lunes, 18 de noviembre de 2013

A LUZ DAS PALABRAS (32) Gonzalo Moure



 
Gonzalo Moure

 Cuando hablas por primera vez con Gonzalo Moure, te atrapa.
Unos ojos penetrantes en un rostro marcado por su barba blanca destilan ternura.

Sí, amigos, Gonzalo Moure es muchas cosas. Entre ellas, tierno. Pero también es comprometido, honesto, auténtico, cariñoso, inteligente y mucho más. Hay una vida que late dentro de él. Nunca está quieto. Viaja de aquí para allá, siempre cumpliendo con los demás, si le es posible. Es olvidadizo, tiene muy buenas intenciones pero se lía con todo aquello que hace que su corazón lata con fuerza. Amigo de sus amigos, está a su lado cuando lo necesitan.
 
Uno de mis libros preferidos
Y, por encima de todo, es un gran escritor. Uno de esos novelistas que respetan a todo aquello que hay que respetar por ética personal: a la literatura, a los personajes de sus novelas, a sus lectores (a quienes exige esfuerzo literario), a él mismo. Transmite sensibilidad a raudales y es un placer conversar con el novelista, con el luchador, con el amigo. Siempre dice cosas interesantes. Apasionado por el cine, no hay vez que estés con él y no te señale una película para que repares en ella. No en vano es un cinéfilo que llega a ver algunas obras maestras hasta veinte veces en sus propias palabras. Y viene haciéndolo desde que era muy joven. Le encanta compartir todo aquello en lo que cree. Atrás queda el periodismo, la radio. Su presente está centrado en la acción a favor del pueblo saharahui (¡cuántos años de lucha lleva ya sin desfallecer!) y en sus libros. Son estos auténticas joyas literarias. Aborda un buen número de temas, siempre teniendo muy presentes a los desfavorecidos, pero siempre haciendo literatura de altísima calidad. En sus novelas suele tratar temas sociales ( los gitanos, los niños y niñas del Sáhara, el síndrome de Mozart…) y los aborda bajo un estricto prisma literario. La literatura, al servicio de los lectores, tirando de ellos hacia arriba. Gonzalo jamás baja la guardia en este aspecto. Ama demasiado su oficio como para traicionarlo.


Los lectores aprendemos mucho de su manera de enfocar sus escritos. Suele abrir caminos y explorarlos para crear una obra rica, ya desde su estructura. Acercaos a su blog y buscad los títulos que Gonzalo Moure lleva escritos. Si no lo conocéis, quedaréis sorprendidos muy gratamente. Y si habéis leído,por ejemplo, Maíto Panduro, El síndrome de Mozart, El beso del Sáhara, La noche del Risón o Tuva, conoceréis otros libros que harán las delicias de los que se acerquen a ellos.Están llenos de emoción.
Y conoceréis el Bubisher, un autobús, una biblioteca para que puedan leer los niños y niñas saharahuis. Un proyecto de una hondura indescriptible.
 
El bubisher
Gonzalo Moure no cree en guiones cuando comienza una novela. Él prefiere sumergirse en la historia y, desde el más profundo respeto, deja que vivan sus personajes y que sean ellos los que tomen sus propias decisiones para después describirlas.
Gonzalo afirma que “lo importante de la literatura es lo que sugiere, no lo que dice”.

Sobre el oficio de escritor comenta con relación a sí mismo: “Este oficio, para mí, es algo más que un sueño. Me veo como los vaqueros que tanto me gustaban en mi infancia. Mi caballo es la libertad; un cuaderno abierto, mi tienda de campaña y mi rotulador, mi rifle. Puede más un lápiz que una ametralladora: los poderosos temen más a las palabras que a las balas”.
Y añade sobre este oficio apasionante: “Prefiero pensar que un escritor es un buscador, un descubridor. La vida está llena de historias. A veces los personajes que creas tienen más vida que los seres reales, más vida que yo mismo”.
Hermosas e interesantes reflexiones.Pensamientos inteligentes de un autor que no hace de la fórmula, ni de las repeticiones, el centro de su manera de escribir. No deja de buscar retos constantemente.
 
Así es de afectivo Gonzalo
Quiero mucho a Gonzalo Moure. Tiene detalles preciosos con nosotros. Es muy afectivo.Como anécdota, recuerdo su llamada al final del último partido de Liga de la pasada temporada, en el que el Celta, el equipo que llevo muy dentro, se salvó milagrosamente. En cuanto terminó el encuentro con el Espanyol, Gonzalo me llamó enseguida para compartir mi alegría. Pueden parecer nimiedades pero no lo son tanto. Esto es una anécdota, repito, pero Gonzalo Moure siempre está pendiente de sus amigos, aunque pase algún tiempo, más o menos largo, sin hablar con ellos.


Mientras escribo estas líneas, decido llamarlo. Me apetece escuchar su voz. Lo encuentro, como tantos de nosotros, muy enfadado por la situación que estamos viviendo. Ya dije que era una persona comprometida. Y lo es con la justicia social. Está indignado. Hablamos de nuestras cosas y, como de costumbre, me muestra su cariño. Es una persona maravillosa. Y un gran escritor que entra en Versos e aloumiños con un texto muy especial que él mismo explica.Un texto de una belleza deslumbrante.
Gracias, Gonzalo, por ser como eres.
Estamos muy contentos de que tus palabras nos iluminen con su luz.

 Qué es la poesía?

No creo que haya mejor lugar para hacerse esa pregunta que el taller de un poeta. Un lugar como este, en el que se engastan las palabras y se taracean los adjetivos. Un lugar hospitalario como pocos, con un anfitrión como muy pocos.

Un día, en el desierto, un grupo de niños saharauis me preguntaba cómo se hacía una poesía. Les hablé de Limam Boisha, que no hace mucho fue niño como ellos, y que se hizo poeta. Y que Limam me recordaba a Miguel Hernández. Quién es Miguel Hernández, preguntaron y les dije que fue un poeta que antes fue niño y pastor.
 
Miguel Hernández leyendo poemas
Y así, para ellos, empecé a escribir un libro que ahora está en el taller del ilustrador, para casar palabras e imágenes. Un libro que es un homenaje al poeta que fue, Miguel, al poeta que es, Limam, y al poeta que será: cualquiera de ellos.

Y así nació este “Silbo del dromedario que nunca muere”, del que quiero compartir con Antonio y sus invitados algunos fragmentos de la vida de Kinti, un niño del desierto, un niño pastor, un niño poeta.

Kinti preguntaba qué quería decir lo que leía.
El abuelo lo intentaba,
pero no conocía todas las palabras.
Este poema habla de colores.
Y también de flores. Claveles.
¿Qué son claveles.?
Flores que huelen a noche dulce.
De azahares.
¿Qué son azahares?
Flores de las que nacen naranjas.
Y aquellas ideas eran relámpagos en la mente de Kinti.
¿Qué son tiros de grana?
No lo sé.
Así acababa siempre,
y los “no lo sé” eran puertas cerradas para el Kinti.
Noches sin luna,
tormenta sin relámpagos.

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Quiero saber español,
le dijo un día el niño al anciano.
Quieren ser los labios sonrisa, le dijo el abuelo,
dibujando una entre las hebras blancas de barba y bigote.
Y le enseñó.
Poco a poco, letra a letra, palabra a palabra.
Pulió una estrecha tabla de acacia blanca y pura,
y con carbón escribía
y con la palma de la mano borraba.
Ahora tú,
y Kinti escribía pan
y en los tres signos el niño olía la masa y el fuego,
y más allá la harina y las manos de su madre,
y más allá el trigo y el sudor del labrador,
y más allá la tierra y el agua,
y más allá ya no sabía qué, pero también lo olía.
Pan, naranjo, guijarro,
poco a poco formando en su cabeza un mapa
como el de las estrellas del cielo,
tan cerca unas de otras.

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Kinti leía cada poema diez, treinta veces.
Lo hacía mientras vigilaba a las cabras
y, de vez en cuando, lanzaba la piedra con su honda
y gritaba los versos aprendidos;
y ambos, piedra y verso,
volaban en la desolación del desierto,
“Cerca del agua te quiero llevar”.
O “Nunca tan parecida tu frente al primer cielo”.

El abuelo se sentaba en una colina cerca del campamento,
no tan cerca como para que Kinti lo viera,
ni tan lejos como para no escuchar sus versos como piedras:
“¡Qué olor a madreselva desgarrada y hendida!”.

Y el viento del desierto se llevaba los versos
y en lejanas majadas
los camellos sentían caer su sonido como lluvia fértil.

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Miró una vez atrás, hacia la acacia
y el zurrón que había enterrado a sus pies.
Y susurró: espera, ten paciencia,
un niño vendrá un día y te encontrará,
y leerá mis poemas.

Y ese niño aprenderá también a lanzar con la honda
primero piedras y después versos,
porque siempre hubo niños pastores,
pastores poetas, y siempre los habrá.