jueves, 4 de febrero de 2021

A LUZ DAS PALABRAS (80) Ana Alcolea

 




Coido que foi en 2013 cando caeu nas miñas mans un libro que me cativou: El retrato de Carlota. Así souben de Ana Alcolea. Intereseime por esta autora e vin que xa publicara El medallón perdido, tamén en Anaya, e, mesmo, que o tiña na miña biblioteca. Lino deseguido. E aí comezou a miña devoción por esta escritora aragonesa e tras destes dous libros viñeron moitos máis.

     Ana Alcolea nunca decepciona. Os seus libros posúen moita vida que se move entre o misterio, as arestas da vida e a capacidade de soñar que transmiten. E sempre, sempre, coa literatura por bandeira. Como debe ser.

     Coñecina persoalmente grazas a ese milleiros de encontros co seu lectorado que realiza por colexios e institutos de toda España. Veu a Vigo e vímonos varias veces, algunhas delas na compaña de persoas tan queridas como Ledicia Costas ou Gonzalo Moure.

     Ana prende dentro do lector. A súa literatura está ateigada dunha sensibilidade exquisita, o que fai que teña unha mangada de lectores fieis. E eu son un deles.

     En Versos e aloumiños dámoslle as grazas pola súa xenerosidade.

     Gozade, pois, do seu texto.


Ana Alcolea


            

                           Fragmento de una conferencia

 

 

  A menudo en mis encuentros con jóvenes lectores les digo que hacemos magia con las palabras, que somos magos, pero no solo los escritores, sino también los lectores. Me miran extrañados. Y entonces les explico que igual que el mago saca un conejo de una chistera aparentemente vacía, los lectores pasamos nuestros ojos o nuestros dedos por signos completamente arbitrarios y creamos en nuestra imaginación mundos diferentes para cada uno. Porque las palabras  significan cosas muy distintas para cada uno de nosotros. Ni siquiera significan lo mismo a lo largo del tiempo. La palabra «madre», por ejemplo, va cambiando de significado: cuando eres hija, cuando eres madre, cuando pierdes a la tuya… Entonces les cuento Romeo y Julieta, y después de tenerlos cinco minutos completamente absortos escuchando y viviendo las escenas de amor, el baile, el balcón, la pelea callejara, el veneno, el puñal, la muerte de ambos, les pido que cierren los ojos durante siete segundos y que recuerden de qué color tiene el pelo Julieta y de qué color va vestida. Es fascinante observar cómo cada uno, con las mismas  palabras ha creado en su imaginación una Julieta diferente. Entonces les digo que queda claro que son magos y creadores de historias y de personajes. Tanto o más que los escritores.

           El hecho de crear a través de las palabras quedó explicado ya a través de los antiguos mitos. Los hombres y las mujeres de la prehistoria veían que su imaginación creaba imágenes a partir de los sonidos que escuchaban y emitían. El significante y el significado se unían en la palabra y en la imaginación, y quedaban inscritos en la memoria, en la individual y en la colectiva. 

Y así se iba creando el mito, al principio y en casi todas las culturas relacionado con la creación: los antigos egipcios tenían al dios Ptah, que creaba todo aquello que nombraba. En el Génesis de la Biblia, se dice que en el principio fue el verbo. El Dios cristiano también creaba nombrando. En los cuadros y frescos medievales de la Anunciación, pensemos en Fra Angelico y en artistas posteriores, las palabras que salen de los labios del ángel llegan al vientre de María, y son engendradoras. «Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». La palabra es engendradora. Es creadora.

Y al leer, y al escribir nos estamos creando a nosotros mismos. Somos lo que comemos, lo que bebemos, pero también lo que miramos, lo que leemos. Nos vamos alimentando con lo que vamos absorbiendo. Y las palabras las absorbemos ya desde la cuna. Antes de aprender a leer, el niño escucha relatos, narraciones, cuentos, que va absorbiendo y va generando en su cerebro la capacidad de pensar, de imaginar, por tanto, y a la larga, la capacidad del pensamiento abstracto, que es el que nos hace pensar más allá de las apariencias. Las apariencias no son sino sombras, como las de la caverna de Platón. Las ideas y la realidad están más allá, y para llegar a ellas necesitamos el pensamiento abstracto que nace ya en la recepción que el niño hace de las palabras que escucha en sus primeros años, en sus primeros meses de vida.

Porque las palabras tienen ese maravilloso don: hacen que cada lector las viva de una manera diferente. Y cree en su imaginación, lo más íntimo y secreto que tenemos, algo también distinto. Y al hacerlo, va creando aquí dentro, en la cabeza, la capacidad de imaginar, de pensar. Por tanto, va creando la posibilidad de tener pensamiento propio, crítico, reflexivo. Para no creerse lo que le digan los demás, y así poder ser libres. La lectura nos hace libres. No sé si mejores o peores, pero libres porque nos abre ventanas al mundo exterior, ese que ahí fuera, y que es casi infinito. Y al mundo interior: ese que tenemos aquí dentro y que es tan infinito como nosotros queramos.

Cuando escribimos y cuando leemos, creamos historias que hablan de nosotros mismos: de nuestras alegrías, de nuestras tristezas, de nuestros amores, de nuestros desamores. De nuestra melancolía, de nuestra felicidad. Por eso nos gusta leer. Y escribir. Porque al hacerlo, nos unimos a lo más íntimo del resto de la humanidad. Aquello que tenemos todos  en común. Aquello que es universal. Aquello que todos somos capaces de sentir, y a veces, no siempre, de expresar: la esencia de nuestros ser humano. Nos emociona lo mismo a través de los siglos, e independientemente de la edad que tengamos.

Como don Quijote. Aquel Alonso Quijano que había leído mucho. Tanto como Cervantes, no olvidemos a su creador. Ambos habían leído mucho. Y don Quijote no se había vuelto loco de tanto leer. No. Igual que Cervantes, que tampoco estaba nada loco. Tenía la cabeza muy bien amueblada. Don Quijote ha leído tanto que su mundo se ha hecho mucho más grande que su casa en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre nadie se acuerda. Su mundo es el universo entero. Por eso quiere ser un personaje como los de las novelas que ha leído. Quiere ser un caballero de novela. Enamorado, compasivo, aventurero. Bueno. Quiere ser un hombre bueno. No consigue ser caballero, y tampoco tiene éxito en el amor. Pero sí que consigue ser un hombre bueno, y sí que consigue ser un personaje de novela. Cervantes, el mago Cervantes, lo ha convertido en el personaje más universal de la literatura. ¿Y por qué? ¿Porque estaba loco? No. Don Quijote es universal porque don Quijote somos todos. Todos somos don Quijote, porque todos queremos hacer de nuestra vida algo especial. Porque todos necesitamos creer que nuestra vida es especial. Porque todos necesitamos ver gigantes donde hay molinos. O donde hay gigantes…Esa fue la enseñanza más hermosa que nos enseñó don Miguel de Cervantes.

Esa, y que la palabra es el don más importante que nos ha sido concedido. Un don que alimenta al pensamiento, y que se alimenta de literatura, de teatro, de música, de poesía, de filosofía, de cine, de cultura. Eso que algunos piensan que no sirvenpara nada, porque no ven más allá de sus muy pequeñas narices. Todas las lámparas de la cultura, de la sabiduría,  son las columnas en las que se asienta el ser humano. Y así lo ha hecho a lo largo de los siglos de la Historia con mayúscula. No alimentar la cultura en todas sus variantes es “pan para hoy, y hambre para mañana”, por usar un refrán, de los que tanto le gustaban a Sancho Panza. Eso lo supo bien Cervantes. Y don Quijote, que se alimentó de cultura para poder amar y seguir amando, a su inexistente Dulcinea, a las gentes con las que se encontraba en su camino, pero sobre todo, a la palabra, siempre creadora, sanadora y dadora de vida.

Por eso, los escritores y los lectores hacemos magia todos y cada uno de los días. Una magia que hace que nuestra vida sea, si no eterna, sí casi infinita, como un efecto de espejos enfrentados. Y es que los lectores vivimos muchas más vidas que aquellos que no leen. Si no leemos, tenemos solo una vida. Una vida que puede ser más o menos monótona, más o menos excitante. Pero una. No podemos hacer dos cosas a la vez, ni viajar a dos lugares al mismo tiempo. La vida que vivimos es lineal, por mucho que nos parezca a veces que tenemos vidas paralelas. En cambio, cuando leemos, nos metemos en la madriguera, acompañamos a Alicia y encontramos infinitos países de las maravillas desde el sofá de casa, arropados con la manta, con una copa de vino en la mano, o con una taza de té humeante. Amamos, odiamos, tememos, sufrimos, disfrutamos, abrazamos a los personajes y vivimos con ellos sus historias de amor y de desamor. Sus vacíos y sus ausencias se convierten en los nuestros. Cazamos ballenas con Ismael y con el capitán Aqab. Compartimos tumba con doña Susanita en Comala. Reivindicamos nuestra libertad femenina con aquella pastora Marcela que inventó Cervantes, tan rodeado que estuvo siempre por las mujeres de su familia. Morimos de belleza en Venecia con Thomas Mann. Somos «Preciosa» en el viento con Federico García Lorca. Somos Diego, somos Isabel, y agonizamos de amor por ese beso que no nos dio aquel o aquella a quien quisimos hasta lo imposible. Y, por supuesto, amamos a Fermina Daza en los tiempos del cólera. Y nos enamoramos del príncipe Andrei con Natacha en la guerra y en la paz. Y somos Hyde a veces y Jekill en otros momentos con Robert Louis Stevenson, con quien viajamos además a una isla sin tesoro. Y somos Claudio, el tío de Hamlet, y nos dejamos manipular por un deseo de ambición desmedida y por la erótica que debe de tener el poder, según dicen. Y nos ponemos en la piel de Creonte en la tragedia de Sófocles, y reflexionamos acerca de  sus dudas terribles entre el deber social y el deber individual. Dudas que tenemos muchos y que deben de sentir muy cercanas los padres y las madres de la patria en estos tiempos encendidos de cólera y de zozobra que estamos viviendo. Tiempos para los que son más necesarias las palabras que los vapores de los augures o las pócimas de las brujas que Shakespeare inventó para Macbeth.

                                                                                                                                            ANA ALCOLEA

 


 
Nun encontro co seu fiel lectorado





                               Por se queredes saber máis de Ana


Nacida en Zaragoza en 1962, ha vivido también en Teruel, Cantabria, Madrid, Italia y Noruega. Estudió Filología Hispánica.  Ha sido profesora de Lengua y Literatura durante veintiséis cursos. Desde hace varios años se dedica a escribir y a impartir charlas en colegios, institutos, universidades, centros de profesores... También participa en grupos de lectura tanto independientes como promovidos por diferentes instituciones. Colabora en revistas culturales y en Heraldo de Aragón.  Sus encuentros con lectores y su afán por fomentar la lectura entre los más jóvenes la han llevado a viajar por toda España, pero también por Colombia, Francia, Italia, Andorra, Marruecos, Noruega o Estados Unidos.

Durante sus años de docencia escribió artículos de investigación, así como ediciones didácticas de obras tan variadas como Anillos para una dama, de Antonio Gala, Don Juan Tenorio de José Zorrilla, o los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. En 2001 publicó El medallón perdido, su primera novela, de la que se han publicado 33 ediciones. Desde entonces han visto la luz más de veinte libros, además de cuentos en libros colectivos. Entre sus títulos, El retrato de Carlota, Donde aprenden a volar las gaviotas, El bosque de los árboles muertos, La noche más oscura, La sonrisa perdida de Paolo Malatesta, Cuentos de la abuela Amelia, El vuelo de las luciérnagas, Castillos en el aire, El abrazo del árbol, El abrazo de la sirena, El abrazo de las amapolas, Tarek el africano, Seres fantásticos, El secreto del galeón, El secreto del espejo, El secreto de la esfinge, El secreto del colibrí dorado, El maravilloso mundo de la ópera, Napoleón puede esperar, El viaje de las estrellas doradas, Bajo el león de San Marcos, Postales coloreadas, El brindis de Margarita…

Su literatura ha sido premiada tanto nacional como internacionalmente. Ha sido finalista del Premio «Ateneo de Sevilla» en 2008, del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2012, del Premio «Templo de las mil puertas» en 2012, del Premio «Hache» en Cartagena en 2016, del Premio «Ciudad de Barbastro» y del Premio «Ignotus» en 2020. En 2017 fue pregonera de las Ferias del Libro de Zaragoza y de Monzón, y en 2020  ha pronunciado el pregón de la Feria del Libro de Teruel. Su novela La noche más oscura ganó el VIII Premio Anaya en 2011, el Premio CCEI, y también formó parte de la prestigiosa lista White Ravens, que cada año dicta la Internationale Jugendbibliothek de Munich; en la misma lista han aparecido también dos libros colectivos en los que participa: Aurora o nunca, y Como tú. Cinco de sus novelas juveniles han sido también reconocidas por la Fundación Cuatrogatos de Miami, que cada año presenta una selección de los que considera mejores libros para niños y jóvenes escritos en lengua española. Ha sido galardonada con el Premio «A la mejor comunicación en el Congreso de la Asociación de Profesores de Español» de 2000 en Pamplona, con el Premio «Artes y Letras» 2015 de Heraldo de Aragón, en su modalidad de Literatura Infantil y Juvenil, con el Diploma de la Asociación «Los Sitios de Zaragoza» en 2016. Ese mismo año obtuvo el Premio Cervantes Chico, que se otorga en Alcalá de Henares a un escritor de Literatura Infantil y Juvenil por su trayectoria. En 2019, en un acto solemne en el Paraninfo de la Universidad, fue nombrada «Alumna distinguida» de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. En 2020, además de con el Premio de las Letras Aragonesas 2019,  ha sido distinguida con el Premio Búho.