Resúltame moi
difícil facer un retrato axeitado á verdadeira valía e ao mérito que o labor de
Paco Abril ten no eido da literatura
infantil e xuvenil.
E non só nun sentido estrito da LIX,
porque as reflexións, as publicacións deste home abranguen as múltiples facetas
que presenta o mundo do libro: educación, didáctica, bibliotecas, crítica
literaria, dirección de suplementos, ensaios, guións… En fin, que un leva ben
anos admirando a Paco Abril, valorando o seu traballo e mirando de esguello
todo o que fai. Por iso lle solicitámoslle algúns textos para que Versos
e aloumiños, este blog-revista onde a emoción e a palabra son
protagonistas, non deixe de medrar.
Porque Paco Abril é escritor, articulista,
contacontos, artista plástico, promotor de lectura. A Paco Abril concedéuselle
o Premio Nacional ao Labor crítico de LIX, o Premio Nacional ao mellor traballo
de Divulgación Científica entre outros. Paco Abril creou un suplemento infantil
de enorme prestixio: La Oreja Verde e
publicou distintos libros que fan del un referente esencial no mundo literario
infantoxuvenil.
Paco Abril naceu en Teruel (1947) e vive
en Asturias. Deu cursos e conferencias por Europa e América e cos contos como
bandeira presentou e escribiu un programa televisivo nos oitenta e creou
mostras itinerantes de libros que
percorreron todo o estado español.
Poderiamos seguir falando de Paco Abril,
pero haberá novas ocasións, porque este home non para, é un volcán en erupción
constante.
Paco Abril tiña que estar presente na
sección A luz das palabras. Non hai dúbida ningunha de que a súa voz
posúe moita luz. Leva ben anos alumando camiños con dirección á fantasía, aos
soños e á emoción literaria.
Neste interesantísimo artigo, Paco fálanos
da importancia dunha profesión tan necesaria como infravalorada: a do
bibliotecario/a. Coa palabra afiada, clara, e a ironía e o humor presentes Versos
e aloumiños séntese moi honrado de recibilo aquí, para gozo dos seus
lectores.
La profesión más arriesgada del mundo
Paco Abril
Existe una profesión realmente arriesgada,
quizá sea la más peligrosa de todas. Me estoy refiriendo a la profesión
bibliotecaria.
Esta afirmación provocará más de un asombro.
¿Arriesgada por qué?
¿Acaso quienes la practican trepan por
imposibles rocas, como los alpinistas? ¿Acuden a la primera línea de fuego de
cualquier guerra, como los reporteros? ¿Descienden a las profundidades de la
tierra para extraer sus minerales, como los mineros? ¿O se enfrentan a mares
embravecidos, como los marinos y los pescadores?
No, claro que no realizan ninguna de las
actividades descritas.
Entonces, ¿por qué esa exageración? ¿A qué
viene hablar de riesgo bibliotecario?
Es cierto que a un observador superficial podría
parecerle una profesión no sólo sedentaria, sino tranquila, relajada y alejada
de cualquier amenaza. Ni siquiera se les exige el uso de casco protector ni de
ninguna otra precaución.
Sin embargo, las apariencias engañan, y mucho.
Estos profesionales trabajan con dos de los elementos más inflamables que
existen: libros y lectores.
Los bibliotecarios saben, mejor que nadie, que
un libro, puesto en contacto con un lector, produce una reacción impredecible e
imprevisible.
Si juntamos un átomo de oxígeno con dos de
hidrógeno, sabemos que obtendremos agua. Pero si unimos un lector con un libro,
jamás podremos adivinar lo que va a ocurrir, dado que el mismo libro causará
efectos distintos en diferentes lectores. Será una reacción química de efectos
insospechados, esto es, no controlables.
No es de extrañar que la primera medida que
suelen tomar las dictaduras es intervenir en las bibliotecas, bien para
clausurarlas, bien para permitir sólo los libros que a ellos les interesan. Es
el caso, entre tantos, de Corea del Norte. Ninguna dictadura va a consentir que
se les cuele literatura subversiva ni tampoco degenerada, como así tildaban los
nazis a libros como La metamorfosis,
de Kafka.
Qué
duda cabe de que quienes mejor han entendido el poder de los libros son los dictadores.
Por eso los prohibieron nada más alzarse con el poder. Stalin acabó, sin
temblarle el pulso, tanto con los libros como con los autores que le
molestaban, que eran casi todos. Él aplicaba ese viejo refrán de muerto el
perro se acabó la rabia, aunque murió sin saber que la rabia era él.
Quino |
En las
democracias estas instituciones inflamables que son la bibliotecas peligran
también, porque hay muchos dirigentes políticos con tentaciones totalitarias
que miran los libros con recelo. Se les nota enseguida, primero porque hablan
de autores y títulos que no han leído, segundo, porque ponen todo tipo de
trabas y cortapisas para su potenciación, aún proclamando que las apoyan.
Y tercero, y sobre todo, porque quienes
rigen los destinos de los ciudadanos, saben, o intuyen, que aunque las
bibliotecas públicas dependen de los poderes políticos, quienes las frecuentan
tienen la posibilidad de aprender en ellas a desconfiar de cualquier poder, de
cualquier imposición, de cualquier manipulación. Saben, o intuyen, que son
instituciones extrañas que se nutren de pensamiento concentrado. Y saben, o
intuyen, que pensar siempre resulta subversivo. Ya hay quien las considera,
aunque no se atreva a decirlo en público, un peligro mayor que el de un
polvorín a punto de estallar.
Stalin |
Comprenderá ahora, quien haya leído hasta
aquí, que la actividad bibliotecaria exija delicadeza, prudencia, valor,
atención y conocimiento para afrontar con éxito los altos riesgos que supone.
Quienes se dediquen a esta profesión, deberán
estar alerta ante lo que pueda ocurrir.
En la mítica película de 1951 La mujer pirata, dirigida por Jacques
Tourneur, la capitana, después de expoliar un navío, ordena amontonar en la cubierta de su barco
todo el botín conseguido, y les pide a sus subordinados que cojan el objeto que
más les apetezca.
Fotograma de "La mujer pirata", de Jacques Tourneur. |
La
mujer transmite esta petición al médico del barco.
–Elegid,
doctor.
El
médico observa por encima aquel tesoro, en el que destacan joyas y vestidos
lujosos, sin darle importancia.
–Dudo
que haya algo aquí que me guste. ¡Ah, sí! –dice tomando un pequeño libro.
La mujer pirata lo contempla sorprendida.
–¿Un libro? ¿Eso es todo?
–Los libros tienen un poder mágico –responde
el médico.
La mujer pirata replica con indignada rapidez.
–¡Más poder tiene una andanada de cañón! ¿Puede
un libro hundir un barco?
–Los libros han hundido los barcos más
poderosos, destruido ejércitos y derrumbado imperios –concluye el médico
alejándose con su peligroso trofeo.
Los tiranos de cualquier especie, incluidos
los que llevan la piel de demócratas, saben que los libros, y quienes los
cuidan, son un peligro real.
Por
eso esta es la profesión más insegura del mundo.
Cuando
se reconozcan de verdad los riesgos que corren los bibliotecarios, seguro que
se les añadirá, a su merecido sueldo, un incremento o plus de peligrosidad, y
es más que probable que se les exija también, a estos sufridos profesionales,
el uso de casco y otras necesarias medidas preventivas.