jueves, 25 de febrero de 2016

DARDO POÉTICO (XXX) Un emocionante poema de Héctor Abad Faciolince




Se  hai unha palabra que defina a obra de Héctor Abad Faciolince, ademais da súa altura literaria, esa é emotividade.
     Si, en todos os seus libros o autor consegue fascinarnos cos temas que toca e coa súa maneira de contar. A maxia impregna o seu discurso literario, tanto sexa certo o que narra como ficción pura. Belida ficción, xaora.
     Unha escritura brillante define a súa escrita. Nela hai indagación, híbridos de conto, ensaio e autobiografía, memoria individual e colectiva. Tamén ledicia e tristeza fondas e, mesmo, é quen de converter a risa nunha arma eficaz contra a violencia.
 
Héctor Abad Faciolince
     Os seus libros fixeron de Héctor Abad Faciolince un dos referentes esenciais da literatura latinoamericana actual. Mais, malia ter obras tan interesantes coma Fragmentos de amor furtivo, El amanecer de un marido ou Traiciones de la memoria (ademais da recén publicada, La Oculta),  El olvido que seremos seduciu a medio mundo.Un libro duro, tremendo. Un libro valente, auténtico, fermoso e honesto. Un relato conmovedor. Unha reconstrución amorosa e paciente da figura do seu pai, o médico Héctor Abad Gómez, que dedicou os últimos anos da súa vida á defensa da igualdade social e aos dereitos humanos e que foi  asasinado no centro de Medellín.
     Unha historia que mestura as ganas de vivir coa rabia e a tristeza pola morte dun ser excepcional.
     
Héctor Abad Gómez e o seu fillo
     
     Volvín a emocionarme co escritor colombiano. Caeu nas miñas mans ( agasallo da miña muller) un poemario de Héctor Abad (así, sen o segundo apelido), editado por Pre-Textos.  Dubidei  se sería de quen eu pensaba e fun ver a lapela. Confirmou o que sospeitaba: eran poemas do escritor nado en Medellín. Xustificaba a desaparición “poética” do apelido materno, non por desprezo, senón porque cre que en prosa ten unha identidade diferente que en poesía.
     O título, Testamento involuntario e contén unha magnífica introdución (que eu lin ao rematar) do meu admirado Andrés Trapiello.
     


     Gocei coa sinxeleza, o humor, a ironía, a emoción e o verso directo que fun atopando nos poemas. Como ben di Trapiello, “nos versos de Abad Faciolince latexa sempre alguén moi próximo que non quere renunciar a contar unha historia, un feito que nace do abraio ao que trata de preservar o seu misterio”. Lin, relín as páxinas con interese e sentín que estaba diante do escritor que me fascinara en prosa.
     


     A honestidade, sempre presente, xunto á emoción vital que preside a súa obra, estaban en Testamento involuntario. Volvo coincidir con Trapiello  cando afirma que  “a humildade o leva a escribir poesía como se fose prosa, pero a semente que vén en cada unha das súas palabras está posta para que algún día dean o seu froito de silencio”.
     Cando cheguei ao poema Memento, o corazón encolléuseme. Volvía sentir o desacougo que me producirá a lectura de El olvido que seremos. Todo ese libro estaba condensado nestes versos.


     E este vai ser o “dardo poético” que lanzo para que gocedes do espírito dun poema emocionante, escrito por alguén delicado e humilde que, máis que outros moitos, conxuga perfectamente literatura e vida.
     Lédeo con atención e dexádevos levar pola emoción que posúe.


Héctor Abad Gómez. (Foto abadfaciolince.org. LA PATRIA)



                                                   MEMENTO


MI padre era doctor y olía a limpio.
Me gustaba el recuerdo de su olor
sobre la almohada
cuando se iba de viaje,
Medellín
y miraba hechizado
cuando estaba  en la casa
su brocha de afeitar.
Con sus cuchillas,
para tocarlas,
por medirles el filo que raspaba sus mejillas,
me corté muchas veces
las yemas de los dedos.
¡Esa sangre tan roja entre mis manos!
Por la mañana amaba
las huellas de sus pies en las baldosas
y los rollitos de los calcetines
dejados en el suelo,
y sus muchas corbatas en el clóset
tras el frasco de agua de colonia,
Medellín
Roger Gallet, que alguna vez regué.
Nunca consideré
si era feo o buenmozo
por mucho que los otros mencionaran
su nariz de rabino y su cabeza calva.
No lo consideré,
pero cuando mis ojos veían su semblante
para mí era la calma.
Yo tocaba tambor en su barriga
y desde sus rodillas
Medellín
en las lentas mañanas del domingo
rodaba
piernas abajo por las espinillas.
Mi hermana un día
lo hizo desmayar con un abrazo,
y él siempre a todos nos dejó aturdidos
con la ventosa enorme de sus besos
y con el viento de sus carcajadas.
Mi padre recitaba poemas de memoria
y me leía en voz alta el Martín Fierro
bajo un árbol umbroso de Rionegro.
Todos los sábados se ponía un sombrero
y en su rosal se hacía jardinero.
“Nací en el siglo XIII y campesino,
no tengo otro abolengo”.
Como era liberal,
se decía cristiano y comunista
Medellín
porque amaba a los pobres,
porque sufría con el sufrimiento.
Mi padre vacunaba por las selvas,
daba horas y horas y más horas de clase
en la universidad y también en las cárceles,
participaba en marchas de protesata
empuñando con  furia sus pañuelos blancos
y publicaba artículos en los periódicos
diciendo el nombre de los torturadores,
“capitán tal, sargento hijo de tal”,
denunciando secuestros,
asesinatos y desapariciones.
Yo lo quería tanto que, de niño,
había decidido morir si él moría.
No lo cumplí de grande, hace unos años,
cuando no se murió sino que lo mataron.
Aunque era manso,
tal vez porque era manso lo mataron.
También era valiente y no envalentonado,
era manso y valiente
porque estaba en peligro y no sentía miedo
y su única arma eran las teclas
de una Olivetti azul
o el azul de la tinta de un bolígrafo.
Eso ha tenido un nombre: resistencia.
Nunca entendimos que lo hubieran matado
ni que el traje con sangre
que me entregaron en el anfiteatro
Esculturas de Botero en Medellín
pudiera ser su traje con su sangre.
¡Nunca sangre tan roja entre mis dedos!
Había en sus bolsillos un poema
de Borges, “Aquí, hoy”,
una lista de muerte con su nombre,
y una bala incrustada
en el forro del cuello.
La bala fue una de las seis que lo mataron
Medellín
y no la conservamos;
los nombres de la lista
fueron siendo borrados,
en los meses siguientes,
por los asesinos.
El poema decía:
“Ya somos el olvido que seremos”.
Y es verdad. A veces lo olvidamos.

Yo voy a recordarlo el día que me muera.