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viernes, 20 de enero de 2017

Juan C. Martín Ramos escribe sobre el disco "Surcos de luna y mar" , de Antonio G. Teijeiro y Javier Ruiz








                                 SURCOS DE LUNA Y MAR
                                                 


                                                                                                                                         Juan Carlos Martín Ramos


Siempre he sabido que algún día tendría en mis manos un disco de Antonio García Teijeiro. Era inevitable. Igual que era inevitable que por los surcos de ese primer disco fluyesen juntos el manantial de la poesía y el de la música. Porque el Antonio que todos conocemos sería otra persona, sería para nosotros un perfecto desconocido si la poesía, si la música, si la música y la poesía, o viceversa, no le hubieran dado sentido a su vida.

     Antonio descubrió pronto el mundo de la poesía y el mundo de la música. O tal vez sea más exacto decir que Antonio descubrió el mundo cuando aprendió a mirarlo y a entenderlo a través de la música y de la poesía.
No tengo muy claro si una cosa le llevó a la otra o si la poesía y la música se lo llevaron en volandas al mismo tiempo. Tengo la sensación de que todo sucedió gracias a un mismo golpe de viento, a un mismo golpe de mar interior, a un mismo golpe de necesidad y deseo de libertad, de expresión, de rebeldía.


     Es un lugar común, de quienes hablan o escriben sobre la poesía de Antonio García Teijeiro, decir que sus poemas son pura música, que cuando dices en voz alta cualquiera de sus versos, a poco que lo paladees, se te deshace en la boca convertido en una melodía.
En una ocasión, un astuto comentarista de su obra se atrevió a decir que en su poesía las palabras más que leerse se tararean, más que agruparse en versos y estrofas, se juntan para bailar sobre el papel ajustándose al entramado de una alegre coreografía. Es más, llegó a decir que Antonio escribe palabra por palabra, silencio por silencio, al dictado de su música interior.
En fin, no hay que descartar que algo se hubiera tomado el citado  comentarista antes de decir estas cosas, pero hay que reconocer que dio en el clavo.
No se puede entender la poesía de Antonio García Teijeiro sin su propia música, de la misma forma que tampoco su poesía, ni su vida, podría entenderse sin la música de los demás. La que suena en su casa cuando escribe, la que resuena en su memoria cuando busca palabras para poner en claro lo que piensa y lo que siente.

 
     “Surcos de luna y mar” es una selección de trece poemas de Antonio. Trece poemas musicados. Once de ellos por Javier Ruiz y los dos restantes por Isaac Vega.

     Es una selección que, según he creído entender a su autor, no es fruto de una rigurosa y exhaustiva búsqueda de sus poemas más significativos o emblemáticos sino el resultado de una elección aleatoria que Antonio hizo mientras hojeaba al desgaire su antología de poesía en castellano, “Desde mi voz”.

   Es posible que no le haya entendido bien o que el autor, si lo dijo, o yo, que lo
recuerdo así, estemos exagerando un poco.

Sin duda, los poemas podrían ser otros, pero todos los que aquí aparecen, ya sea elegidos por el azar o señalados por el dedo divino de su autor, son sin duda alguna representativos de la manera que Antonio tiene de concebir la poesía y de echar a volar las palabras hacia el posible lector o hacia el posible oyente.


En estos poemas se mezclan temas, autores, personas y referencias fundamentales en su poesía y en su vida.
En ellos están Antonio Machado y García Lorca, entre otros poetas, están Bob Dylan y Paco Ibáñez, está Susi, su sirena, y Libby, su andoriña, está el mar, siempre el mar, está la música en forma de canciones y está la poesía encarnada en un poeta vendedor de ilusiones, o en la figura de un viejo poeta, cansado pero que sigue adelante en su intento de transformar el mundo...

Javier Ruiz en plena acción

     Anteriormente he dicho que son poemas musicados, porque así se anuncia en la carpeta del disco. Pero, llegados a este punto, quiero hacer una aclaración.
La música de Javier Ruiz, y en su caso también la de Isaac Vega, no está encadenada al pie de la letra de los poemas de Antonio.
No es música para cantar sus versos, es música para que la poesía de Antonio suene con voz propia.
No quita protagonismo a la propia música de los poemas. No la transforma, no la traiciona, no la disfraza, no la amordaza.
La música de Javier y la de Isaac recrea la atmósfera del poema, lo envuelve para nutrirlo de referencias y sugerencias, lo acompaña en su camino, lo sitúa en el centro del escenario, lo deja suelto en el aire para que suene fresco y auténtico, sin perder su propia entidad ni su verdadera identidad.
 
Con Isaac Vega
     Aunque son dos los músicos, y por supuesto sin desmerecer el gran trabajo de Isaac, creo que es de justicia destacar especialmente la labor y la implicación de Javier Ruiz en este proyecto. No sólo porque se le podría considerar coautor o corresponsable de la existencia de este disco, también porque a lo largo de los once poemas que ha musicado se revela como un auténtico hombre-orquesta que mezcla instrumentos, estilos, sones, sonidos y grabaciones varias, construyendo la trama del tapiz poético del disco con los hilos de una música de gran sensibilidad y capacidad evocadora.

Bueno, pues ya lo sabéis.
Aquí está, por fin, a nuestro alcance, “Surcos de luna y mar”.
 
Susi Fernández, que tanto tuvo que ver en la creación de este disco
Antonio le puso voz a sus poemas y Javier e Isaac compusieron e interpretaron la música. Misión cumplida.
De acuerdo, también fue necesario grabarlo, mezclarlo y, perdón por la palabreja, “masterizarlo”. Dicho queda.

 Pero aún hay más.
¿Cómo habríamos entrado en la intimidad de este histórico encuentro poético-musical entre Antonio García Teijeiro y Javier Ruiz sin esa foto que aparece en la contraportada del disco, sin esa imagen capturada por la intrépida Susi Fernández en primera línea de fuego, a tiro del salivazo desbocado del poeta y de las cuerdas a punto de romperse del músico?
Y no sólo eso.
Los poemas del disco están llenos de imágenes, es verdad, pero ¿cuál es la imagen del disco, cómo lo identificaríamos en las estanterías entre los éxitos de “Los 40 principales” de hoy y los saldos de “Los 40 principales” de ayer sin una imagen potente, sugerente, inequívoca, que lo singularice, que le ponga cara al disco y nos ayude a encontrarlo?
Ahí llegó una gran artista, Yuya, la autora de la hermosa portada del disco.
 
Javi, trabajando en el sonido. Antonio, viendo.

     Hay que decir, para ser justos, que en realidad no estamos asistiendo al lanzamiento del “primer disco” de Antonio García Teijeiro.
Muchos de vosotros ya sabéis que anda por ahí, circulando por el mundo de la poesía en gallego, un disco grabado a medias con Paco Ibáñez que se incluye en su antología “Un rato díxolle á lúa”, publicada por Xerais.
Por no hablar de otras grabaciones secretas, que sólo conoce su círculo más íntimo y noctámbulo, donde Antonio, con absoluto desparpajo y apasionamiento, se desmelena entonando y desentonando canciones y poemas propios y ajenos.

Pero este capítulo de la historia musical de Antonio es diferente.
“Surcos de luna y mar” no va a ser el único en su especie.
El poeta ya ha anunciado que va a ampliar su discografía sacando a la luz una segunda grabación con poemas en gallego.
El mundo del disco es así.
Te atrapa y, cuando te atrapa, el mundo del disco, como dice Enrique Santos Discépolo en su famoso tango, “yira... yira...”, y ya no se para jamás.