sábado, 20 de julio de 2013

GLENN GOULD. ¿EL CHALADO QUE ERA UN GENIO?

Glenn Gould
Sobre todo, é o meu amigo.
El descubriume moitas cousas.
É un melómano profundo.
Cantou na Sociedad Coral de Bilbao.
Desde máis dun "Requiem" ata a 9ª Sinfonía de Beethoven.
Aberto á música contemporánea, é crítico co que a el lle parece un engano musical.
Coñezo e amo a Glenn Gould, porque el mo descubriu hai ben de anos.
Culto, intelixente, irónico, simpático, Javier Golvano Sacristán, é profesor de Matemáticas nun instituto de Bilbao. Un home de Ciencias diferente.
Custoume moito traballo convencelo de que escribise este artigo sobre un pianista que nos apaixona.
Así que Versos e aloumiños se sente moi feliz de contar coa información e o estilo divulgativo e irónico cos que nos agasalla Javier Golvano sobre o intérprete canadense.

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Antes de seguir leyendo este prescindible artículo, échenle una ojeada a su discoteca. ¿Cuentan en ella con la versión de Glenn Gould de las “Variaciones Goldberg” de J. S. Bach de 1981?:

¿Si?, pues entonces si quieren pueden seguir adelante con esta lectura.

¿No?, no pierdan entonces más tiempo, salgan corriendo hasta la tienda de discos de su ciudad - sí, ésa que está a punto de cerrar arrasada por la crecida y desborde del río Amazon - y compren rápidamente la citada versión de las Goldberg, o como algún malintencionado ocurrente comentó alguna vez, dándoles carta de naturaleza al margen de Bach, de las “Gouldberg”.
Javier Golvano Sacristán

Si no la tienen en la tienda o son ustedes jóvenes y el cuerpo les pide otro ritmo más vivo, pueden optar por la versión de 1955 de la misma obra por el mismo autor, o mejor aún, compren las dos versiones pues del mismo modo que, según Picasso, Gertrude Stein se iría pareciendo a su retrato con la edad, su ritmo vital, el de usted amable lector, irá pasando de una versión a la otra con el discurrir de su existencia.

Ni se les ocurra pensar en otras versiones.

Sigamos. Ya dispone usted de la obra citada en casa. Dispóngase a escucharla, si quiere, mientras sigue con esta lectura, o bien, posponga la escucha para después. Mientras tanto, yo le voy contando algunas cosas sobre el excéntrico pianista canadiense, uno de los grandes pianistas de la segunda mitad del siglo XX e intérprete genuino de la obra líneas arriba comentada y de muchas otras de muy  diferentes estilos y compositores.

Sabemos que era canadiense por el incontestable dato de que nació en Toronto a finales de Septiembre de 1932. Moriría alrededor de medio siglo más tarde en 1981, no mucho después de grabar su segunda versión de las Goldberg.

Empezó a estudiar piano a temprana edad, parece que alentado especialmente por su madre, y como era excéntrico hasta por procedencia geográfica - ¿A qué gran pianista se le ocurre nacer en Canadá?-, ni siquiera tuvo maestros de renombre. El más importante, y casi el único, fue un chileno,  que andaba por allá y del que, si no recuerdo mal, siempre habló bien.

Desde pequeño se vio que era un niño especial, tan especial que si hacemos caso a algún psicólogo, de estos atrevidos y que al parecer ni siquiera conoció a nuestro músico, puede que sufriera -Gould, no el psicólogo, aunque vaya usted a saber- el síndrome de Asperger, un trastorno del espectro del autismo - la jerga no es mía - que manifiesta dificultades para la interacción social y la comunicación y con actividades e intereses en áreas muy específicas y restringidas.
Glenn Gould

La verdad es que la descripción del síndrome le sienta tan bien a Glenn Gould que no sabe uno qué pensar, si es que a nuestro pianista le han diagnosticado correctamente o si el vago del psicólogo ha definido un nuevo síndrome por el corto camino de generalizar un caso concreto y muy particular.

Este niño tan especial lo fue también a la hora de tocar el piano. Tocó toda su vida no en la clásica banqueta de pianista que ustedes han conocido siempre sino en una baja silla de madera con respaldo. Se sentaba en ella a una altura respecto al piano más baja de lo habitual, como el niño al que ponen delante del piano sentado en un taburete alto para él y al que ni le alcanza para que las manos lleguen cómodas al teclado, ni los pies al suelo, solo que en el caso de Gould, los pies le acabaron llegando al suelo pero las manos accedieron siempre al teclado como desde abajo, de un modo extraño y que a cualquiera parecería que dificulta la interpretación. Por cierto, mientras tocaba le gustaba canturrear la obra, como también se puede percibir en sus grabaciones, cosa que molesta grandemente a sus detractores. Pero tranquilos, los “buenos” somos más.

Al parecer, su primer concierto como pianista en solitario lo dio con 14 o 15 años. Debutó en Nueva York con posterioridad, en 1955, y debió de causar buena impresión pues inmediatamente la Columbia Masterworks le ofreció la oportunidad de grabar las variaciones Goldberg. Esa versión con la que, a estar alturas, ustedes ya cuentan en su discoteca, supongo.

Por cierto, su carrera como concertista en público no se alargaría más allá de una década. En Abril de 1964, en Los Ángeles, anunció que se retiraba de los escenarios alegando cansancio del típico concierto en directo y apelando a una intimidad que preserva mejor la esencia de la música. También es verdad que a esas alturas su interés por las grabaciones y sus posibilidades era ya bastante mayor que el que sentía por las actuaciones en directo. Su legado serían sus grabaciones.
Glenn Gould al piano

No obstante, en esa década de actuaciones tuvo tiempo de apuntalar su fama de ¿chalado?, ¿genio del teclado?.

Es famosa la gira que, a finales de los años 50 del siglo pasado, hizo por la URSS, donde era un pianista totalmente desconocido, con paradas en Moscú y Leningrado.

Sviatoslav Richter
Kevin Bazzana en su biografía sobre Gould cuenta el éxito de dicha gira, un éxito basado en el “boca a boca”. Parece que en su primer concierto en Moscú, en la primera parte, la sala no llegaba a estar ocupada ni en la mitad de su aforo, en cambio, al finalizar el concierto no cabía un alfiler. ¿Exageraciones de hagiógrafo?: Puede ser. ¿Intervención de la KGB?:  yo tampoco lo descartaría, pero se me hace raro.

En cualquier caso, a partir de ese concierto, la entrega de la “inteligentsia musical rusa” parece que fue total y la asistencia a los siguientes conciertos multitudinaria. Glenn Gould ofreció a los artistas soviéticos su novedoso y especial modo de entender a Bach y su acercamiento a la obra pianística de Schoenberg y Berg.
Arnold Schoenberg

A partir de este viaje, muchos músicos e intérpretes soviéticos - entre ellos Sviatoslav Richter - se convirtieron en incondicionales suyos.

¿Era pues un genio Glenn Gould?. Veamos otro argumento a favor de ello  de un artista también especial, el novelista austriaco Thomas Bernard y hagámoslo acudiendo al comienzo de su novela “El malogrado”:

“También Glenn Gould, nuestro amigo y el más importante virtuoso del piano de este siglo….”

Y unos párrafos más adelante:

“Cuando hubimos terminado las lecciones con Horowitz, fue evidente que Glenn era ya mejor pianista que el propio Horowitz, de pronto yo había tenido la impresión de que Glenn tocaba mejor que Horowitz y, a partir de ese momento, Glenn fue para mí el más importante virtuoso del piano del mundo entero, por muchos pianistas que escuchara a partir de ese momento, ninguno tocaba como Glenn, y ni siquiera Rubinstein, al que yo había amado siempre, era mejor”.

El que habla en las citas anteriores es el protagonista de la novela; según algunos han querido ver un “alter ego” del propio Bernard, así como el compañero en la novela de este protagonista, “el malogrado”, podría ser Alfred Brendel, y la desmesura en la valoración de Gould tal vez fuera un modo de arrearle un sopapo a ese Alfred Brendel que después de conocer a Gould no podría ser más que un “malogrado pianista”. Alfred Brendel, también uno de los grandes pianistas de la segunda mitad del siglo XX no se merecería de ninguna manera ser calificado de “malogrado pianista”, pero ya saben como las solía gastar Thomas Bernard con sus compatriotas.

Pasemos ahora a otro lugar y momento, 7 de Abril de 1962 - gracias Wikipedia-,  la Filarmónica de Nueva York bajo la dirección de Leonard Bernstein ofrece el concierto para piano nº 1 de Brahms. Antes de la ejecución - del concierto no de Gould a manos de Lenny - Bernstein se vuelve al público que, al parecer, con ese gesto ya se teme la cancelación por parte del afamado solista - ya saben ustedes como son los divos - y después de tranquilizarles sobre la presencia del pianista y la celebración del concierto  hace lo que nunca en su vida había hecho ni volvería a hacer, excluidos, claro está, sus conciertos didácticos. Se dirige pues Bernstein a la audiencia para explicar la diferente concepción que sobre el concierto de Brahms tienen él y el señor Gould y su intención de ofrecerles esa concepción novedosa de una obra tan conocida, en  la confianza de que será muy estimulante para la audiencia y para él mismo.
Leonard Bernstein

Con posterioridad, Gould se referiría a este hecho comentando la insinuación de L. Bernstein sobre su interpretación de este concierto como “la más pausada, y en algunos aspectos, la más intratable que había escuchado nunca”.

Ciertamente, Bernstein tuvo que advertir el genio de Gould para actuar como lo hizo, en vez de cancelar el concierto.

Abordemos ahora la fama de estrafalario que arrastraba Gould.

Solo verle tocar el piano en su rara postura y acompañándose con su propio canturreo, le hubiera granjeado ya fama de excéntrico y hasta de snob, pero por si eso no fuera suficiente, pensemos en los juicios que emitió sobre algunos compositores. A él, desde luego, no le temblaba la mano, o mejor dicho, la opinión.

Le resultan a uno chocantes algunos de sus heterodoxos juicios musicales de la obra de los grandes compositores. Por ejemplo, sobre Mozart, en algunos de sus escritos y en conversaciones mantenidas con Bruno Monsaingeon, desliza: “Murió demasiado tarde y no demasiado pronto”, dando a entender que las últimas obras para piano de Mozart son peores, “especialmente las sonatas, aunque con los conciertos es peor y, a diferencia de las sonatas, éstos no tienen arreglo”.

A preguntas de Monsaingeon de “si siempre ha estado en contra de Mozart”, contesta: “Desde que tengo memoria” y se alarga en su valoración: “no podía comprender como mis profesores y otros adultos, presuntamente en su sano juicio, podían contar estas piezas entre los grandes tesoros del hombre occidental”.

Las sinfonías no salen mejor paradas y, de la nº 40 en Sol Menor dice ser “la que mejor representa las cualidades de Mozart que encuentro inexplicables”.
Wolfgang Amadeus Mozart

Bien, dejémoslo aquí, pero sepan que también reparte estopa a Beethoven y al lucero del alba aunque llegado el caso tampoco tenga reparo en  hablar positivamente de compositores de su agrado como R. Strauss, Schoenberg, Berg o Hindemith.
Richard Strauss

Volvamos a la época de los conciertos para ir redondeando su fama.

Cleveland, finales de los 50. Concierto de la orquesta y su director titular el húngaro George Szell. En el programa, un concierto de piano. El pianista parece ser un joven aún no demasiado conocido - nuestro Glenn - y estamos en el primer día de ensayos. La orquesta ha terminado la primera parte del mismo y se han debido de ir la mayoría a tomar café o lo que tomen las orquestas americanas en los descansos, antes de que en la segunda parte aborden el ensayo del concierto de piano con el solista.

Los pocos que quedan por allí, incluidos George Szell y su asistente, observan la entrada del solista con una silla “rara”, que coloca junto al piano. Se pasará todo el descanso en equilibrarla y colocarla a su gusto: se sienta, se levanta, calza una pata, cambia el calzamiento, la acerca al piano, la aleja; parece que sólo le falta sacar algún artilugio de éstos de albañil para nivelar suelos, y los presentes, observadores cada vez más extrañados y mosqueados con el solista, tampoco descartan que no acabe  utilizando el tal artilugio para la colocación definitiva y exacta de la silla. George Szell y su asistente, sin palabras, se lo dicen todo con los ojos y se temen aterrados la catástrofe en el concierto.
George Szell

Termina el descanso y empieza la segunda parte del ensayo.

Lo han tocado seguido, y algo ha debido de ocurrir durante la interpretación porque al finalizar el silencio es total y el anonadamiento del público - los propios músicos-, ante la ejecución del concierto por el desconocido pianista, completo. George Szell dirige su mirada, ahora sí totalmente perpleja y desarmada, a su ayudante y en voz baja le dice:

“Este chiflado es un genio”

Según el biógrafo de Gould, Kevin Bazzana, no hay constancia de que esta anécdota sea real, pero seguramente nunca se cumplió mejor el dicho: “Se non è vero, è ben trovato”.

Volvamos al comienzo para ir terminando. Tienen ya la interpretación de Gould de las Goldberg de Bach en su discoteca. Si me han hecho caso, en vez de leer estas líneas, las han estado escuchando o por el contrario, si han sido tan amables y pacientes y  han terminado de leer este escrito, se han puesto a escucharlas ahora. Están escuchando el Aria inicial.
J. Sebastian Bach

Si es la primera vez que las oyen, cómo les envidio; pues es cierto que no hay nada como la primera vez.

La música, que nos habla a su modo de lo inefable, de nosotros mismos, de como el ser humano se trasciende, no les va a ofrecer muchas oportunidades mejores que ésta, abandónense a ella, disfrútenla, si el día fue malo recupérense de él, si están algo eufóricos atemperen su ánimo, busquen un estoico equilibrio o dejen volar su imaginación o sus sentimientos, si alguien les quiere den gracias y correspondan con más cariño.

Yo ya no tengo nada más que decirles, pero la poesía sí y estoy seguro que si en las liras siguientes, al llegar a “Salinas” lo quieren sustituir por “Glenn Gould”, Fray Luis de León lo hubiera entendido:

Glenn Gould
“El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primero esclarecida”


                                                         

                                                                                                                       Javier Golvano Sacristán