jueves, 19 de diciembre de 2013

MSTISLAV ROSTROPOVICH, EL CÁLIDO CHELISTA QUE SURGIÓ DEL FRÍO.



Mstislav Rostropovich
Os artigos, case pequenos concertos, cos que nos agasalla Javier Golvano de cando en vez, son recibidos con ledicia e interese polos nosos lectores.

Escritos cun certo humor, algo innato na personalidade de Javier, cun chisco de ironía e cunha claridade expositiva moi evidente, estes textos convértense en pequenos concertos que fan as delicias dos nosos seguidores.

Os intérpretes están moi ben escollidos. Todos eles nos enchen de poesía cando se enfrontan aos seus instrumentos. A voz grave de Ramey é poesía. As mans, mesmo con luvas, de Glenn Gould sobre as teclas do piano crean estrofas, sen dúbida, e o arco acariñando as cordas do violoncelo de Rostropovich deixan no ambiente os máis belidos poemas para que nos emocionemos.

Javier Golvano
Estas liñas, coas conseguintes mostras audiovisuais, son un agasallo para os oídos e para o noso espírito. Á beleza do instrumento, únese a mestría e a sensibilidade dun dos mellores músicos de todos os tempos. Escoitar a Mstislav Rostropovich resulta imprescindible para saborear un dos praceres desta vida; se alguén non coñece ao mestre de mestres, que se deteña un tempo, que pare a loucura cotiá que nos envolve e se deixe arrolar polos sons do violoncelo deste xenio e guiar pola sabia palabra de Javier Golvano.
Unha vez máis, amigo, moitas grazas por obsequiarnos e achegarnos á poesía que posúen os grandes músicos e compositores de todos os tempos.







                        MSTISLAV ROSTROPOVICH, EL  CALIDO CHELISTA QUE SURGIO DEL FRIO

                        “Una nota, como el átomo, es parte de un todo que debe fluir en orden”

                                                                       “El luthier de Delf”- Ramón Andrés



Mstislav Rostropovich, el que con acuerdo bastante generalizado, ha sido considerado el violonchelista más representativo de la segunda mitad del siglo XX- de modo similar a  lo que ocurrió en su primera mitad con Pau Casals- nació en Bakú (Azerbayán), donde por entonces estaba establecida su familia, en la primavera de 1927.

Su madre era una pianista con talento y su padre, violonchelista, había sido incluso alumno de Pau Casals, por lo que, como pueden imaginar, al pobre “Slava” le empezaron pronto las extraescolares- ya saben, esas horas que los padres organizamos pensando en el futuro de nuestros hijos y en que sigan “recogidos” tras el horario escolar-. Su madre lo cogió tiernecito y comenzaron con  el piano para algún año después pasar a estar bajo la tutela del padre e iniciar el estudio del chelo.
Con Prokofiev

Hay que suponer que la música se le daba bien- como era de esperar con progenitores tales- pues con 16 años, a finales de la II Guerra Mundial, sigue sus estudios en el Conservatorio de Moscú, donde fue alumno, entre otros, de Shostakovich y Prokofiev. Con el primero de ellos iría fraguando una relación cada vez más estrecha –estrenaría más adelante, por ejemplo, sus dos conciertos para chelo- y, según Solomon Volkoff en su libro “Testimonio: las memorias de Shostakovich” en los dos últimos decenios de la vida de éste sería el más íntimo amigo del compositor y el músico más cercano a él tras las desavenencias del compositor con Mravinsky, el legendario director de la Filarmónica de Leningrado, surgidas antes del estreno de su décimo tercera sinfonía que acabaría no siendo estrenada por el director citado, tantas veces responsable de los estrenos de sinfonías anteriores.

Concierto cello nº 1 Shostakovich


A partir de 1950 empezaría ya en serio su carrera como solista y, unos años más tarde, la de director. Con posterioridad fue también nombrado profesor del Conservatorio de Leningrado y más adelante, en algún momento, por sus clases pasaría gente como la prematuramente desaparecida chelista inglesa Jacqueline Du Pré – si tienen ocasión no se pierdan su versión del concierto para chelo de Elgar dirigida por Sir John Barbirolli- o Misha Maisky.

Fechas importantes en su carrera de concertista serían sus triunfos en los concursos internacionales de Praga y Budapest en los años 1947, 1949 y 1950, su debut en Occidente en 1963 en Lieja, bajo la dirección del gran maestro soviético Kirill Kondrashin, y su debut el año siguiente en Alemania del Oeste.

En 1967 debutaría en el teatro Bolshoi de Moscú como director con “Eugene Onegin”, la ópera capital de Tchaikovsky, cuyo papel femenino principal, el de Tatiana, sería uno de los más importantes y significativos en la carrera de la que sería su esposa, la “prima donna” del Bolshoi Galina Vishnevskaia. La referencia de esta ópera en versión discográfica cuenta con ella en dicho papel bajo la dirección de Boris Jaikin al frente de las huestes del Bolshoi, en versión que hace unos años fue distribuida en un coleccionable del diario El Pais; se lo indico por si lo tienen en casa sin ser conscientes de ello.
Con Galina Vishnevskaya

El repertorio de Rostropovich abarcaría el periodo clásico, con los  conciertos para cello de Haydn y Boccherini, pasando por Schuman y Dvorak, hasta las obras de Tchaikovsky y Strauss, así como la correspondiente música de cámara donde hizo registros importantes de las suites de Bach, los tríos para chelo y piano de Beethoven acompañado por Sviatoslav Richter; el doble concierto de Bramhs con Oistrach o el triple concierto de Beethoven del que también hay una excelente referencia discográfica con Karajan, la Filarmónica de Berlín y la- y perdonen la irreverencia en un estado ateo como la U.R.S.S.- “Santísima Trinidad” de la interpretación soviética en los años finales del stalinismo y posteriores, es decir: David Oistrach al violín- “El Rey David” para sus seguidores por su ascendencia judía y por ser considerado el rey de los violinistas-, Sviatoslav Richter al piano- cuando el otro gran pianista soviético Emil Gilels dio por primera vez recitales en occidente, al ver encantadas a sus audiencias, les comentó: “Pues prepárense para cuando venga Ritcher”- y nuestro Slava Rostropovich al chelo.

Mentar al anterior trío a los amantes de la música, ya no digo si son “algo rojillos”, es como mentar a los amantes del fútbol a la delantera del Brasil del 70 ¿se acuerdan?, si esa: Jairzinho, Gerson, Tostao, O Rei Pelé y Rivelinho,  o siguiendo con el color rojo y si ustedes son de por aquí, a la saga de los Casillas, Xavi y “dulce” Iniesta, el repartidor de caramelos que diría Rikjaard.

Siguiendo con el repertorio de nuestro protagonista hay que decir que también estuvo totalmente volcado en  y alentó a la música de su tiempo solicitando o habiéndosele dedicado más de sesenta obras. Hemos comentado con anterioridad los estrenos de conciertos de Shostakovich. También estrenó en los cincuenta la Sinfonía Concertante de Prokofiev.  En los sesenta, tras su paso por occidente, estrenaría la Sonata para chelo y piano y las Sonatas para chelo de su amigo Benjamín Britten.
Con Shostakovich e con Richter, un gran pianista.

Estrenó, y muchas veces fueron encargo suyo, obras y conciertos para chelo de Henri Dutilleux y Witold Lutoslawski- hay un excelente disco de EMI que recoge estos dos conciertos con Orq. De París y Serge Baudo al frente de la misma-, Olivier Messiaen, Krzysztof Penderezki- Dios mío, la de consonantes que pueden caber en un nombre o apellido polaco entre dos vocales- les ruego que perdonen la grafía, probablemente incorrecta, pero es que con estos polacos a uno siempre la falta o le sobra, o está desajustada alguna consonante- Alfred Schnittke, Rodion Schedrin, Cristobal Halffter, Xenakis, Berio, etc…..  Y no sólo como chelista, como director estrenó también obras de algunos de ellos como “Novelette” de Lutowslawki- otra vez la pesadilla de un apellido polaco- o “Timbre, Espace, Mouvement”" de Dutilleux. Todavía en el dos mil estrenaría el “Sexteto” de Pendereki con, de nuevo, “cuerdas” exsoviéticas, aunque ya más jóvenes como el viola Yuri Bashmet y el violinista báltico Julian Rachlin. Como pueden ver nunca tuvo miedo de que los jóvenes le hicieran sombra.
Dmitri Shostakovich

Además, fue un hombre de su tiempo. Dejemos expresarse sobre ello a Shostakovich: “Toque lo que toque, Bach o Hindemith, oímos siempre la expresión intensa del tiempo que vivimos, sus interpretaciones son siempre las de un hombre de hoy”.

Un hombre de hoy, valiente y asentado en sus valores y creencias, como veremos en su trayectoria pública, pero que también podía ser conciliador y diplomático cuando tocaba serlo. Le cuenta el propio Shostakovich a Volkoff en “Testimonio”, como Rostropovich iba a estrenar un concierto-rapsodia para chelo de Katchaturian en el que encontraba algunas cosas mejorables, pero siendo Katchaturian algo quisquilloso la cosa no era fácil de abordar, así que, según Shostakovich, Rostropovich fue a ver a Katchaturian y se lo planteó del siguiente modo: “Ha escrito usted una obra maravillosa, una obra de oro. Pero algunas partes son de plata y habría que dorarlas un poco” y Katchaturian aceptó la crítica y los cambios propuestos. La anécdota la termina Shostakovich, y uno le advierte la sonrisilla maliciosa en el rostro, indicándole a Volkoff:  “yo hubiera podido intentar convencer a Katchaturian de los cambios, pero claro, yo no tengo el don poético de Rostropovich”.
Aram Khachaturian
En lo referente a su figura pública en la URSS y su evolución posterior, hay que entender que Rostropovich, como muchos de los grandes compositores e intérpretes citados, era una figura muy reconocida en su país y un personaje de primer nivel en la propaganda del régimen soviético en el exterior, sobre todo tras la muerte de Stalin, con sus viajes y conciertos por occidente.

Recibiría el premio Stalin en 1951 y el premio Lenin, el máximo galardón soviético, en 1963 aunque, como muchos de los artistas citados, sentiría siempre desde el poder ese doble lenguaje del palo y la zanahoria que acabaría con los nervios de muchos de ellos, siendo Shostakovich el más representativo y el ejemplo más notorio y visible, referencia y muestra para todos los demás.

Todo lo anterior no le  impidió distanciarse a veces de la línea oficial, trayectoria que ya tendría un primer momento significativo en 1948 cuando dejó el Conservatorio en solidaridad con Shostakovich al ser acusado éste de “formalista” – la acusación estandar para enemigos del régimen o elementos díscolos a disciplinar - por el diario Pravda, en maniobra claramente instigada por Stalin tras el estreno de la  ópera “Lady Macbeth del distrito de Mtsensk”, que al parecer no era del  agrado del dictador.
Benjamin Britten, gran compositor e amigo do mestre.


En 1970 defendió públicamente a Alexander Solzhenitsyn en una carta publicada en el diario Pravda y empezarían para él los problemas serios  en la URSS donde se le impidió dar conciertos y salir del país hasta 1974, momento en que abandonaría con su esposa la URSS. Con posterioridad en 1978 se le retiraría la nacionalidad soviética.

En ese periodo sería nombrado en 1977 director de la Orq. Sinfónica Nacional de Washington, donde sustituyó al húngaro Antal Dorati, y al frente de la cual estaría diecisiete años, y se hizo también cargo desde ese año de la dirección artística del Festival de Aldeburgh, el festival fundado y dirigido hasta su muerte por Benjamin Britten, autor de cuyo “Requiem de Guerra” haría una grabación discográfica con Peter Pears, Dietrich Fischer-Dieskau y su esposa que, prevista con anterioridad, hubo de posponerse desde los años en que tuvo prohibida su salida de la URSS.

También realizaría por esos años, para la casa EMI una grabación en la que dirigiría la ópera más significativa de su amigo Shostakovich “Lady Macbeth del Distrito de Mentsk” y en cuyo reparto el papel protagonista lo cantaba su mujer.

En los años 90, ya con Gorbachov, volvería a su patria invitado por éste y lo haría dando unos conciertos con la Orquesta Nacional de Washington. Años después, siguiendo su línea de activista y luchador por la libertad y los derechos humanos, tomaría un avión y se plantaría en Moscú para apoyar a Yeltsin cuando las fuerzas reaccionarias de la antigua URSS intentaron el golpe contra Gorbachov.

Finalmente moriría en Moscú en la primavera de 2007 ya totalmente rehabilitado en la Rusia actual.
Galina, no pasamento de Mstislav. Moscú 2007.

Como hemos indicado, Rostropovich interpretaba un amplio repertorio, pero en la memoria de muchos –entre los que me encuentro como pronto entenderán- siempre estará, y en cierto modo era su tarjeta de presentación, el concierto para chelo de Dvorak, ese concierto maravilloso que cuando Brahms lo oyó por primera vez, comentan que manifestó: “Nunca pensé que se pudiera componer un concierto así para violonchelo, de haberlo sabido yo mismo lo hubiera escrito”.

Rostropovich, por su relación con la Reina Sofía, apareció por España con relativa frecuencia en las décadas de los ochenta y noventa. En los primeros ochenta y no sé si con motivo del Mundial del 82 o con alguna época de fastos alentada por el Gobierno, ofreció conciertos en algunas ciudades más, aparte de Madrid y Barcelona, entre ellas en Bilbao, a donde vino para interpretar el concierto de Dvorak acompañado por la Sinfónica de Bilbao, que por entonces estaba en fase de reorganización, como tantas cosas en este país en aquellos tiempos.

Rostropovich era para nosotros uno de esos nombres míticos de músicos a los que nunca esperaríamos oír en directo, de los que actuaban en los famosos recintos y salas de conciertos de las grandes ciudades y que sólo por casualidad o por vaya usted a saber que azar podían pasar por ciudades como la nuestra, en ocasiones en las que, de programarse un concierto suyo no habría que perdérselo por nada del mundo.

Me recuerdo en la cola para sacar la entrada entablando conversación con un melómano de más edad, más posibles y más conocimientos que los míos, que me explicaba como quería volver a oír a Rostrovovich el concierto de Dvorak y en Bilbao, cosa que tampoco él hubiera esperado que ocurriera, pues se lo había oído unos años antes en Londres y desde entonces no se lo había querido oír a nadie más en directo.

Bueno, cuando uno oye estas “tonterías” de melómanos, por muy buena opinión que uno tenga sobre el intérprete, la obra, el compositor o lo que sea, suele pensar en lo exagerados que son los “seguidores” del arte y lo dispuestos que están a dejarse deslumbrar; aceptan cualquier cosa antes de admitir la decepción de que sus expectativas no hayan sido colmadas, pero hay algunas pocas veces en las que uno asiste al concierto y se da cuenta de que la “tontería” no sólo no lo era sino que aún se quedó corta la valoración previa.

Después de oír el Dvorak de Rostropovich yo entendí que es muy normal que uno no se lo quiera oír a nadie más. Si uno escucha la música de las esferas celestes, la tendencia humana es a seguir oyéndola mientras pueda y no a cambiar de galaxia.
Antonín Dvorák

Rostropovich- entonces en su madurez- era, para empezar, una fuerza de la naturaleza. Le oías tocar y daba la sensación de que él solo podía tocar el concierto entero, la parte de la orquesta incluida, llevar la dirección de la obra y lo que ustedes quieran. Allí había un solo foco en el escenario que como los agujeros negros- pero en brillante- subsumía en él toda la energía y, además – al contrario que los agujeros negros- devolvía esa energía aumentada a todos los demás.

Su articulación era prodigiosa, no hacía falta saber música o conocer la partitura para entender con qué nitidez se tocaban cada una de las notas; su dinámica era muy amplia, con unos fuertes muy poderosos y unos pianos que le recordaban a uno esos “filados” de la Caballé, donde uno sigue oyendo no se sabe si por resonancia o sugestión, un sonido que ya ha concluido pero que uno interiormente aún lo siente y lo escucha. El uso del vibrato, muy expresivo, acentuaba cada frase, ligando todas ellas en una continuidad que parecía lo más natural del mundo.



Concierto Dvorak (versión Rusia  años 60)

concierto Dvorak (años 9


Los grandes intérpretes en las obras que dominan y que, tras haberlas estudiado y analizado han hecho suyas, cogen al auditorio desde la primera nota y lo ponen en trance, pendiente de ellos, como en las culturas orales los grandes narradores nos enganchan con su historia, no sólo con lo que nos cuentan  - o les oímos tocar- , sino con el cómo lo hacen. Oímos como a cada frase le dan su importancia y su significado acentuando las palabras clave, suspendiendo nuestro ánimo en el momento que corresponde, acelerándonos el corazón o reteniéndolo, para que sintamos y vivamos todas las peripecias hasta el climax y el fin de la historia narrada o la obra escuchada. Todo parece tener un sentido único y nosotros lo hemos vivido, disfrutándolo o sufriéndolo, pero habiéndolo experimentado.

A partir de esta experiencia bastará un pequeño elemento- el inicio de una frase musical, unas notas- para que vuelva a nuestra memoria el recuerdo de aquel momento, un recuerdo “falso” pero mejor, porque la memoria, que es selectiva, nos expurga el recuerdo de los posibles defectos que tal vez ni advertimos en el momento en que se produjeron.

Decía Bergamín en su “Música callada del toreo”, comentando la faena de un matador que creo recordar era Rafael de Paula, que “a cada pase que daba se nos saltaban las lágrimas”. No encuentro frase más adecuada para describir a Rostropovich tocando su violonchelo: “A cada frase que toca, se nos saltan las lágrimas”. No olvidemos que el llanto es la expresión más  trascendentemente humana. Lloramos en los momentos de máxima desdicha pero también en los de máxima felicidad, en los de máxima impotencia pero también cuando las cosas salen bien y se cumplen nuestros deseos a poco humilde que uno sea.
Y ya para ir terminando volvemos a retomar la parte “humanista” de nuestro intérprete. Decía Mark Twain que: “De joven era capaz de recordar cualquier cosa, le hubiera sucedido o no”, y a los melómanos, que son gente dada a las ensoñaciones de sucesos, también les gusta recordarlos, les hayan sucedido o no, y uno de los modos en que se les ofrece la oportunidad suele ser preguntándoles: “De haber podido estar allí ¿qué suceso musical le hubiera gustado contemplar”.
Mark Twain

Cualquier melómano que se precie tiene una lista interminable de acontecimientos para responder a esa pregunta: Unos hubieran querido oír a Bach al órgano en Leipzig, otros a la Callas en “Norma” atacando el “Casta Diva” en la Scala, otros hubieran preferido estar en el estreno de la “Consagración de la Primavera” de Stravinsky con su correspondiente bronca, otros….lo que ustedes quieran. Yo ahora les voy a comentar un “suceso musical y algo más” al que me hubiera gustado asistir.
Estamos en Londres el 21 de Agosto de 1968. Rostropovich está anunciado para tocar el concierto de Dvorak con la Orquesta Sinfónica del Estado Soviético y con su titular Evgeny Svetlanov al frente de la misma. Al margen de las orquestas del Bolshoi y del Mariinsky – entonces Kirov-,  y junto con la Filarmónica de Leningrado, la mejor orquesta soviética. Con toda seguridad todas las entradas están vendidas con antelación pues hasta en Londres con esos intérpretes ése es un acontecimiento que no hay que perderse.
Evgeny  Svetlanov

Ese mismo día ha empezado la invasión rusa de Checoslovaquia. Las cañas se han vuelto lanzas y el público abronca a los músicos rusos echándoles en cara esa invasión y, como se pueden imaginar, acusándoles y tildándoles de todo. El concierto está a punto de suspenderse y es entonces cuando Mstislav Rostropovich se dirige al auditorio y les calma diciéndoles como él también comparte ese sentimiento y como lo único que tienen ellos, como músicos, para demostrarlo es su música.

Calmada la situación atacan el concierto de Dvorak y la interpretación es tan intensa que al término del mismo el público despedirá a los músicos con el cariño de saber que todos comparten el mismo sentimiento en esos momentos tan duros en Checoslovaquia.

Todo ello  se lo relataba el propio Rostropovich hace unos años al periodista José Luis Téllez en conversación mantenida con motivo de su presencia en Madrid para dirigir en el Teatro Real la Lady Macbeth de Shostakovich.

Estas cosas sólo puede lograrlas la música y a mí,  ese día,  me hubiera gustado estar en Londres en ese concierto.

Por cierto, la propina del mismo fue la “zarabanda” de la suite nº 2 para cello de Bach.


                                                                                                                           JAVIER GOLVANO