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martes, 27 de agosto de 2013

PASEO POÉTICO (IV) Con León Felipe





Tenía muchas ganas de pasear con él. Pero siempre ponía cualquier pretexto para no hacerlo.
¿Él o yo? Pues no lo sé. Tal vez excesivo respeto a su persona, por mi parte. O a su poesía.
¿Quién sabe? Lo conocí en la voz de Paco Ibáñez (como tantos) cuando éste cantaba: Así es mi vida, / piedra,/ como tú; como tú,/ piedra pequeña; / como tú,/ piedra ligera; / como tú… Me emocionaron tanto la canción y el poema que me hice amigo silencioso, casi clandestino, de él.
Dejó de ser silencioso, aunque León Felipe nunca lo supiera, cuando Aguaviva ponía en música palabras del poeta de Tábara tan certeras como que “al hombre lo duermen con cuentos. Y yo  sé todos los cuentos”.
Nos hicimos íntimos más adelante, aunque él siguiese sin saberlo, cuando escuché su propia voz áspera y muy sentida, grabada en un disco. Decía versos tan emotivos como éstos:

Ser en la vida

romero,

romero sólo que cruza

siempre por caminos nuevos;

ser en la vida

romero,

sin más oficio, sin otro nombre

y sin pueblo (…)

¡Qué cerca me encontraba yo de él en aquel tiempo! Me sentía romero en la vida recorriendo caminos llenos de polvo.
Hoy se ha cumplido mi sueño.  Estoy paseando con él por la Avenida Versos y oraciones del caminante. Pasos lentos, barba cana, boina negra, León Felipe desprende la emoción del poeta auténtico, sin florituras, sin oscuridades, directo al corazón de quien lo lee o escucha. Confieso que lloré con sus poemas. No me da vergüenza decirlo. Al revés, siempre lo he llevado muy dentro pese a la cantidad de poetas, hombres y mujeres, que he ido leyendo y que tanto aportaron a mi vida.
Voy a su lado y casi no le digo nada.  No soy capaz. Esa defensa de la poesía auténtica me eriza la piel.  No me importan las palabras de mi admirado Juan Ramón, cuando afirmó, con esa lengua afilada que lo distinguía, que era el mejor de los poetas menores. ¡Ay, Juan Ramón!

Camino junto a León Felipe, que lleva en la mano su hermoso libro Versos y oraciones del caminante (libro que recomiendo vivamente). De él va leyendo con voz algo cansina algunos poemas:

POESÍA…

tristeza honda y ambición del alma…

¡Cuándo te darás a todos… a todos,

al príncipe y al paria,

a todos…

sin ritmo y sin palabras! (…)

¡Cuánta razón tiene!
Esa poesía, que yo tanto amo, llegando a personas de toda condición. Utopía. Hermosa y necesaria Utopía.
No lo interrumpo mientras sigue leyendo:

Aguaviva
Más bajo, poetas, más bajo…

no lloréis tan alto,

no gritéis tanto…

más bajo, más bajo, hablad más bajo.

Si para quejaros

acercáis  la bocina a vuestros labios,

parecerá vuestro llanto,

como el de las plañideras, mercenario (…)

No me atrevo a contradecirlo. La poesía y los poetas también necesitan gritar bien alto. Sobre todo cuando vivimos en tiempos de miseria como éstos. Pero reconozco que en el sentido que él lo escribe no carece de razón.

Lee un poema que comienza diciendo que deshagan ese verso y que le quiten los caireles de la rima, el metro, la cadencia y hasta la idea misma.
Queda sorprendido cuando rompo mi silencio y le recito de memoria lo siguiente:

León Felipe
¿Qué
importa
que la estrella
esté remota
y deshecha
la rosa?...
Aún tendremos
el brillo y el aroma.

Sonríe mostrando una expresión serena de viejecillo tierno. Se quita la boina. Saca un pañuelo para secarse la cabeza. Su sonrisa es tímida.
Me mira y comienza a decirme: ¡Que lástima / que yo no pueda cantar a la usanza / de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan! … Y se detiene.
Por una vez me dirijo a él con un tono imperativo que lo inquieta. Se detiene en su lectura y se queda en donde estaba. Entonces, yo le digo que él canta lo mismo que los poetas de hoy y de mañana; le digo que sí tiene comarca; que al río que pasa rodando las mismas aguas le interesa su palabra; le digo que tiene muchas casas en el corazón de las personas sensibles que lo leen; que no importa que no tenga espada, que tiene una mesa , un viejo sillón de cuero y que no es un paria… No lo dejo continuar. Hace mucho que me emocioné con ese poema. Lo tomo de la mano y lo abrazo. Él, abrazado a mí, me va diciendo otro triste y hermoso poema en voz baja:

Yo no sé cómo soy…
y no sé lo que quiero…
y no sé a dónde voy
cambiando, inquieto, siempre de sendero…
Algo espero, sí, pero…
¡No sé, tampoco, lo que espero!...

Lo abrazo con más fuerza si cabe. Noto sus lágrimas en mi hombro. Se funden con las mías.
Le digo que va directo a la parte emocional del ser humano y que muchos  como yo necesitamos su palabra limpia, clara y directa. Que su poesía está bañada en lo más profundo de los sentimientos, que es necesaria porque tiene brillo y que no es verdad que le sirva para rezar en soledad bajo el cielo azul. Me toma la mano y la acaricia con cariño.

Él, que se encuentra cansado al estar día tras día, año tras año, dando vueltas a la misma noria.
Él, que dice tener abandonado el corazón, al que llama palacio viejo, desmantelado, palacio desierto, mudo y lleno de misteriosos silencios.
Él que tiene hambre y sed de justicia, que se siente vacío, que ya no conoce el camino, que ya no le alumbra su estrella y se ha apagado su amor. Él, que no ve ni una luz en el cielo…

Él, León Felipe, se sienta conmigo en un banco de piedra de la Avenida, que se siente peregrino e, incluso, niño me dice:
¡Qué / pena,/ qué / pena/ que / sea / así todo siempre,/ siempre de la misma manera!

Yo le susurro al oído palabras que sólo quiero compartir con él. Palabras que me niego  que lleguen a escuchar los grandes críticos, de los que infravaloran su poesía, de los que no aman la palabra poética auténtica o de los que buscan poemas para terminar dando un salto en el vacío.
Ahora, vuelve a emocionarse. Vuelve a abrir su libro. Busca una página. Yo sigo atentamente sus movimientos. Al fin da con ella.
Y  comienza a leerme en voz más alta unos hermosos versos:
-          
                   -Despierta,
      poeta,
          despierta…
levántate  y ponte de fiesta

que está llamando el amor a la puerta,


-          Dejadme… dejadme que duerma.

León Felipe me aprieta cariñosamente mi brazo izquierdo. Se detiene a pensar, se mesa con suavidad su barba cana y se levanta. Me mira por última vez y se va caminando lentamente, mientras cada vez escucho con mayor dificultad los versos que va diciendo: Despierta,/poeta, /despierta…/ Y ponte la túnica…

¡Qué feliz me siento!

Comienzo a pensar un poema en su honor. Un poema de homenaje a este poeta de verdad, demasiadas veces incomprendido. Las palabras revolotean en mi mente. Ya saldrá.

Entonces, recuerdo un corto poema de este poeta admirable:

Aguardad vuestro turno
con paciencia y con fe.
Que hay más estrellas que hombres
y hay alas para Todos.




Y pensando en este paseo tan hermoso, me dirijo lentamente a mi casa para tallar un verso a la luz de la luna o del crepúsculo…
Mas ese verso me lo quedaré para mí únicamente porque, como dijo el poeta, será un verso hijo de una gran sensación y cuyo ritmo se acorde al compás de nuestra vida y con el latido de nuestra sangre.




  Poema de homenaje a León Felipe que se encuentra en mi libro "Al hilo de la palabra" (Hiperión)








                                                                                                                      O POETA PASEANTE