Miguel Albero, Director Cultural de la BNE e poeta, fai a presentación |
LA POESÍA ES ESA VOZ QUE HACE PREGUNTAS
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO
Decía León Felipe
en un texto poético contenido en su libro Parábola y Poesía lo siguiente: Poetas... La Poesía es una ventana... la
única ventana de mi casa. Por esta ventana irrumpe la luz e ilumina todo lo que
yo escribo en las paredes.
Y sí, la
poesía fue para mí esa ventana que me permitió ver a la cara el monstruo que
cegaba mi vida. Una vida condicionada por la oscuridad, por la hediondez de los
discursos que infectaban nuestros oídos, por la ceniza que ensuciaba los
paisajes que tenía delante de mis ojos, por el corazón roto ante tanta sinrazón
con la que yo luchaba en silencio, pero que me impedía ganar la batalla del
miedo, de cierta cobardía y de ilusiones cercenadas por una realidad que me
ahogaba.
León Felipe |
Yo, como León Felipe, tampoco sabía muchas cosas, es verdad, pero como él sentía que la cuna del hombre la mecían con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogaban con cuentos, que el llanto del hombre lo taponaban con cuentos y que, en fin, me habían dormido con todos los cuentos.
Algo dentro de mí estaba en ebullición pero no
conseguía aflorar para vencer miedos y mentiras.
Yo sentía
ya que necesitaba de algo- una
herramienta, un arma- que desmontase la mentira en que se movía mi vida.
Y esa herramienta fue, sin ninguna duda, la poesía.
Algo me empujaba a empuñar el arma de las palabras.
Pero, ¿estaba preparado para enfrentarme al monstruo? Sí y no, al mismo tiempo.
Sí, porque las palabras me hablaban, me empujaban. No, porque yo no leía -he
ahí la clave de la escritura de cualquier género- y al no leer me faltaba el
marco esencial para hacer un discurso literario coherente y sólido. Todo se
limitaba a expresar deseos, gritos heridos, puñetazos al aire y exabruptos
llenos de ira. Pero la literatura quedaba muy lejos.
Guardo esos primeros intentos como algo indisoluble de
mi necesidad de rebelarme con el mundo que me agredía. Fueron importantes para
el joven que se asfixiaba pero no para el escritor que quería ser.
Yo escribía
versos como estos:
Una bala de cañón
un eslabón deformado
un amor incomprendido
Canto, lloro,... estoy cansado.
Tenía 21 años y estaba buscándome.
O como estos:
Vida, selva arbolada
hiedra marchita,
cadáveres vívidos
sombras de fulgor (...)
Pero en esto llegó la voz de alguien que mostró, con
su guitarra, que había poetas que oían mis lamentos y estaban dispuestos a
ayudarme a cambiar mi vida. A abrir esa ventana para que el aire putrefacto que
yo respiraba se purificara y me diera alas para volar.
Conocer a Blas
de Otero y su nos llamarán a
todos fue un aviso decisivo.
Cantar a una piedra pequeña, a una piedra ligera, a
un canto que ruedas, fue una luz que vi brillar en mi cielo particular
con el aliento de León Felipe.
Aquello era
distinto. Aquello era sentido por mí como una flecha lanzada al corazón.
Fue la ventana que me abrió la palabra directa en la
voz de un trovador que llevaba los versos a su espalda para hacernos partícipes
de su lucha particular que se estaba
convirtiendo en mucho más. En muchísimo más.
Ya andaba
yo con mi música y las canciones de Bob
Dylan. Ya me estaba yo convenciendo de que muchas preguntas que el bardo de
Minesotta se hacía -y yo hacía mías- estaban soplando en el viento.
Bob Dylan |
Y apareció una obra excelsa de Joan Manuel Serrat, que me abrió la ventana de la poesía de un hombre bueno, un hombre que escribía poemas desde lo más hondo de su ser: Antonio Machado. Y profundicé en esa poesía de la que él decía, hablando de ella en general "que era la palabra esencial en el tiempo".
Y de Miguel Hernández, otro descubrimiento muy especial del que solo conocía Andaluces de Jaén.
Fue, de nuevo, Serrat quien me abrió su ventana de
manera definitiva con otro disco dedicado al poeta oriolano.
Y lloré con sus nanas de la cebolla, me estremecí con su Elegía a Ramón Sijé y pude descubrir el hondo lirismo que poseían sus versos.
Y lloré con sus nanas de la cebolla, me estremecí con su Elegía a Ramón Sijé y pude descubrir el hondo lirismo que poseían sus versos.
Ventanas que se abrían para emocionarme con la palabra
poética.
Me hice con las Poesías completas de don Antonio en una edición de Austral del año 73
Yo, para todo viaje
de mi vagón de tercera,
voy ligero de equipaje (...)
Ese mismo año compré los Poemas májicos y dolientes de Juan
Ramón Jiménez (ed. Losada)
Muere la tarde. El cielo
es de un cobre amarillo y
suntuoso...,
bandadas tristes van
hacia un jardín ilusionado y roto
(...)
Y conseguí, Marinero en tierra de Rafael Alberti también en la edición de
Losada (una editorial que jugó un papel fundamental en el aprendizaje de tantas
personas en una época difícil).
No sabía
cuánta importancia iba a jugar este libro en mi vida de escritor. La trilogía
del mar- que yo escribí- está propiciada
por la concepción literaria que Rafael -con el que conviviría muchos años
después- me acercó casi sin darme cuenta.
-Madre, vísteme a la usanza
de las tierras marineras:
el pantalón de campana,
y la cinta milagrera.
-A dónde vas, marinero,
por las calles de la tierra?
-¡Voy por las calles del mar!
Escuchando a Paco Ibáñez irrumpió Lorca en mi vida. Un Lorca fundamental a la hora de escribir poemas
para niños.
Una persona excitante. Una delicia de obra. También,
de la editorial Losada, era la antología que compré del poeta granadino. Llegó
para instalarse definitivamente en mi vida.
Sobre el cielo verde,
un lucero verde
¿qué ha de hacer, amor,
¡ay! sino perderse?
Y también León Felipe con su Antología rota (también
de Losada) y otra más de Gabriel Celaya
y el volumen Ancia de Blas de Otero:
Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los
ojos (...)
Yo también buscaba desesperadamente algo. No sé si
misterioso, pero sí necesario. Yo me buscaba a mí mismo. Era prioritario
encontrarme. Dar pasos, andar caminos, sentarse en remansos de paz para
reflexionar. Y encontré eso que buscaba en la poesía.
Yo era
docente. Siempre he tenido la necesidad de enseñar. Fue mi gran pasión. Pero no
quería que mis alumnos y alumnas vivieran de espaldas a la poesía. Quería que
tuvieran vivencias muy distintas a las mías. Que no se encontrasen con un vacío
en los momentos en que se estaban formando.
Así que les abrí mil ventanas posibles. Los clásicos
que yo había descubierto, los poetas soporte, los poetas que me habían sacudido
debían sacudirlos a ellos y ellas.
Introduje poemas en mis clases de manera constante.
Nunca, como algo ocasional para rellenar
el tiempo.
Les puse poemas en música, recitábamos -leyendo o de
memoria- poemas escogidos para emocionarlos. Cantábamos. Nunca olvidaré las lágrimas de una niña de 6º de
EGB, cuando ella y sus compañeros entonaban y decían con fuerza el "golpe a golpe, verso a verso"
machadiano con música de Serrat.
Y yo compraba libros de poemas y se los regalaba. Todo me daba igual con tal de contagiar a mi alumnado con versos que los hiciesen vibrar.
Porque con la poesía descubríamos día a día (yo, el
primero) mundos desconocidos pese a estar tan cerca. Porque con la poesía
poníamos el acento en el conocimiento de nosostros mismos y de los que nos
rodeaban. Porque con la poesía nos emocionábamos ante la belleza, con la
crítica social, con los paisajes diversos, con la mirada atenta en las cosas.
Le poníamos color a los espacios oscuros. Dotábamos de musicalidad aquello que
nos la exigía. Sentíamos el ritmo en nuestros cuerpos, reíamos y nos
sobrecogíamos. Escribíamos y penetrábamos en las esctructuras poéticas de los
grandes poetas. Vivíamos disfrutando a fondo del empleo cuidado y talentoso de
la palabra bien utilizada. La poesía se convertía en el “paisaje de los
sueños”.
Otra nube que tuve que disipar fue la traición que el régimen y el entramado social, tan deprimente, tenían con mi idioma gallego. Siempre me he sentido estafado con el ultraje y el desprecio que la lengua gallega sufrió durante muchos siglos. Fue muy duro comprobar que me habían secuestrado una parte de mi ser.
Y como yo ya estaba en una situación de rebeldía
constante y de desafección por todo aquello que me había envenenado, comencé a
sumergirme en la poesía de mi tierra escrita en gallego. Fue algo que me
produjo tristeza y satisfaccción. La tristeza del engaño; la satisfacción del
descubrimiento, del compromiso, de la belleza.
Rosalía estaba ahí, sí, pero muy
trivializada en amplios sectores de una sociedad que despreciaba el gallego. Y
yo, a través de un libro, creo que de Aguilar, en papel biblia, me introduje en
su poesía y lloré. Lloré de emoción y lloré de rabia.
¿Estaba loco el mundo? ¿Cómo se podía mantener a una
excelsa poeta como ella en el más absoluto desconocimiento? Cruel y mezquino
fueron dos de los adjetivos que empleé para definir la situación. Rosalía era,
sin duda, "Nai e Señora".
corren nubes, nubes corren
camiño da miña casa.
Miña casa, meu abrigo:
vanse todos, eu me quedo,
sin compaña nin amigos (…)
Después vinieron otros. Nombres importantes que dieron
lustre a una poesía muy viva, pero que se movía en círculos casi cerrados. Puro
desconocimiento orquestado. Y fui descubriendo a magníficos y diversos poetas
como Curros Enríquez, Pondal,
Cabanillas, Manoel Antonio, Luz Pozo Garza, Xohana Torres, Álvaro Cunqueiro
(del que se desconocen sus extraordinarios poemarios), Méndez Ferrín, entre otros, hasta llegar a Celso Emilio Ferreiro, verdadero motor de una poesía reivindicativa
(aunque no solo) que ponía la lucha y el idioma en boca de tantas personas
necesitadas de ella. Y yo ya amaba profundamente una lengua que me habían
robado.
eu falo porque sí, porque me gosta,
porque me peta e quero e dame a gana;
porque me sai de dentro, alá do fondo
dunha tristura aceda que me abrangue…
Ya dije,
creo, que yo era docente. Era un maestro que también buscaba nuevos caminos
para llegar a lo más íntimo de sus alumnos y alumnas.
Siempre estaba dispuesto a motivarlos, a sacudirlos a
abrirles puertas y ventanas.
La poesía formaba parte esencial de mi ideario como
docente. Y estaba dispuesto a que ellos la hicieran suya. Me comprometí a ello
sin mirar para atrás, sin sentarme a perder el tiempo. Todos necesitábamos
mucha energía y mucha pasión para conseguir los objetivos. No fue fácil porque
no encontré apoyos en los compañeros. Pero me dio igual. Sufrí y trabajé en
silencio conteniendo la rabia.
Descubrí casi a finales de los años setenta a un poeta
gallego, que me marcaría el camino, pues también escribía para los pequeños: Manuel María y su libro en gallego: Os soños na gaiola.
Comencé a leer a mi alumnado esos poemas en un idioma
amordazado, despreciado. Como este dedicado al viento:
O vento e o seu alento
é cousa que non se ve.
¡O vento un misterio é!
Ás veces é un murmurio,
un sopro maino da brisa,
solermiño, arrolador,
semellante a unha sonrisa.
Ás veces o vento zoa,
poderoso, ameazante:
¡leva lousados e arbres
coa súa forza de xigante!
Noté como los niños se divertían escuchándolos en mi
voz. Siempre he mantenido que la poesía debe entrar en las aulas y en las
casas en voz alta. También les gustaba leerlos a ellos. Y hacer
dibujos. Y cantarlos. Era la fiesta de la poesía.
Yo
necesitaba escribir. Siempre lo había necesitado. Al margen de los poemarios de
Manuel María, no encontraba poemas que se adecuasen a niños de ocho años a los
que les daba una hora de literatura viva, una hora suelta en el horario (yo
daba clase a los mayores). Animado por los poemas del poeta monfortino, comencé
a crear versos. Poemas incompletos pero que tenían el objetivo de ser
disfrutados por ellos y ellas.
Y un día, mientras ilustraban una composición poética
de Manuel María, emborroné un papel que estaba sobre mi mesa. Con una fuerza
desconocida hasta ese momento, me levanté de la silla, me puse enfrente del
encerado y comencé a escribir:
Tres pombas chegaron cansas,
O neno deulles un beixo;
as pombas non se moveron.
O neno con aloumiños
deixounas case no ceo.
O neno de brancas mans
as pombas non esqueceron.
Fue algo mágico. Algo insospechado. Algo sublime. Los
niños quedaron sorprendidos. Lo leyeron. Lo copiaron. Lo ilustraron.
Ese fue el primer poema que hice de poesía pensando en
los críos. Me sentí tan bien que me prometí a mí mismo que no dejaría de
escribir poesía infantil nunca más. Y lo he cumplido. Y sigo cumpliéndolo.
Además de
mis poemas, fui introduciendo de manera sistemática versos de poetas, hombre y
mujeres, que hacían poesía infantil desde la calidad literaria, desde el
respeto hacia los pequeños, desde el amor por el lectorado.
Compré
poemarios de personas tan significadas como Gloria Fuertes, Mª Elena Walsh, Carlos Murciano, Celia Viñas, entre
otros. Entré en el mundo de la literatura tradicional de la mano de Carmen Bravo Villasante o Ana Mª Pelegrín.
Conocí la poesía muy ligada al alumnado, novedosa, de Federico Martín, sentí la importancia de personas como Gianni Rodari a la hora de crear un
universo lleno de libertad.
Me perdí por las páginas de antologías realizadas por
criterios serios y solventes para comprender lo mejor posible el amplio abanico
poético de personas que hacen de la poesía pensada para los niños (y los adultos, añado yo) un modo
de vivir.
A partir del año 1988, mis poemarios infantiles comenzaron a aparecer. En gallego, fundamentalmente, -un compromiso innegociable con mi lengua-, pero también en castellano.
Yo creo firmemente en el compromiso con la poesía. En
su necesidad y en su efecto placentero, lúdico pero también reflexivo y
crítico.
Son treinta años de un trabajo que me mantiene en
guardia frente a la frivolidad de ciertos discursos despectivos y frente a la
poquísima presencia de la poesía infantil en nuestra sociedad.
Mienten los adultos cuando dicen que a los niños no
les gusta la poesía. Mienten y lo saben. Quieren ocultar su desinterés
afirmando cosas que no son ciertas.
Y yo afirmo en voz alta: a los niños les encanta la poesía.
Pero para ello necesitan mediadores o
mediadoras que crean en esa necesidad, que estén convencidos de su bondad y
en que solo desde ese convencimiento contagien su entusiasmo a los pequeños.
Solo así se conseguirán resultados.
La figura del mediador o mediadora se hace imprescindible para que la poesía esté cerca de los lectores. No se les puede negar el derecho a que la conozcan, la gocen y hagan de ella una faceta importante en su formación. No es tarea de la escuela hacer poetas. Faltaría más. Pero sí hacer alumnos que amen la poesía. Es un derecho de formación humanística.
No es tarea de la escuela conformar sino formar el gusto en estas
disciplinas. Solo así haremos lectores de poesía o, al menos, personas que
verán la poesía de manera natural y positiva y la despojarán de prejuicios
necios y de esa etiqueta de cursilería que se le ponía tan a menudo.
No hay presencia de poemarios en los medios de
comunicación, ni de LIJ (una laguna que los define). No hay presencia en los
hogares de libros de poesía. (Ay, el miedo de los adultos).
De ahí la innegociable presencia de los mediadores
para llevar a cabo esta tarea imprescindible.
Pero no cualquier clase de mediadores. Mediadores
y mediadoras que deben valorar el
aspecto lúdico de la poesía y en palabras de Mª Teresa Fdez. Costa Guedes, estar convencidos de lo mucho que contribuye
a un mejor conocimiento del niño, de su universo, el fomento de saber ver,
saber escoger, saber inventar el hecho de desbloquear la espontaneidad y de
hacerlos más independiente son algunos de los rasgos que deben poseer.
Mediadores apasionados por su profesión.
Mediadores que han de emocionarse para emocionar,
que han de sumergirse para sumergir
que han de estar convencidos para convencer
y
seducidos para seducir
y
contagiados para contagiar.
No nos olvidemos de que la poesía ni se impone ni se
enseña. La poesía, se filtra desde la emoción, desde la naturalidad, desde la
palabra dicha en voz alta, desde el cariño y el afecto.
Solo así se podrá poner el hecho poético en el lugar
que le corresponde.
Solo así se pondrá en valor el uso preciso y precioso
de la palabra literaria.
Llevo muchos años luchando por la presencia de la
poesía en las aulas, en los hogares, en la sociedad. No es (ni fue nunca) una
tarea fácil. Hay demasiados prejuicios en contra. Prejuicios que se pueden ir
disipando si decimos los versos en voz alta desde el corazón. Desde el objetivo
de que cada lector haga suyo el poema que lee o que escucha. Lectores y
lectoras activos que no buscan desentrañar jeroglíficos sino sentirse
partícipes de lo que a ellos les está diciendo el poeta.
Hay un número enorme de poetas, hombres y mujeres, en la actualidad para acercárselos a los niños. Hay mucha calidad en lo que escriben. No hay disculpas. El espectro poético es muy amplio y podemos escoger con facilidad. Hoy en día los poetas, las poetas, no defraudan. Conocen perfectamente los senderos que deben recorrer para hacer felices a sus lectores.
No caben evasivas de ninguna clase.
La palabra poética es un tesoro que debemos descubrir
y guardar para con él poder hacer felices a esos seres, auténticas esponjas que
absorben aquello que se les ofrece desde
la honestidad literaria con entusiasmo y convicción.
Lo digo como alguien que lo vivió día a día durante
cuarenta años de docencia. Lo digo desde el escritor que tiene muchos poemarios
infantiles y que se siente muy orgulloso de estar cerca de los chavales.
He dicho escritor. ¿Y cómo me he planteado yo a lo
largo de los años el hecho poético? Desde luego, nunca he intentado dar una
definición plena de qué es la poesía. Me lo han preguntado mil veces y, tal
vez, he improvisado para quedar bien, para que resultase bonito. Pero sin
convencimiento porque yo asumo claramente que la poesía no se puede definir.
Federico García Lorca |
Todo lo más, crear unos versos o unas frases, posiblemente hermosos, que se convierten en poesía pero que no la definen. Unas metáforas bellas que muestran nuestra capacidad creativa. Y nada más. Y nada menos. Me molesta esa obsesión que tienen las personas por las definiciones. ¿Hay que definirlo todo? Desde luego que no. Hay que gozarlo, evocarlo, decirlo. Hay que emocionarse. Hay que sentirlo dentro.
Yo quiero traer hasta aquí las palabras que mi amado Federico García Lorca dijo de viva voz a Gerardo Diego.
"Pero ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué te voy a decir de esas
nubes, de ese cielo? Mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un
poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y
profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía"
Ni más ni menos. Lo importante es que nazca, que
llegue, que se la quiera desde las primeras edades, que nos transporte con
emoción por la senda de la vida. Que se diga jubilosa en voz alta. Que nos
permita tocar la belleza. Que nos acerque a quienes somos en realidad.
Porque los poemas son carreteras que nos llevan al
país de nosotros mismos. Caminos con sombra que nos resguardan de monstruos
bien visibles.
De mí, puedo decir que soy un viajero que viaja desde
dentro hacia fuera para volver a mí mismo. Un caminante que emprende un viaje
incierto a cualquier parte en busca de algo o de alguien, un viaje de dudas y
de palabras en busca de las mil verdades que conforman nuestra vida. Capaz de
hacerme preguntas para ver horizontes.
Gracias a la poesía conseguí conocerme mejor, conseguí ser un poco más dueño de mí mismo, comprender lo que quería respirar en mi existencia y perfilar mi relación con los demás.
Escribiendo poesía expresas los sentimientos,
manifiestas tu compromiso con el ser humano y contigo mismo a través de la
emoción y de la fuerza de la palabra.
Poesía es refugio. Poesía es rebeldía. Poesía es tomar
rumbos diversos. Poesía son experiencias continuas que te ayudan a respirar y a
sentir que vives. Poesía es descubrir horizontes que den sentido a cada acción
que realizas. Es estremecimiento. Es luz. Es hacerse preguntas. Como se puede
advertir es muchas cosas pero que, mantengo, es imposible definir.
Cuando en
los centros de enseñanza los niños/as preguntan en qué me baso, en qué me inspiro
para escribir, siempre contesto lo mismo: en la vida y en las lecturas que hago y en
la música que escucho. Y los animo a que anden por esa vida con los
ojos abiertos, con los oídos muy atentos y con el corazón muy receptivo y
permeable a todo lo que ocurre a su alrededor. Que lean poesía. Que se fijen en
las estructuras. Que sientan el poema.
Ese poema escrito por los muchos hombres y mujeres que
escriben desde el corazón para hacerlos felices. Que los aman y lo demuestran
con la escritura dedicada a ellos y ellas. Hombres y mujeres que se llaman María
Elena, Gloria, Carlos, Antonio, Mar, Beatriz, Ana María, Xoán, Antón, Raúl, Mª
Jesús, Gabriela, Fran, Helena, Manuel María, Enrique, José, Carmen, Carles,
Miquel, Juan, Marisa, Celia, Adriano, Jaime, Pedro, Margarita, José Antonio y
tantos otros que han hecho y seguirán haciendo las delicias de los pequeños
a través de sus poemas.
Poetas que
siempre serán capaces de plasmar en sus versos las miradas de tantas personas
que son capaces de emocionarse con la palabra poética.
Que, como
ha escrito mi amigo y gran poeta Juan
Carlos Martín Ramos, puedan dejar un deseo poético en versos como estos:
que nunca antes se haya escrito,
que cada vez que lo leas
sea distinto.
Que cuando cuente un secreto
te hable al oído,
que si quiere protestar
lo diga a gritos…
Hermosas palabras. Palabras desde el corazón. Palabras que mojan y que acarician.
Y luego, en el desarrollo de mis sesiones con ellos, les
pregunto a los niños y niñas, si son
capaces de acertar cuál es mi palabra favorita.
El torbellino de voces puebla el aire. Y rara vez dan
con la respuesta adecuada.
Se asombran cuando les digo que mi palabra favorita es
la palabra palabra. Entonces
les aclaro que con las palabras que utilizamos podemos llevar a cabo todo lo
que fueron diciendo.
Sí, la
palabra. Porque yo amo profundamente las palabras. Desnudas o vestidas.
Tristes o alegres. Conquistadas o perdidas. Siempre estoy en actitud constante
de retenerlas, de tocarlas, de sentir que forman parte de mí.
Porque, hace ya bastante tiempo, me di cuenta de que
me las había robado un viento miserable que no quiero recordar. Un viento cruel
y frío insensible al calor.
Leyendo al poeta gallego Bernardino Graña, di con unos versos hermosos que decían:
O vento levou follas e palabras, /
levou rumor e ruído.
Entonces, me hice fuerte y escribí:
Que as traia de novo,
que quero berralas,
que quero dicilas
ben forte as palabras.
Levounas o vento
a cambio de nada.
Deixoume unhas follas,
Palabras fermosas.
Palabras gastadas.
Palabras. Palabras
no vento zoaban.
Sí, sonaban en el viento, buscando preguntas.
Y yo solo fui capaz de hacerme esas preguntas en voz
alta.
Esas preguntas que la buena poesía se hace sin saber
si alguien le va a dar respuestas.
Quise expresar deseos y cogerlos con la mano si
estaban en el aire.
Otra de las funciones del poeta.
Pero después de tantas andanzas solo quiero expresar este
deseo profundo:
Que los niños y niñas se
emocionen con la palabra literaria y que no dejen que ningún viento traidor,
tenga la forma que tenga, se las robe.
Esa sí será una buena manera de crecer por dentro y de
prepararse para una vida que no les va a regalar nada.
Muchas gracias.