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sábado, 31 de agosto de 2013

SENTADO CON PESSOA (II) Fernando Pessoa



 Pois si, sentado con Pessoa a sensación móvese entre a satisfacción e a responsabilidade.

Por iso, hoxe quero achegarme máis a el e leo o libro Aforismos do poeta portugués, editado por Renacimiento, con selección, tradución e prólogo de José Luis García Martín.

García Martín, no prólogo, afirma que " Fernando Pessoa, que para tantos pareceu un perfecto exemplo de incomprensión e fracaso, foi en realidade o que quixo ser: poeta e filósofo, pero tamén economista, inventor, editor, activista social e político, teósofo, ocultista, tradutor e redactor de cartas comerciais (actividade coa que gañaba a vida)". E comeza o limiar deste libro dicindo que "Todo na vida de Pessoa, tan amante dos paradoxos, foi un paradoxo. O home que escribiu que minha pátria é a língua portuguesa tivo como primeira lingua literaria o inglés, en inglés escribiu moitas das súas anotacións íntimas e en inglés dixo as súas derradeiras palabras. O home escuro, o poeta sen biografía, o autor póstumo foi en realidade recoñecido en vida coma mestre polos seus coetáneos e polos nomes máis brillantes da nova xeración, gustou do escándalo e da notoriedade xornalística, preocupouse de dar a coñecer - en revistas, en libro- o que consideraba fundamental da súa obra".

Ben, ata aquí unhas liñas interesantes sobre Pessoa do editor destes aforismos.

Síntome algo presionado polo que se escribiu del, pero gozo con estes pensamentos e reflexións, moitos deles inéditos en español.

A ver que vos parecen.

                                     



1. La belleza es el nombre de algo que no existe y que yo le doy a las cosas a cambio del agrado que me dan.



2. Todas las frases del libro de la vida, si se leen hasta el final, terminan en una interrogación.


3. La literatura, como todo el arte, es una confesión de que la vida no basta.



4. Para escribir buena prosa hay que ser poeta porque esa es la condición para escribir bien.


5. Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir, es acordarse hoy de lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida.


6. Solo un realista puede encontrar la realidad; solo un romántico la puede crear.

jueves, 29 de agosto de 2013

ESCAPARATE POÉTICO (XXIII) Kirmen Uribe




    KIRMEN URIBE   (Ondarroa, 1970)




CARDIOGRAMA

-          Descríbeme su corazón.
-          Parece un lago helado
            en el que se va borrando
            el rostro del niño que un día fue.
Kirmen Uribe
………………………………………………………………


KARDIOGRAMA


-          Deskriba iezadazu bere bihotza.
-          Laku izoztu bat ematen du,
        eta behin izan zen haurraren aurpegia
       ezabatzen ari da bertan.







TECNOLOGÍA

Mi abuelo no sabía leer, tampoco
sabía escribir. Sin embargo, era conocido

por las historias que contaba. Él encendía,
rodeado de críos, las fogatas de San Juan.

La caligrafía de mi padre era inclinada, elegante.
Tejía el papel con precisión,

como si esculpiera sobre la pizarra.
Todavía tengo la postal que envió desde la mili:

“Yo bien, tú bien
Mándame cien”.

Nosotros mandamos
correos electrónicos.

Es cierto: en tres generaciones hemos recorrido
un largo trecho en la historia de la escritura.

De todas formas, las preocupaciones, los miedos
son los mismos de siempre, y lo seguirán siendo:

“Yo bien, tú bien…”






DEVOLVEDLO

Y el día en que el viento sur me lleve
devolved mi cuerpo a la tierra en que nací,
enterradlo cerca del mar, junto a mis amigos,
rodeado de gente de buena voluntad:
con los marinos:
con los heroinómanos,
con el poeta.








NUBES

Las nubes huyen. Las sábanas
huelen a sol de invierno.
Aún es temprano.

´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´

HODEIAK

Ihesi doaz hodeiak. Neguko
eguzkiaren usaina maindireek.
Goiz da oraindik.











(Del libro Mientras tanto cógeme la mano, editado por Visor, 2010)

martes, 27 de agosto de 2013

PASEO POÉTICO (IV) Con León Felipe





Tenía muchas ganas de pasear con él. Pero siempre ponía cualquier pretexto para no hacerlo.
¿Él o yo? Pues no lo sé. Tal vez excesivo respeto a su persona, por mi parte. O a su poesía.
¿Quién sabe? Lo conocí en la voz de Paco Ibáñez (como tantos) cuando éste cantaba: Así es mi vida, / piedra,/ como tú; como tú,/ piedra pequeña; / como tú,/ piedra ligera; / como tú… Me emocionaron tanto la canción y el poema que me hice amigo silencioso, casi clandestino, de él.
Dejó de ser silencioso, aunque León Felipe nunca lo supiera, cuando Aguaviva ponía en música palabras del poeta de Tábara tan certeras como que “al hombre lo duermen con cuentos. Y yo  sé todos los cuentos”.
Nos hicimos íntimos más adelante, aunque él siguiese sin saberlo, cuando escuché su propia voz áspera y muy sentida, grabada en un disco. Decía versos tan emotivos como éstos:

Ser en la vida

romero,

romero sólo que cruza

siempre por caminos nuevos;

ser en la vida

romero,

sin más oficio, sin otro nombre

y sin pueblo (…)

¡Qué cerca me encontraba yo de él en aquel tiempo! Me sentía romero en la vida recorriendo caminos llenos de polvo.
Hoy se ha cumplido mi sueño.  Estoy paseando con él por la Avenida Versos y oraciones del caminante. Pasos lentos, barba cana, boina negra, León Felipe desprende la emoción del poeta auténtico, sin florituras, sin oscuridades, directo al corazón de quien lo lee o escucha. Confieso que lloré con sus poemas. No me da vergüenza decirlo. Al revés, siempre lo he llevado muy dentro pese a la cantidad de poetas, hombres y mujeres, que he ido leyendo y que tanto aportaron a mi vida.
Voy a su lado y casi no le digo nada.  No soy capaz. Esa defensa de la poesía auténtica me eriza la piel.  No me importan las palabras de mi admirado Juan Ramón, cuando afirmó, con esa lengua afilada que lo distinguía, que era el mejor de los poetas menores. ¡Ay, Juan Ramón!

Camino junto a León Felipe, que lleva en la mano su hermoso libro Versos y oraciones del caminante (libro que recomiendo vivamente). De él va leyendo con voz algo cansina algunos poemas:

POESÍA…

tristeza honda y ambición del alma…

¡Cuándo te darás a todos… a todos,

al príncipe y al paria,

a todos…

sin ritmo y sin palabras! (…)

¡Cuánta razón tiene!
Esa poesía, que yo tanto amo, llegando a personas de toda condición. Utopía. Hermosa y necesaria Utopía.
No lo interrumpo mientras sigue leyendo:

Aguaviva
Más bajo, poetas, más bajo…

no lloréis tan alto,

no gritéis tanto…

más bajo, más bajo, hablad más bajo.

Si para quejaros

acercáis  la bocina a vuestros labios,

parecerá vuestro llanto,

como el de las plañideras, mercenario (…)

No me atrevo a contradecirlo. La poesía y los poetas también necesitan gritar bien alto. Sobre todo cuando vivimos en tiempos de miseria como éstos. Pero reconozco que en el sentido que él lo escribe no carece de razón.

Lee un poema que comienza diciendo que deshagan ese verso y que le quiten los caireles de la rima, el metro, la cadencia y hasta la idea misma.
Queda sorprendido cuando rompo mi silencio y le recito de memoria lo siguiente:

León Felipe
¿Qué
importa
que la estrella
esté remota
y deshecha
la rosa?...
Aún tendremos
el brillo y el aroma.

Sonríe mostrando una expresión serena de viejecillo tierno. Se quita la boina. Saca un pañuelo para secarse la cabeza. Su sonrisa es tímida.
Me mira y comienza a decirme: ¡Que lástima / que yo no pueda cantar a la usanza / de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan! … Y se detiene.
Por una vez me dirijo a él con un tono imperativo que lo inquieta. Se detiene en su lectura y se queda en donde estaba. Entonces, yo le digo que él canta lo mismo que los poetas de hoy y de mañana; le digo que sí tiene comarca; que al río que pasa rodando las mismas aguas le interesa su palabra; le digo que tiene muchas casas en el corazón de las personas sensibles que lo leen; que no importa que no tenga espada, que tiene una mesa , un viejo sillón de cuero y que no es un paria… No lo dejo continuar. Hace mucho que me emocioné con ese poema. Lo tomo de la mano y lo abrazo. Él, abrazado a mí, me va diciendo otro triste y hermoso poema en voz baja:

Yo no sé cómo soy…
y no sé lo que quiero…
y no sé a dónde voy
cambiando, inquieto, siempre de sendero…
Algo espero, sí, pero…
¡No sé, tampoco, lo que espero!...

Lo abrazo con más fuerza si cabe. Noto sus lágrimas en mi hombro. Se funden con las mías.
Le digo que va directo a la parte emocional del ser humano y que muchos  como yo necesitamos su palabra limpia, clara y directa. Que su poesía está bañada en lo más profundo de los sentimientos, que es necesaria porque tiene brillo y que no es verdad que le sirva para rezar en soledad bajo el cielo azul. Me toma la mano y la acaricia con cariño.

Él, que se encuentra cansado al estar día tras día, año tras año, dando vueltas a la misma noria.
Él, que dice tener abandonado el corazón, al que llama palacio viejo, desmantelado, palacio desierto, mudo y lleno de misteriosos silencios.
Él que tiene hambre y sed de justicia, que se siente vacío, que ya no conoce el camino, que ya no le alumbra su estrella y se ha apagado su amor. Él, que no ve ni una luz en el cielo…

Él, León Felipe, se sienta conmigo en un banco de piedra de la Avenida, que se siente peregrino e, incluso, niño me dice:
¡Qué / pena,/ qué / pena/ que / sea / así todo siempre,/ siempre de la misma manera!

Yo le susurro al oído palabras que sólo quiero compartir con él. Palabras que me niego  que lleguen a escuchar los grandes críticos, de los que infravaloran su poesía, de los que no aman la palabra poética auténtica o de los que buscan poemas para terminar dando un salto en el vacío.
Ahora, vuelve a emocionarse. Vuelve a abrir su libro. Busca una página. Yo sigo atentamente sus movimientos. Al fin da con ella.
Y  comienza a leerme en voz más alta unos hermosos versos:
-          
                   -Despierta,
      poeta,
          despierta…
levántate  y ponte de fiesta

que está llamando el amor a la puerta,


-          Dejadme… dejadme que duerma.

León Felipe me aprieta cariñosamente mi brazo izquierdo. Se detiene a pensar, se mesa con suavidad su barba cana y se levanta. Me mira por última vez y se va caminando lentamente, mientras cada vez escucho con mayor dificultad los versos que va diciendo: Despierta,/poeta, /despierta…/ Y ponte la túnica…

¡Qué feliz me siento!

Comienzo a pensar un poema en su honor. Un poema de homenaje a este poeta de verdad, demasiadas veces incomprendido. Las palabras revolotean en mi mente. Ya saldrá.

Entonces, recuerdo un corto poema de este poeta admirable:

Aguardad vuestro turno
con paciencia y con fe.
Que hay más estrellas que hombres
y hay alas para Todos.




Y pensando en este paseo tan hermoso, me dirijo lentamente a mi casa para tallar un verso a la luz de la luna o del crepúsculo…
Mas ese verso me lo quedaré para mí únicamente porque, como dijo el poeta, será un verso hijo de una gran sensación y cuyo ritmo se acorde al compás de nuestra vida y con el latido de nuestra sangre.




  Poema de homenaje a León Felipe que se encuentra en mi libro "Al hilo de la palabra" (Hiperión)








                                                                                                                      O POETA PASEANTE

sábado, 24 de agosto de 2013

SENTADO CON PESSOA ( I ) Carlos Marzal

 
Sentar con Pessoa é un pracer. Sentes a súa presenza só con rozar o seu corpo. Incrible.
Pessoa é un dos escritores máis fondos e con maior intensidade que coñezo.
Calquera dos seus heterónimos conmóveme. Interésame a súa poesía enigmática, definitoria da lingua portuguesa. Unha poesía que se centra, moi a miúdo, entre a verdade, a existencia e a identidade.
É un poeta universal, heroico, mítico, que nos dá unha visión da vida, múltiple e unitaria ao mesmo tempo.
Poeta contraditorio, a súa vida foi moi discreta. De aí o valor que eses heterónimos que creou sexan obxecto de múltiples estudos para comprender a súa obra.

Pessoa, nun dos seus poemas, dixo que o poeta é un finxidor de si mesmo e que os diferentes personaxes aos que dá vida, as súas voces dialogan, representando distintas cosmovisións.

Sobre Fernando Pessoa, Octavio Paz afirmou: "Nada na súa vida é sorprendente, nada agás os seus poemas". Non podemos esquecer que o poeta e ensaísta mexicano opinaba que os poetas non teñen biografía. Que a súa verdadeira biografía é a súa obra. Para el, o caso do poeta portugués ratificaba esta opinión.

Ben, pois cada semana vou sentar con el no café A Brasileira, no Chiado, en Lisboa e vou ler un libro de aforismos. Un xénero que me gusta moito e que o dicionario da RAG define como "un enunciado conciso e breve, que pode estar fixado ou non na forma e que resume un punto esencial dunha ciencia, filosofía, moral, etc."

Definicións á marxe, non che me gustan moito, cada semana estarei con Pessoa, tomarei un zume de laranxa e lerei un libro de aforismos, máximas, sentenzas ou como se lle queira chamar. Eu, aforismo. Encántame esta palabra.

Hoxe estiven a ler o libro La arquitectura del aire de Carlos Marzal (Tusquets, 2013).

E deste libro elixín estes cinco aforismos.





. Hay cosas que las debe escribir la mano para que las pueda dictar el corazón.


. La vejez le da miedo por lo que es , en lugar de inspirarle confianza por lo que ha llegado a ser.


. La amistad es la más hermosa de las flores carnívoras.


. A nadie le resultan demasiado graves sus defectos, en especial el de no considerar sus defectos como demasiado graves.


. Escritor no es quien escribe para luego marcharse a vivir, sino quien no puede entender el hecho de vivir sin escribir.
 


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viernes, 23 de agosto de 2013

¿QUÉ TIENE QUE VER LA VIDA CON LOS LIBROS? Juan Carlos Martín Ramos




  Juan Carlos Martín Ramos es ya un clásico de nuestro Versos e aloumiños.


Con su palabra certera crea poemas de un fondo y una forma extraordinarios.

Ama profundamente la palabra y en este texto de hoy vais a comprenderlo, si aún no estabais seguros.

Juan Carlos es un gran lector y reflexiona mucho sobre lo que lee y lo que ocurre alrededor de la literatura y de la vida.

Juan Carlos Martín Ramos es un espejo en el que todos deberíamos mirarnos. Refleja amor por la poesía, por la narración, por la lectura, en general. Además de un gran respeto por el lector.

Sus textos emocionan y hacen pensar. Sus textos son un ejemplo de  lo que yo llamo "literatura inteligente".

Animaos a leer estas líneas, porque vais a gozar enormemente de su palabra y del valor de los cuentos.
Es un texto significativo y delicioso.

Ramón Gómez de la Serna


¿QUÉ TIENE QUE VER LA VIDA CON LOS LIBROS?
(se preguntaba Blas de Otero)


Hace ya mucho tiempo, leí en la biblioteca de mi colegio un cuento que me cambió la vida.

Me habían castigado sin salir al recreo, por eso estaba en la biblioteca, y he de reconocer que alguien había dejado el libro abierto sobre la mesa y que el cuento que encontré en una de sus páginas era muy breve. Por eso lo leí.

Era un cuento de Ramón Gómez de la Serna, el mismo que dijo eso de que “cuando por los altavoces anuncian que se ha perdido un niño, siempre pienso que soy yo”, y otras cosas por el estilo. Y os lo voy a contar.

Es un cuento que, desde entonces, no he vuelto a leer. Quiero decir con esto que lo que os voy a contar es lo que yo recuerdo de aquel cuento que leí hace ya tanto tiempo.

Igual que pasa con los cuentos tradicionales, que al ir de boca en boca van modificándose e incorporando nuevos detalles y peripecias, la insegura reconstrucción en mi memoria de aquel cuento presentará probablemente, por el paso de los años, algunas variaciones con respecto al cuento original. Pido disculpas por ello, pero os aseguro que en ningún momento su falta de literalidad traicionará la intención del autor ni el vuelo creativo de su alma literaria.

Aquel cuento que nunca he vuelto a leer estaba protagonizado por un ladrón que, un buen día, se enteró de que unos ricos marqueses acababan de iniciar un incierto viaje alrededor del mundo.

La noticia tenía su interés, porque en aquella época la idea de dar la vuelta al mundo estaba prácticamente reservada a la mente calenturienta de algún personaje de novela, pero lo que más le removió las entrañas de ladrón fue saber, por boca de un indiscreto mayordomo, que el señor marqués, antes de partir, había guardado cientos y cientos de billetes entre las páginas de los libros de su gran biblioteca, con la convicción de que así quedaban a buen recaudo, porque era poco probable que nadie tuviera nunca la tentación de abrir ningún libro.

Como era un ladrón de cuento, Gómez de la Serna no se preocupó de ponerle muchas dificultades sobre el papel para que entrase sin ser visto en la gran mansión de los marqueses y se relamiera de gusto ante el impresionante espectáculo de aquella biblioteca, una enorme sala repleta de libros de todos los tamaños, épocas, autores y ramas del saber, decorada con un juego de grandes espejos colgados en las paredes y enfrentados de tal forma que multiplicaban las estanterías hasta el infinito.

Dados sus escasos conocimientos de biblioteconomía, el ladrón decidió empezar la búsqueda de los billetes por el libro que estaba más a mano. Pero no tuvo suerte. Con gran nerviosismo hojeó, una tras otra, todas las páginas de aquel primer libro sin encontrar botín alguno. Tampoco lo encontró en el segundo, ni en el tercero, ni en el cuarto, pero ya en el quinto libro, al llegar a su última página,  pudo dar un salto de alegría ante el primer hallazgo, un billete de 50 pesetas camuflado entre unas tristes violetas disecadas.

Llegados a este punto, debo advertir que Gómez de la Serna tampoco aclaraba de qué manera el ladrón fue solventando, durante todo ese tiempo, las pequeñas exigencias de su ciclo vital y de su higiene personal, así que pasemos por alto estos detalles, por otro lado bastante desagradables, y sigamos adelante con la historia.

En un primer momento, el ladrón hojeaba los libros con absoluta profesionalidad. Tenía claro su objetivo y sabía qué técnica utilizar para conseguirlo. Pero el tiempo pasaba lento y la búsqueda era cada vez más monótona y cansina, así que no pudo evitar un fugaz momento de debilidad y entretenerse durante unos segundos observando un pequeño dibujo que llamó su atención desde la esquina de la página de un libro.
Sí, sí, es Juan Carlos subido a un olivo

Se sobrepuso inmediatamente, pero, varios libros después, una fotografía en blanco y negro volvió a llamar su atención, y esta vez tanto le interesó la imagen que, además, leyó el pie de foto. Pero él siguió adelante, sin desfallecer. Páginas y páginas pasaron ante  sus ojos sin pena ni gloria hasta que, de pronto, una ilustración a todo color le sedujo de tal manera que además de clavar su mirada en el breve texto explicativo que la acompañaba, leyó de cabo a rabo toda la página.

Más adelante, varias palabras de gran tamaño introducían un capítulo que parecía hablar del mismo tema, y se lo leyó de principio a fin. Y así fue deteniéndose cada vez más tiempo y cada vez con más frecuencia ante las páginas de cualquier libro, hasta que por fin leyó un libro entero. Y después otro. Y luego otro. Y otro. Y otro más.

Tantos libros leyó, tantas cosas aprendió, por tantas cosas se interesó, que el ladrón de nuestro cuento, que aquí llega a su fin, decidió dejar de ser ladrón y, colorín colorado, presentarse a unas oposiciones.

El cuento, como veis, tiene moraleja, y a mí nunca me han gustado las moralejas. Pero la verdad es que desde entonces ya no fue necesario que me castigasen sin recreo para volver a la biblioteca. La lectura de aquel cuento me llevó a leer otro cuento del mismo libro. Y después, la lectura de aquel libro me llevó a otro libro, y ese a otro, y luego a otro, y a otro, y a otro más.

Y así fui creciendo y haciendo mi camino de lector. Un camino que llegaba mucho más lejos de lo que yo entonces podía imaginar. Un camino donde nunca encontré ningún billete, pero sí innumerables e inesperados tesoros.

Debo confesar que, aunque el ladrón del cuento dejó de ser ladrón gracias a los libros, en mi caso, no por aficionarme a la lectura dejé de romper con el balón los cristales del colegio ni de dibujar por las paredes la caricatura irreverente de algunos profesores.

Así que tal vez he exagerado, tal vez me he dejado arrastrar por el río desbocado de la imaginación al decir que la lectura de aquel cuento me cambió la vida. Pero de lo que sí estoy seguro es de que, aunque los libros no metieron en cintura el lado más gamberro de aquel niño que yo era entonces, de no haber maquinado el azar aquel encuentro íntimo y placentero con un libro abierto, ahora, posiblemente, no sería la misma persona.



                                                                                                                  Juan Carlos Martín Ramos