Decir Alfredo es decir amigo. Muy amigo.
Decir Alfredo Gómez Cerdá es nombrar a uno de los narradores más
importantes de la LIJ española. Traducido a diversas lenguas, Alfredo Gómez Cerdá ganó en 2009 ( y ya
iba siendo hora) el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con su
emocionante Barro de Medellín. Un libro que, para mí,
tiene un significado especial por haber recorrido esa maravillosa tierra.
Como decía, Alfredo es un amigo con el que te entiendes de verdad. Son muchos
años de relación entre nosotros (Susi, incluida) y cada vez que podemos hacemos
por vernos, bien sea en Vigo, bien sea en Madrid.
Alfredo Gómez Cerdá es un gran escritor. Yo lo descubrí allá por el año 1986 tras la lectura de un libro
que me cautivó: La casa de verano. Un libro que sigo recomendando a toda
persona que se acerca a mí y valora la LIJ.Un libro que fue el inicio de nuestra gran amistad.
Alfredo es un hombre
serio, de trato muy agradable, algo tímido, honesto en su concepción de la
vida, serio en su trabajo y un perfeccionista a la hora de dar por terminada una novela.
Alfredo observa mucho. Sabe escuchar y eso se nota en sus obras.
Alfredo tiene una obra extensa que abarca, con una sensibilidad
especial y un humor muy fino, desde los primeros lectores hasta la
adolescencia. Y todo ello es un decir, porque las novelas de Alfredo son para lectores de hasta, por
lo menos, cien años (y no de soledad).
Os aconsejo que leáis en el
nº2 de La Página Escrita, la revista virtual on line de las Fundaciones
de Jordi Sierra i Fabra, la entrevista que le hacen a este autor y que
arroja mucha luz sobre el acto de escribir y sobre su personalidad.
A mí, personalmente, me gustan las
novelas de personajes. En mis novelas y
en mis libros de relatos , los personajes son el eje de las historias que
cuento.
Bueno, pues Alfredo es un extraordinario autor de este tipo de novelas. Creo
habérselo dicho desde siempre. Él mismo
lo explica de manera muy clara: “Los
personajes son lo esencial de la literatura. Me entusiasma crear personajes por
encima de todo”.
Y Alfredo Gómez Cerdá se aleja del consejo de Brecht, que mantiene la
teoría del distanciamiento. Alfredo se identifica plenamente con sus personajes. Los quiere,
los siente, los vive de una manera muy íntima. “No es que deje de ser yo mismo
para convertirme en ellos. Eso sería imposible. Pero sí hay un desdoblamiento,
algo parecido a lo que siente un actor cuando se mete en la piel de su
personaje. Una vez dentro, tienes que ser muy honesto con él, no puedes
traicionarlo ni juzgarlo aunque sea un desalmado despreciable” afirma.
Dedicando libros en un encuentro en el Colexio Possumus de Vigo |
Me he extendido en este punto,
porque es algo que nos une como lectores
y como escritores a los dos.
La formación literaria de Alfredo Gómez Cerdá tiene en el teatro
una base muy importante.
Lo descubrió cuando era
adolescente, en el instituto, y siempre ejerció una enorme fascinación sobre su
persona. Escribió multitud de obras, algunas de las cuales llegaron a
representarse en pequeños locales o por grupos de aficionados. Nunca lo ha dejado. Sigue escribiendo teatro,
aunque con menor intensidad. En 2002 publicó La guerra de nunca acabar
y en 2007, El tesoro más precioso del mundo. De ahí le
viene, yo lo creo así, su amor por las novelas de personajes.
Con Alba y Susi en casa de Antonio |
Por otra parte, yo sostengo que
para ser un buen escritor de narrativa
hay que ser un buen lector de poesía. Cada día que pasa, estoy más convencido
de ello. Y Alfredo, con relación a esta afirmación mía, nos dice: “¿Qué
escritor no ha escrito alguna vez poesía? Yo lo he hecho también, pero solo he
publicado dos o tres poemas sueltos -
dos de ellos dentro de una novela -. Mis poemas están guardados en una carpeta”. Pero Alfredo lee, ya lo creo, poesía.
Encuentro en el Colexio Possumus de Vigo |
Podría decir de él muchas más
cosas. Que es minucioso en su escritura, que cuida mucho el lenguaje en su
escritura, que no elude ningún tema en su escritura. Que corrige “en caliente”
(recién escrito) y “en frío” (una vez que ha terminado el libro). Que
nunca hace las correcciones en la
pantalla del ordenador, sino en el papel. Que, como me ocurre a mí, para él la
literatura tiene que ser algo más que mero entretenimiento. Una exploración de
los seres humanos dentro del mundo. Ahí, digo yo, expresamos comportamientos, a
veces contradictorios, y nos damos
cuenta que ese mundo no es igual
para todos. Luego, eso va a ser expresado por los autores o autoras de la
manera que les resulte más apropiada al concepto de creación literaria que
tenga cada uno de ellos.
Alfredo cruza mares, en cierto modo complicados, tras decidirse por
una determinada idea.
Unas veces, le supone un gran
esfuerzo.
Otras veces, lo hace casi sin darse
cuenta.
Alfredo cree en el trabajo. Y le gusta separar el trabajo del
método, que es muy cambiante en función de cada libro.
Y no voy a hablar más del amigo ni
del autor. Conocerlo literariamente es un deber para todos aquellos que quieran leer buenísima literatura.
Por ello, Versos e aloumiños está muy orgulloso de presentar los textos que
nos regaló. Uno, de narrativa y dos poemas. Un logro, gracias a su generosidad.
Yo tomo en mis manos otro, de entre
sus muchísimos libros, muy querido para mí y uno de mis preferidos, Pupila
de águila, y me enzarzo en una
discusión con Martina e Igor, sus protagonistas, sobre la vida.
Gracias, una vez más, Alfredo, por tu
honestidad y tu cariño.
Ahora, disfrutemos con su palabra.
FRAGMENTO DE UN RELATO DE AMOR
Alfredo Gómez Cerdá
La Sibila Cumea, que siempre tenía dificultades para
ordenar las hojas en las que escribía, le pidió a Apolo un deseo, que formuló más
o menos de esta manera:
“Coge un gran puñado de arena de la playa; te pido que me concedas vivir tantos
años como granitos de arena haya en tu mano.”
Pero la sibila cometió un error muy importante.
Pidió vivir muchos años -cientos, miles...-, pero se le olvidó pedir que su
cuerpo se mantuviera siempre joven.
Dicen que de tan arrugada y encogida que quedó, con
el tiempo, su aspecto era similar al de una cigarra. Atormentada, se pasaba la
vida repitiendo las mismas palabras:
“Quiero
morir, quiero morir, quiero morir...”
¡Tal era su desesperación!
Recuerdo ahora esta historia mitológica y yo mismo
me veo convertido en una cigarra, una diminuta cigarra, plegado cientos de veces
sobre mí mismo, irreconocible a mis propios ojos y, lo que es peor, a los
tuyos. Tengo que esforzarme para gritar con todas mis fuerzas una y otra vez: ¡Soy
yo, soy yo, soy yo...! Pero cuando al fin lo comprenda, ya no habrá remedio
y solo podré lamentarme como la Sibila Cumea: ¡Quiero morir, quiero morir,
quiero morir...!
La triste experiencia de la sibila, me hace pensar
que podría plantearle al poderoso Apolo un deseo diferente:
“Gran dios, no quiero que alargues mi vida, pero
déjame al menos ser joven durante toda ella.”
Me imagino
ahora el prodigio. Apolo se apiada y accede a mis súplicas. De repente,
recupero toda mi fuerza y mi belleza. Entonces me presento ante ti, orgulloso y
satisfecho, y te digo:
“Mírame.”
Sonrío. Trato de abrazarte una vez más, de
besar tu cuello, de aspirar el olor de tu cuerpo... Y tú me rechazas y me
empujas. Y me gritas:
“No eres tú de quien yo me había
enamorado.”
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Alfredo y Antonio en Miami |
POEMA 1
(A Garcilaso de la Vega)
Garcilaso de la Vega |
Mi querido guerrero:
los gustos
y los siglos nos separan,
los espacios intransitables y las heces concretas
que nos tiran a la cara,
los silencios repletos y las cadenas de muertos
-espadas cruzándose a diario,
altivos gestos ante la muerte absurda-.
Hasta la dulce melancolía
que nos abruma intransigente
distiende nuestro anhelo.
ya sepultamos al Olimpo entero
y al petulante Dios de los barrocos.
Apenas pueblan nuestros tronos
montones de cenizas. Tal vez
sólo una imagen perfecta muy al fondo de las cosas,
una referencia deslumbrante,
una Isabel eterna, siempre bella
y siempre inalcanzable,
nos mantiene unidos todavía.
POEMA 2
En el transcurso seguiremos intentándolo,
una vez más, y veintitrés, y ciento y pico...
Leyendo para profesores en Miami |
Haremos de la albada un presente rabioso,
algo así como un sustantivo eterno;
y del mármol un frío ascenso,
y de las conversaciones un simple matiz,
y de nuestra vida un desaliño convergente.
Ya sabréis de mi debilidad por el silencio
y del famoso círculo insalvable que recorro
-me contengo el vocablo "satisfecho"-;
sabréis del cajón repleto que apodamos poesía
sudor y lágrimas, como aquel héroe castellano,
y rojos caminos de sangre derramada en vano.
Hoy..., ya veis, mientras el reloj medianamente
pálido
nos avisa con su monótona indiferencia,
yo socavo recuerdos moribundos entre polvo
y devoro los pétalos ajados del jardín oráculo...
Inefables granitos de arena,
uniformados en silencio en estrechas avenidas
y escupidos al vacío a eso de la misma hora.
amamanto mis dedos de ansia reprimida
y ahogo la palabra precisa tragada a golpetazos...
La noche asciende por los callejones desiertos,
El día... espera.
¡silencio!
¡silencio
todos!
que otra vez la muerte acaba de forzar las
cerraduras.
Alfredo Gómez Cerdá
Libro de Alfredo traducido al coreano |