
"Lo que más me gustaba era que me contases un cuento en la cama. ¿Te acuerdas? —Malva—decías—, ¿cama y cuento? Oír esas palabras era lo mejor del día, lo mejor de la vida". Así comienza el libro Cama e conto (Xerais) de mi querido Gonzalo Moure. Y esto me hizo revivir momentos hermosos en la formación de mis hijos. Susi, mi compañera, les leía todas las noches uno o varios cuentos antes de dormir. Yo andaba por la casa recitando poemas en voz alta a quien me quisiese escuchar. La noche de Reyes, la Noche Mágica (que aún celebramos) era un pequeño espectáculo alrededor de los libros. Ahora incluimos música. Moure reflexiona en esta historia sobre la siguiente paradoja: aprender a leer es, a veces, una frontera en la que se pierde ese delicioso pacto entre padres e hijos. Se refiere el autor a la relación especial que supone leer o contar un cuento y que se pierde cuando los niños alcanzan su autonomía lectora. Les damos el libro y desaparecemos. Y algo sí que se pierde, porque en esa transmisión oral se crean unos lazos afectivos de una profundidad maravillosa. La lectura en la cama resulta una actividad enriquecedora, llena de ternura, para padres e hijos. Se crean complicidades y se alcanzan ilusiones comunes. Es un placer escuchar pero también leer. Sientes muy cerca a los pequeños, modelas su atención, despiertas sentimientos muy ricos y compartes un espacio común que beneficia a todos. Y no vale la disculpa del cansancio. Compensa compartir con los hijos unas páginas como un acto de seducción mutua y dejarse llevar por la fuerza de la literatura escrita u oral. Llegar juntos a ese horizonte, donde fábula y realidad comienzan a ser la misma cosa a orillas del sueño, se convierte en una aventura que alegra los sentidos.
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO
