sábado, 3 de agosto de 2013

PASEO POÉTICO (III) Con ANDRÉS NEUMAN


Lo conocí en Cuenca. Allí coincidimos en unas jornadas destinadas a la literatura para adultos, jóvenes y gente menuda. Hoy paseo con Andrés Neuman. Nunca olvidaré la comida que compartimos Susi, Ignacio Martínez de Pisón, Andrés y yo. Salió el tema de los padres. Los tres fuimos muy críticos. Fue una comida íntima y emocionante a la vez. Ignacio, Andrés y yo hablamos con mucha sinceridad del influjo paterno (y no siempre para bien) y de la muerte. Fue la primera vez que hablé de la muerte de mi madre con personas con las que no tenía confianza. Ellos también lo hicieron. Parecía que nos conocíamos de toda la vida. No hubo barreras de pudor ni, mucho menos, de frivolidad. Resultó para mí una experiencia única e inolvidable.


Después de esto, seguí leyendo a ambos autores. Me encantan.

Y hoy, unos años después, paseo con él por la Avenida de No sé por qué y Patio de locos.Viene con un libro en la mano planteando muchas dudas en forma de preguntas negativas. Esas preguntas que parten del desconocimiento conocido porque expresan momentos de la existencia cotidiana vividos con evidente intensidad.
Me lee, refiriéndose a quien se dirige en el poema, algo como que no sabe la razón por la cual sus pies le interesan más a medida que van envejeciendo y que los reconoce cuando se tropieza y cuando pararse es un estado de torpeza.
No le contesto ni hago el mínimo comentario. Me limito a escucharle en silencio, pensando en ese estado de torpeza del que habla y en que mis pies, precisamente, no bailan.

Y continúa con preguntas negativas, siempre iniciadas en cada poema con un No sé, que le permite preguntar en voz alta la causa por la que cuando viaja recupera sus cosas que están en otra parte o como si duda de si el mar nos lleva o nos trae.

Andamos despacio por la avenida.

Llega un momento en el que decido robarle sus propios versos y le comento que no sé por qué lloramos mejor con el cine que con el argumento de la propia vida.

Y él me responde:



pero cuando las luces
se encienden cuando se abre tu puerta
los personajes salen y nos siguen
asisten en silencio a nuestros diálogos
a veces aplauden en general se aburren
nos acompañan sufren con respeto


Preguntas y más preguntas. Preguntas que la poesía propicia. Y le comento lo que acabo de leer en el libro La genealogía de la literatura, de Jesús G. Maestro, en un magnífico estudio sobre la poesía social y Gabriel Celaya. Aunque no venga demasiado a cuento, le digo algo en lo que estoy de acuerdo con el autor del libro cuando dice:

La poesía—y con ello los poetas—quieren subirse al carro de las ideologías sociales más populares. Sin embargo, el resultado no es ni la revolución social ni la transformación de la realidad, ni el desarrollo de la propia creación poética. La poesía social concluyó en un callejón sin salida.

Andrés se detiene, me mira y cree no entender nada de lo que le digo. Entonces, le comento: "Yo considero, Andrés, que tú eres, a veces, un escritor social".

Se ríe. Parece no pisar el mismo terreno que yo.


Entonces le hablo de las preguntas. También, tomado de nuevo de Jesús G. Maestro y eludiendo el adjetivo social de la poesía, le digo que ésta no ofrece soluciones a los problemas que ella misma plantea. Tampoco, añado, es su función. La poesía, sin adjetivos, lo que hace es proponer preguntas, tanto social como íntimamente para sacudir la inercia del ser humano en este mundo convulso. Una inercia fútil y monótona que necesita de la voz poética seria con el fin de dejar de ser algo perjudicial y alienante en la sociedad.

Andrés se ríe. Niega ser un escritor social. Ni poeta ni novelista.

Me alegro de que lo afirme con esa rotundidad.

Nos detenermos junto a una hermosa fuente de la que mana agua por distintas partes.

Se sienta en el borde y me lee, tras sacar un libro suyo de poesía de un bolso que lleva en bandolera:


NO SÉ POR QUÉ confundo mi impaciencia
con la lentitud de las cosas
¿esa hoja de ahí
tarda en caer
porque la gravedad es perezosa?
voy a morirme mañana pasado como mucho
la hoja todavía no habrá tocado el suelo


Me mira y se ríe. Mete la mano en el agua cristalina de la fuente y se enjuaga la cara.

Hace calor, murmura.

Andrés sabe de mi impaciencia y me lo demuestra con un poema.

No hay quien lo meta en un apuro.

Vuelve a reírse y me comenta que lo de la poesía social no tenía nada que ver con él. Le digo que lo dicho por el catedrático que escribió el libro me sirve a mí para hablar de la poesía en general. Pienso que la mayoría de los poemas tienen una cierta carga social.

Hago un gesto casi imperceptible con la mano. Él parece inmutable. Como si no me oyese. No me altero.

Entonces, de manera inesperada, recita en voz baja otro poema. Parece anunciarme que se despide de mí. Sentados los dos en el borde de la fuente comienza a leer:


NO SÉ POR QUÉ no sé
mejor que conocer es preguntar dos veces
hagamos un trato señora poesía
le cambio sus asombros por mis dudas




Hermoso poema, bien es cierto. Nos damos un abrazo muy cordial.
Él se marcha tranquilamente.
Yo me siento en un banco de la avenida y leo dos veces un poema de Patio de locos, segundo poemario del libro que me regaló o se olvidó sobre una escalera próxima a la hermosa fuente.


Leo para mí varias veces lo siguiente:


el patio de los locos calienta las baldosas
dilata los contrastes derrite los cabellos
por eso las miradas de los locos
se cuelgan como perchas
los ojos les orbitan
(¡eso se llama asombro! sugiere el narrador)
eso se llama valium, corrige el doctor nube


Tras la lectura intensa de estos versos, cierro los ojos y reflexiono, a la vez que los minutos van pasando. Cuando vuelvo a la realidad ha anochecido. Los minutos se convirtieron casi en horas. Es el momento de regresar a mi mundo sin compañía. Mientras camino de espaldas a la fuente, en mi cabeza bullen los complejos y sugerentes poemas de Andrés Neuman.