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jueves, 9 de febrero de 2017

"LISBOA, UN VIAJE ESCRITO EN EL ROSTRO", un texto evocador de Juan Carlos Martín Ramos

El autor, Juan C. Martín Ramos divisa Lisboa.

Con motivo da súa primeira visita a Lisboa, Versos e aloumiños pediu ao magnífico poeta e amigo deste blog-revista, Juan Carlos Martín Ramos, que puxese por escrito algunhas das vivencias e emocións que a súa estadía na “cidade da luz” lle provocaron.

     Coa súa mestría escribindo, co seu amor pola literatura, pola súa enorme capacidade de evocación e polo afecto que nos vencella, Juan Carlos escribiu este fermoso texto que podedes ler deseguido.

     Un texto fermosísimo que nos introduce con agarimo nunha cidade ateigada de recunchos, de sorpresas, de beleza e de misterios.

     Un texto que nos fai querer moito máis, se cadra, a Lisboa.

     Grazas, mestre.







         
                              LISBOA, UN VIAJE ESCRITO EN EL ROSTRO

                                                                 
                                                                                                “Me gustaba mucho leer el viaje en el rostro de los demás”
                                                                                                                                                                      A. T.

                                               
                                                                                                   1


Antonio Tabucchi
El escritor italiano Antonio Tabucchi, en su libro “Viajes y otros viajes”, hablando de quienes van de excursión a algún lugar de interés artístico, histórico o natural situado a pocos cientos de kilómetros de su habitual población de residencia, dice lo siguiente: Más de una vez he ido a esperar el autobús que volvía de algún sitio, fingiendo que esperaba a alguien aunque no esperara a nadie, para observar a las personas que bajaban. En sus rostros había asombro, exaltación, cansancio (…): se nota que han ido realmente de viaje. Y añade: En cambio, y por el contrario, he tenido ocasión de observar a ciertas parejas jóvenes, de hoy en día, que acaso no han visto nunca los Uffizi o el Coliseo pero que cuando se casan se van de luna de miel a las Seychelles o a las islas Comoras. Cuando regresan, en sus rostros no hay nada escrito. (…) Lo único que se aprecia es que están muy morenos. Idéntico resultado podrían haberlo obtenido quedándose sentados en el patio de su casa o en la terraza.


     
     Quiero aclarar, antes de nada, que nunca he estado en las Comoras ni en ninguna de las ciento quince islas Seychelles. Y puedo afirmar sin morderme la lengua que  no tengo un especial interés en ir hasta allí. Pero debo confesar que, al escribir esta pequeña crónica, el comentario de Tabucchi me provoca un perturbador sonrojo, porque no encuentro ningún argumento plausible para explicar el hecho de que ésta haya sido, a mis  años, la primera vez que voy a Lisboa. De pronto he sido consciente de que no haber estado nunca en Lisboa era una circunstancia incomprensible en mi biografía, como también lo es en la de cualquier persona -española, por ejemplo- que viva a tan sólo unos cientos de kilómetros de una ciudad tan fascinante.

     
     Nada más llegar a Lisboa, me invadió una profunda y saludable sensación de alivio. No por sentirme como en casa, no porque me diera seguridad reconocerme en todo aquello que me resultaba familiar y cercano. Todo lo contrario. Esta gran sensación de alivio, de bienestar interior, de inesperada reconciliación con la especie humana, era consecuencia de todo aquello -usos y costumbres en particular- que, a pesar de las semejanzas aparentes, le confieren a la realidad de Lisboa una dimensión extraña y lejana en el tiempo y en el espacio.


     
     Paseaba por las calles de Lisboa con ojos nuevos o, mejor dicho, con una mirada recién estrenada. Me sentía en un estado de consciente y razonable (permítaseme que utilice ahora una palabra que ya no viene en el diccionario) felicidad. ¿Me parecía que la vida era más fácil? No hay que exagerar, pero hasta rebullía dentro de mí un vigoroso impulso de subir cuestas y más cuestas, y luego bajarlas, y luego subirlas, y luego volver a bajarlas, y luego volver a subirlas y a bajarlas y a subirlas una y otra y otra vez, encontrando de paso algún lugar inolvidable que no buscaba o perdiéndome por el camino tras preguntarle a un guardia por una dirección concreta que nunca encontré.
 
El autor escribe
     Deambulando por Lisboa, fui construyendo a mi alrededor mi propio laberinto y casi podría asegurar que, en más de una ocasión, me crucé conmigo mismo y hasta tuve la tentación de saludarme con la mano. De aquí a ponerle un nombre diferente a mis otros “yos” y a inventarme vidas y versos paralelos para cada uno de ellos, me faltaron apenas unos cuantos metros de adoquines portugueses. Ahora lo entiendo. Así cualquiera, don Fernando.
 
Fernando  Pessoa
     Tengo además la sospecha de que el poder benéfico de este hechizo lisboeta, que me permitió ir estrenando a cada paso novedosas y reconfortantes sensaciones y vivencias, no se activó sólo porque fuera mi primera vez, sino que sus efectos volverán a reproducirse cada vez que regrese a Lisboa. Y volveré, claro que volveré, para seguir tocando con  la punta de los dedos todo aquello que aquí ya no existe o nunca existirá, para seguir reconociéndome en el espejo de quienes pudimos ser y ya nunca seremos, para seguir sintiendo como algo propio todo aquello que por suerte aún nos diferencia.

                                                                                            2


     Con motivo de las 200.000 visitas (cifra, a estas alturas, ya ampliamente superada) de “Versos e Aloumiños”, las fuerzas ocultas de este blog me pidieron una breve crónica de mi primer viaje a Lisboa. Releo lo escrito y soy consciente de que más que la crónica de un viaje es el relato íntimo de un desahogo. O de un deslumbramiento.



     Así que para que no parezca que mi intención ha sido callarme todo lo que hice en Lisboa, añadiré que, si alguien tiene alguna duda de que todo lo que he dicho es cierto, puede comprobarlo personalmente yendo a uno de los lugares a los que yo fui, en mi caso, siguiendo una pista que encontré en un artículo de Antonio Muñoz Molina. No diré cual.
 
Lurdes abraza a don Fernando

       Se trata de un pequeño y modesto restaurante de barrio. Tampoco diré su nombre. De acuerdo, ya lo sé. Dirás, querido lector, querida lectora de este blog, que no te pongo nada fácil llegar hasta allí, pero déjate llevar, te bastará encontrarlo y ponerte a la cola. Cuando te hayas sentado a la mesa, ocupando gozosamente el hueco que te hayan asignado, apenas tendrás que esperar. La maquinaria invisible de esta experiencia inolvidable se pondrá en marcha por sí sola. Todo sucederá en este lugar de tal manera que, por más escéptico y receloso que hayas llegado hasta su puerta, el arco de tu entrecejo se abrirá en libertad como una sonrisa sobre tu frente ante la certeza de que la realidad -gracias a las cosas y a las personas que allí forman parte de ella- puede ser profundamente hermosa.

     


Y, a modo de colofón, aportando a esta crónica una prueba más de que yo realmente estuve en Lisboa y, por tanto, me he sudado mi salario como corresponsal de “Versos e Aloumiños”, extraeré de mi cuadernillo de viaje este poemita ocasional donde queda reflejada la esencia de mis andanzas y desandanzas lisboetas y donde, además, llevo a la práctica uno de mis mayores descubrimientos en este viaje. Que Lisboa y Pessoa, tomad buena nota,  riman entre sí.

 
                                      LISBOA-PESSOA

¡Ay, Lisboa, boa, boa!,
sube y baja por tus calles
el sombrero de Pessoa.

Rueda y rueda con el viento
desde Alfama hasta Belém,
sube a veces en tranvía
y otras baja entre los pies.

Desde el puerto hasta el castillo,
desde Estrela hasta la Sé,
y por la Feira da Ladra
fingiendo ser más de cien.

Ruedan, vuelan, se entrecruzan,
¡ay, Lisboa, boa, boa!,
dentro de tu laberinto,
los sombreros de Pessoa.



Sí, Antonio Tabucchi, tú podrías leer en mi rostro, con pelos y señales, la historia mágica de mi primer viaje a Lisboa.


¡Lisboa, muito obrigado!