sábado, 15 de diciembre de 2012

Un placer, Luis. Hasta siempre

Como ya anunciamos en su momento en este blog, hace unas semanas, Antonio García Teijeiro participó en Vigo en una charla-coloquio con el escritor extremeño Luis Landero, un acto que formó parte de la programación del Club FARO. Dicha ocasión resultó verdaderamente especial para Antonio, que en este artículo escrito expresamente para el blog rememora su encuentro con Landero, al tiempo que reflexiona sobre el mundo literario tan personal y cautivador del autor de Juegos de la edad tardía y otras excelentes novelas.
Leí Juegos de la edad tardía y quedé entusiasmado. Produjo en mí un impacto asombroso. Lo regalé a varios amigos y amigas. Lo recomendé cuando me pedía alguien que le dijese un título de un libro en castellano para comprar. Me cautivó.


¿Quién era ese escritor que nadie conocía y que con su primera novela había escrito, para mí, una obra maestra? Pues era Luis Landero, un hombre educado en el campo extremeño y que, en un momento dado, decidió dar un portazo, cambiar de vida, hacer una carrera y escribir novelas. No le resultó fácil. Hizo de todo para estudiar esa carrera y poder escribir. Escribir, ¡qué palabra tan hermosa! Y esta es la faceta que más me interesa de Luis Landero. Escribir. Escribir.

Enseguida me di cuenta de que Luis no era un escritor como los demás. Luis cuidaba con esmero la prosa y con la exquisitez de esa prosa se disponía a crear un mundo propio, en el que los personajes tenían vida , estaban perfectamente perfilados, eran autónomos, escapaban del escritor y se le enfrentaban en muchas ocasiones. Ellos marcaban la acción de la historia. Yo lo veía así y me permití entrar en el mundo de Landero desde el principio. O en el mundo de sus personajes. Da igual. Entré y ya no salí de él. Landero es un escritor nada prolífico. Nueve libros, si no me falla ahora la memoria, son, de momento, todo su bagaje literario. Yo iba leyendo cada libro que salía y cada vez me sentía más integrado en ese mundo . Casi me sentía un personaje más de él, por mis afinidades literarias con el autor. Pronto comencé a darme cuenta de que teníamos muchos puntos en común. Puntos literarios, didácticos y de vida.

Por ejemplo, Landero es un escritor de personajes como ya he dicho. A mí siempre me ha gustado la literatura (y también el cine) de personajes. Es más, cuando escribo prosa todo gira alrededor de ellos. Sigo. Landero afirma que sin la literatura se volvería loco. Yo vengo afirmando eso desde hace muchísimo tiempo. ¿Qué sería de mí sin la lectura y la escritura? Otro punto. La figura del padre. Él afirma que su padre le robó la adolescencia. Yo he de decir que mi padre, debido a un cariño equivocado, me amargó bastantes años de mi vida. ¡Ah, y ambos queríamos mucho a nuestros padres! Otra cosa. Ambos amamos una literatura que transcienda la mera diversión. Yo creo mucho en el lector literario. Él, también. No valoro demasiado el lector domesticado. Él, muy respetuoso, no habla de lector domesticado, sino de literatura domesticada. A él le gustan los personajes débiles, en huida, confusos, soñadores, perdedores. Esa es la clase de personajes que me atraen.

Luis Landero consiguió configurar su mundo propio a partir de una manera de escribir elegante, llena de poesía, con tintes filosóficos que provoca reflexión. Pero también lo hace con humor, con ironía y con un enorme respeto al lector, porque se respeta a sí mismo.

Conocí a Luis Landero con motivo de una entrevista-coloquio que tuve el honor de realizar con él en el Club FARO. Había mucha menos gente que con Pérez-Reverte. Faltaría más. Comimos juntos en Detapaencepa. Y entre plato y plato hablamos de literatura, de nuestras vidas, de la manera nefasta de enseñar literatura en las aulas, de sus orígenes, de su padre, del mío. Hablamos de la felicidad, del dinero como el fin del ser humano, del tedio, del destino, de la risa y del dolor, del hombre como animal en fuga. Hablamos de muchas más cosas. Fue un placer conocerlo. Fue un placer hablar sin micrófonos, desde dentro. Es un hombre dinámico, vital, sencillo, abierto, cercano. Es el antidivo del que muchos deberían aprender. Es una persona que hace de la literatura su vida y su vida se refleja en su literatura. Una literatura con tintes autobiográficos, aunque deformados por el arte de la creación. Esa literatura en la que se cuela con cierta frecuencia la figura de su padre. Esa literatura de personajes entrañables como Lino, Gálvez o el señor Levin, entre otros, que aparecen en Absolución, su última novela, editada como todas en Tusquets.Y me vienen a la memoria Gil y Gregorio, convertido en Faroni, de su primera y extraordinaria novela. Recuerdo a Dámaso y Tomás de Hoy, Júpiter o a Emilio y Adriano de El guitarrista. Y como estos, muchos más.

El acto en el Auditorio Municipal , en la calle Areal, resultó entretenido, interesante, entrañable como sus personajes y muy didáctico, en el mejor sentido de la palabra. Luis se abrió. No eludió ninguna pregunta y la conversación resultó fluida. Por esa generosidad personal de Luis Landero, los asistentes salieron encantados. El tiempo voló literalmente y, claro, quedaron muchas cosas en el tintero. Nos dio una lección de literatura y vida.

Después, la cena en Casa Marco en compañía de Susi, mi mujer, Marisa Real y Ceferino de Blas. Una cena de conversaciones variadas, muy grata. Terminada esta nos despedimos con un abrazo muy cariñoso y afectivo. Hemos conocido a un “inconformista crónico”, lo hemos disfrutado y su autenticidad, whisky incluido, nos ha seducido.

Un placer, Luis. Hasta siempre.

ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO