que dificultaron el trabajo de adaptación de Neville. Afortunadamente, la novela ha sido reeditada por Valdemar con un estudio preliminar de Jesús Palacios, quien se ha ocupado de sacar a la luz en la misma editorial una serie de volúmenes como La calavera de Atahualpa, Los muertos huelen mal o La casa de la cruz que reúnen relatos y novelas cortas de Carrere, poniendo así de nuevo a disposición de los lectores interesados el imaginativo y siempre entretenido universo literario de este inenarrable bohemio madrileño.