Coido que foi en
2013 cando caeu nas miñas mans un libro que me cativou: El retrato de
Carlota. Así souben de Ana Alcolea. Intereseime por esta autora e
vin que xa publicara El medallón perdido, tamén en Anaya, e, mesmo, que
o tiña na miña biblioteca. Lino deseguido. E aí comezou a miña devoción por
esta escritora aragonesa e tras destes dous libros viñeron moitos máis.
Ana Alcolea nunca decepciona. Os seus
libros posúen moita vida que se move entre o misterio, as arestas da vida e a
capacidade de soñar que transmiten. E sempre, sempre, coa literatura por
bandeira. Como debe ser.
Coñecina persoalmente grazas a ese
milleiros de encontros co seu lectorado que realiza por colexios e institutos
de toda España. Veu a Vigo e vímonos varias veces, algunhas delas na compaña de
persoas tan queridas como Ledicia Costas ou Gonzalo Moure.
Ana prende dentro do lector. A súa
literatura está ateigada dunha sensibilidade exquisita, o que fai que teña unha
mangada de lectores fieis. E eu son un deles.
En Versos e aloumiños
dámoslle as grazas pola súa xenerosidade.
Gozade, pois, do seu texto.
Ana Alcolea |
Fragmento de una conferencia
A menudo en
mis encuentros con jóvenes lectores les digo que hacemos magia con las
palabras, que somos magos, pero no solo los escritores, sino también los
lectores. Me miran extrañados. Y entonces les explico que igual que el mago
saca un conejo de una chistera aparentemente vacía, los lectores pasamos
nuestros ojos o nuestros dedos por signos completamente arbitrarios y creamos
en nuestra imaginación mundos diferentes para cada uno. Porque las
palabras significan cosas muy distintas
para cada uno de nosotros. Ni siquiera significan lo mismo a lo largo del
tiempo. La palabra «madre», por ejemplo, va cambiando de significado: cuando
eres hija, cuando eres madre, cuando pierdes a la tuya… Entonces les cuento Romeo
y Julieta, y después de tenerlos cinco minutos completamente absortos
escuchando y viviendo las escenas de amor, el baile, el balcón, la pelea
callejara, el veneno, el puñal, la muerte de ambos, les pido que cierren los
ojos durante siete segundos y que recuerden de qué color tiene el pelo Julieta
y de qué color va vestida. Es fascinante observar cómo cada uno, con las
mismas palabras ha creado en su
imaginación una Julieta diferente. Entonces les digo que queda claro que son
magos y creadores de historias y de personajes. Tanto o más que los escritores.
El
hecho de crear a través de las palabras quedó explicado ya a través de los
antiguos mitos. Los hombres y las mujeres de la prehistoria veían que su
imaginación creaba imágenes a partir de los sonidos que escuchaban y emitían.
El significante y el significado se unían en la palabra y en la imaginación, y
quedaban inscritos en la memoria, en la individual y en la colectiva.
Y así se iba creando el mito, al principio y en
casi todas las culturas relacionado con la creación: los antigos egipcios
tenían al dios Ptah, que creaba todo aquello que nombraba. En el Génesis de la
Biblia, se dice que en el principio fue el verbo. El Dios cristiano también
creaba nombrando. En los cuadros y frescos medievales de la Anunciación,
pensemos en Fra Angelico y en artistas posteriores, las palabras que salen de
los labios del ángel llegan al vientre de María, y son engendradoras. «Y el
verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». La palabra es engendradora. Es
creadora.
Y al leer, y al escribir nos estamos creando a
nosotros mismos. Somos lo que comemos, lo que bebemos, pero también lo que
miramos, lo que leemos. Nos vamos alimentando con lo que vamos absorbiendo. Y
las palabras las absorbemos ya desde la cuna. Antes de aprender a leer, el niño
escucha relatos, narraciones, cuentos, que va absorbiendo y va generando en su
cerebro la capacidad de pensar, de imaginar, por tanto, y a la larga, la
capacidad del pensamiento abstracto, que es el que nos hace pensar más allá de
las apariencias. Las apariencias no son sino sombras, como las de la caverna de
Platón. Las ideas y la realidad están más allá, y para llegar a ellas
necesitamos el pensamiento abstracto que nace ya en la recepción que el niño
hace de las palabras que escucha en sus primeros años, en sus primeros meses de
vida.
Porque las palabras tienen ese maravilloso don:
hacen que cada lector las viva de una manera diferente. Y cree en su
imaginación, lo más íntimo y secreto que tenemos, algo también distinto. Y al
hacerlo, va creando aquí dentro, en la cabeza, la capacidad de imaginar, de
pensar. Por tanto, va creando la posibilidad de tener pensamiento propio,
crítico, reflexivo. Para no creerse lo que le digan los demás, y así poder ser
libres. La lectura nos hace libres. No sé si mejores o peores, pero libres
porque nos abre ventanas al mundo exterior, ese que ahí fuera, y que es casi
infinito. Y al mundo interior: ese que tenemos aquí dentro y que es tan
infinito como nosotros queramos.
Cuando escribimos y cuando leemos, creamos
historias que hablan de nosotros mismos: de nuestras alegrías, de nuestras
tristezas, de nuestros amores, de nuestros desamores. De nuestra melancolía, de
nuestra felicidad. Por eso nos gusta leer. Y escribir. Porque al hacerlo, nos
unimos a lo más íntimo del resto de la humanidad. Aquello que tenemos
todos en común. Aquello que es
universal. Aquello que todos somos capaces de sentir, y a veces, no siempre, de
expresar: la esencia de nuestros ser humano. Nos emociona lo mismo a través de
los siglos, e independientemente de la edad que tengamos.
Como don Quijote. Aquel Alonso Quijano que había
leído mucho. Tanto como Cervantes, no olvidemos a su creador. Ambos habían
leído mucho. Y don Quijote no se había vuelto loco de tanto leer. No. Igual que
Cervantes, que tampoco estaba nada loco. Tenía la cabeza muy bien amueblada.
Don Quijote ha leído tanto que su mundo se ha hecho mucho más grande que su
casa en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre nadie se acuerda. Su mundo es el
universo entero. Por eso quiere ser un personaje como los de las novelas que ha
leído. Quiere ser un caballero de novela. Enamorado, compasivo, aventurero.
Bueno. Quiere ser un hombre bueno. No consigue ser caballero, y tampoco tiene
éxito en el amor. Pero sí que consigue ser un hombre bueno, y sí que consigue
ser un personaje de novela. Cervantes, el mago Cervantes, lo ha convertido en
el personaje más universal de la literatura. ¿Y por qué? ¿Porque estaba loco?
No. Don Quijote es universal porque don Quijote somos todos. Todos somos don
Quijote, porque todos queremos hacer de nuestra vida algo especial. Porque
todos necesitamos creer que nuestra vida es especial. Porque todos necesitamos
ver gigantes donde hay molinos. O donde hay gigantes…Esa fue la enseñanza más
hermosa que nos enseñó don Miguel de Cervantes.
Esa, y que la palabra es el don más importante que
nos ha sido concedido. Un don que alimenta al pensamiento, y que se alimenta de
literatura, de teatro, de música, de poesía, de filosofía, de cine, de cultura.
Eso que algunos piensan que no sirvenpara nada, porque no ven más allá de sus
muy pequeñas narices. Todas las lámparas de la cultura, de la sabiduría, son las columnas en las que se asienta el ser
humano. Y así lo ha hecho a lo largo de los siglos de la Historia con
mayúscula. No alimentar la cultura en todas sus variantes es “pan para hoy, y
hambre para mañana”, por usar un refrán, de los que tanto le gustaban a Sancho
Panza. Eso lo supo bien Cervantes. Y don Quijote, que se alimentó de cultura
para poder amar y seguir amando, a su inexistente Dulcinea, a las gentes con
las que se encontraba en su camino, pero sobre todo, a la palabra, siempre
creadora, sanadora y dadora de vida.
Por eso, los escritores y los lectores hacemos
magia todos y cada uno de los días. Una magia que hace que nuestra vida sea, si
no eterna, sí casi infinita, como un efecto de espejos enfrentados. Y es que
los lectores vivimos muchas más vidas que aquellos que no leen. Si no leemos,
tenemos solo una vida. Una vida que puede ser más o menos monótona, más o menos
excitante. Pero una. No podemos hacer dos cosas a la vez, ni viajar a dos
lugares al mismo tiempo. La vida que vivimos es lineal, por mucho que nos
parezca a veces que tenemos vidas paralelas. En cambio, cuando leemos, nos
metemos en la madriguera, acompañamos a Alicia y encontramos infinitos países
de las maravillas desde el sofá de casa, arropados con la manta, con una copa
de vino en la mano, o con una taza de té humeante. Amamos, odiamos, tememos,
sufrimos, disfrutamos, abrazamos a los personajes y vivimos con ellos sus
historias de amor y de desamor. Sus vacíos y sus ausencias se convierten en los
nuestros. Cazamos ballenas con Ismael y con el capitán Aqab. Compartimos tumba
con doña Susanita en Comala. Reivindicamos nuestra libertad femenina con
aquella pastora Marcela que inventó Cervantes, tan rodeado que estuvo siempre
por las mujeres de su familia. Morimos de belleza en Venecia con Thomas Mann.
Somos «Preciosa» en el viento con Federico García Lorca. Somos Diego, somos
Isabel, y agonizamos de amor por ese beso que no nos dio aquel o aquella a
quien quisimos hasta lo imposible. Y, por supuesto, amamos a Fermina Daza en
los tiempos del cólera. Y nos enamoramos del príncipe Andrei con Natacha en la
guerra y en la paz. Y somos Hyde a veces y Jekill en otros momentos con Robert
Louis Stevenson, con quien viajamos además a una isla sin tesoro. Y somos
Claudio, el tío de Hamlet, y nos dejamos manipular por un deseo de ambición
desmedida y por la erótica que debe de tener el poder, según dicen. Y nos
ponemos en la piel de Creonte en la tragedia de Sófocles, y reflexionamos
acerca de sus dudas terribles entre el
deber social y el deber individual. Dudas que tenemos muchos y que deben de
sentir muy cercanas los padres y las madres de la patria en estos tiempos encendidos
de cólera y de zozobra que estamos viviendo. Tiempos para los que son más
necesarias las palabras que los vapores de los augures o las pócimas de las
brujas que Shakespeare inventó para Macbeth.
ANA ALCOLEA
Nun encontro co seu fiel lectorado |
Nacida en Zaragoza en 1962, ha vivido
también en Teruel, Cantabria, Madrid, Italia y Noruega. Estudió Filología
Hispánica. Ha sido profesora de Lengua y
Literatura durante veintiséis cursos. Desde hace varios años se dedica a
escribir y a impartir charlas en colegios, institutos, universidades, centros
de profesores... También participa en grupos de lectura tanto independientes
como promovidos por diferentes instituciones. Colabora en revistas culturales y
en Heraldo de Aragón. Sus encuentros con
lectores y su afán por fomentar la lectura entre los más jóvenes la han llevado
a viajar por toda España, pero también por Colombia, Francia, Italia, Andorra,
Marruecos, Noruega o Estados Unidos.
Durante sus años de docencia escribió
artículos de investigación, así como ediciones didácticas de obras tan variadas
como Anillos para una dama, de Antonio Gala, Don Juan Tenorio de
José Zorrilla, o los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. En 2001
publicó El medallón perdido, su primera novela, de la que se han
publicado 33 ediciones. Desde entonces han visto la luz más de veinte libros,
además de cuentos en libros colectivos. Entre sus títulos, El retrato de
Carlota, Donde aprenden a volar las gaviotas, El bosque de los árboles muertos,
La noche más oscura, La sonrisa perdida de Paolo Malatesta, Cuentos de la
abuela Amelia, El vuelo de las luciérnagas, Castillos en el aire, El abrazo del
árbol, El abrazo de la sirena, El abrazo de las amapolas, Tarek el africano, Seres
fantásticos, El secreto del galeón, El secreto del espejo, El secreto de la
esfinge, El secreto del colibrí dorado, El maravilloso mundo de la ópera, Napoleón
puede esperar, El viaje de las estrellas doradas, Bajo el león de San Marcos,
Postales coloreadas, El brindis de Margarita…
Su literatura ha sido premiada tanto nacional
como internacionalmente. Ha sido finalista del Premio «Ateneo de Sevilla» en
2008, del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2012, del Premio «Templo
de las mil puertas» en 2012, del Premio «Hache» en Cartagena en 2016, del
Premio «Ciudad de Barbastro» y del Premio «Ignotus» en 2020. En 2017 fue
pregonera de las Ferias del Libro de Zaragoza y de Monzón, y en 2020 ha pronunciado el pregón de la Feria del Libro
de Teruel. Su novela La noche más oscura ganó el VIII Premio Anaya en
2011, el Premio CCEI, y también formó parte de la prestigiosa lista White
Ravens, que cada año dicta la Internationale Jugendbibliothek de Munich;
en la misma lista han aparecido también dos libros colectivos en los que
participa: Aurora o nunca, y Como tú. Cinco de sus novelas
juveniles han sido también reconocidas por la Fundación Cuatrogatos de Miami,
que cada año presenta una selección de los que considera mejores libros para
niños y jóvenes escritos en lengua española. Ha sido galardonada con el Premio «A
la mejor comunicación en el Congreso de la Asociación de Profesores de Español»
de 2000 en Pamplona, con el Premio «Artes y Letras» 2015 de Heraldo de Aragón,
en su modalidad de Literatura Infantil y Juvenil, con el Diploma de la
Asociación «Los Sitios de Zaragoza» en 2016. Ese mismo año obtuvo el Premio
Cervantes Chico, que se otorga en Alcalá de Henares a un escritor de Literatura
Infantil y Juvenil por su trayectoria. En 2019, en un acto solemne en el
Paraninfo de la Universidad, fue nombrada «Alumna distinguida» de la Facultad
de Filosofía y Letras de Zaragoza. En 2020, además de con el Premio de las
Letras Aragonesas 2019, ha sido
distinguida con el Premio Búho.