Páginas

sábado, 7 de mayo de 2011

Dos textos de O que ven os ollos dos nenos


Partiendo de una cita de Castelao ("No es cosa del otro mundo pintar lo que ven los ojos de los niños"), Antonio García Teijeiro crea en su libro O que ven os ollos dos nenos (Xerais, 2000), ilustrado por Fino Lorenzo, un mundo literario propio y muy personal, a medio camino entre la poesía y la prosa, que nos ofrece una visión de la realidad a través de los ojos de de varios niños y niñas que observan todo aquello que se despliega a su alrededor. En las palabras de estos personajes que todavía están descubriendo el mundo se entreve una realidad cruda y dura a la que estos niños y niñas hacen frente con la ayuda de la poesía y la esperanza inquebrantable de quienes saben encontrar la belleza incluso en los escenarios más sombríos. Rescatamos aquí dos textos de O que ven os ollos dos nenos, que hemos traducido al castellano. Para acceder a la versión original en gallego, podéis hacer click en la imagen que encontraréis más abajo.

La niña vio una paloma morada en el tejado.
Subió junto a ella.
La paloma tenía ceniza en su pico.
La niña acarició la cabecita del ave y ella batió sus alas.
No se movió.
¿Vendría de otras tierras?
Imposible. Una paloma...
Se acercó a ella. Olía a desierto.
La arena quemada.
La niña pensó en Abdel, su amigo saharaui.
Tembló. Sintió malos agüeros.
La paloma voló y dejó caer en el tejado la suciedad de la ceniza.
La niña se quedó cavilando.
Y fue entonces cuando se dijo a sí misma, tal vez para animarse, que una paloma negra no podía llegar hasta allí desde África.

ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO



El niño mira a lo lejos.
Un manto de niebla borra la ciudad.
Imagina que detrás están los ruidos de los coches, las humaredas de las fábricas, las sonrisas de las flores.
Él no sabe dónde se encuentra.
Quizás en el aula de cualquier escuela.
Quizás tras el cristal de un sueño o en la rama más alta de un árbol en el bosque.
No lo sabe pero está hechizado por el manto de niebla que no le permite ver más allá.
La niebla borró la ciudad.
¿O sería que, a lo mejor, nunca existió ciudad alguna detrás de aquel muro de ladrillo donde hacía unas horas no había más que basura?

ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO