Incluimos a continuación dos de las columnas quincenales que Antonio García Teijeiro publica en el semanario A Nosa Terra, en las que trata temas relacionados con la literatura, la música, la escuela y la animación a la lectura. Las presentamos aquí traducidas al castellano.
CANCIONES
Hay quien dice, y yo estoy de acuerdo, que las canciones, la literatura y las artes no cambian el mundo. Pero, a veces, gozar de ellas en nuestro entorno sí que ayuda a modificar, al menos un poco, la frivolidad de ciertos hábitos. Cuando ocurre, sentimos un hormigueo interno y placentero que nos acerca a la felicidad. A mí me pasa. Así que, contradiciendo lo escrito más arriba, afirmo que las canciones pueden ser muy importantes en los comportamientos de las personas. Y no hablo de nostalgias. Craig Werner, profesor de Estudios Afroamericanos de la Universidad de Wisconsin, asegura que “la música popular, especialmente el soul de los 50 y 60, tuvo un papel central en la lucha por los derechos civiles”. Está convencido Werner de que la música ayudó a destruir las barreras de la segregación y que músicos como Ray Charles, Curtis Mayfield, Sam Cooke, James Brown, Otis Redding o Aretha Franklin dieron vigor a los líderes y a los ciudadanos para luchar contra el racismo. Me agrada esta afirmación. Canciones en casa. Canciones en la escuela. Canciones en nuestra vida. Yo trato de poner las canciones que amo a mis amigos. Mis alumnos cantan y escuchan canciones. Canciones que perturban, que emocionan. Canciones para agarrarse a las letras. Canciones que nos ayudan a pisar las calles y a resguardarnos de las tormentas. Canciones de Serrat, Miro, Lennon, Uxía, Aute, Cohen, A. Prada, Llach, Brassens, Brel, M. Peón, Neil, Lete, Silvio… y de Bob Dylan, claro. Mientras escribo estas líneas suena Love Will Find de Sam Cooke. Me envuelve la sensación de que se está derrumbando una de las numerosas barreras de la insensibilidad humana. Permítanme soñar.
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO
LA PALOMA DE LA PAZ
A Xesús R. Jares
La paloma de la paz estaba cansada de hablar inútilmente con los hombres. Hablaba de derechos humanos (¡ella!), de armonía y de besos de colores. Pero sus palabras se estrellaban contra un muro de piedra construido precisamente por los hombres. De piedra, sí, pero también de silencios, de violencia, de inmundicia, de pólvora. La paloma de la paz estaba cansada de llevar siempre los mismos mensajes y de recibir siempre los mismos desprecios. La paloma de la paz había decidido ser sólo eso, una paloma. Pero un día vio a un hombre delgado, cariñoso, con gafas sobre una mirada tierna, y una apariencia que daba confianza. Le pareció diferente a los demás. Con una guitarra tocaba Knockin’ on Heaven’s Door. Cuando la sintió cerca, le sonrió y empezó a hablarle de combatir el miedo, de valorar la justicia desde la sensibilidad, de rechazar odios y venganzas, de calentar el ambiente frío de la escuela. El hombre que amaba a Dylan le habló de la dignidad, de la no violencia, de la necesidad de educar para la verdad y la esperanza. La paloma lo escuchaba sorprendida y feliz. Entonces, el hombre le regaló un libro. Su título: Educar para la verdad y la esperanza. La paloma lo hojeó y se dio cuenta de que el hombre de mirada tierna llevaba toda su vida comprometido con el ser humano en la lucha por la justicia y la libertad. La paloma pronto comprendió que seguiría golpeándose contra ese muro levantado por los hombres. Se despidió de él dándole un beso en la voz. Un día, me dejó el libro en el alféizar de mi ventana con la siguiente dedicatoria: Para Antonio y Susi, por los tiempos vividos, por los sueños compartidos, por el futuro y la esperanza. Suso Jares. Desde entonces, nunca he dejado de navegar por sus páginas.
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO