Páginas

jueves, 19 de mayo de 2016

BREVE HISTORIA DE LAS RADIOS FRONTERIZAS

Recupero hoy para Versos e aloumiños un artículo que hace ya varios años publiqué en otro lugar y que se basa en mi lectura de Border Radio, un libro escrito por Gene Fowler y Bill Crawford que repasa la rocambolesca historia de las radios fronterizas que en los años 30 del siglo pasado operaron en los límites territoriales entre Estados Unidos y México, unas emisoras pintorescas que, al tiempo que ofrecían entretenimiento a millones de personas debido a su elevado número de vatios, eran también refugio de charlatanes que buscaban aprovecharse de su enorme audiencia de las maneras más audaces.

Hubo un tiempo, en los albores de la radio comercial, allá por finales de los años veinte y principios de los años treinta, en el que la legislación sobre la radiodifusión en Estados Unidos, México y Canadá no estaba tan definida como en nuestros días. Si bien el gobierno estadounidense estaba realizando intentos de controlar el caos de frecuencias radiofónicas, entonces imperante, a través de diversas leyes y propuestas de ley, el vacío legal era enorme al sur de la frontera. De ahí que varios empresarios estadounidenses, cansados del control gubernamental en su país, decidiesen establecerse al sur del Río Grande, creando emisoras de gran potencia que pudiesen escucharse a lo largo y ancho de los Estados Unidos.


El doctor Brinkley
Como se puede leer en Border Radio, estos empresarios pioneros eran mayoritariamente “charlatanes, cantantes de yodel, vendedores y futurólogos” que utilizaban las ondas hertzianas para anunciar todo tipo de tónicos, promociones y servicios médicos que hoy en día se encontrarían dentro de la más absoluta ilegalidad pero que por aquel entonces enriquecieron enormemente a sus artífices. Tal es el caso del Dr. John R. Brinkley, director de un hospital especializado en transplantes de testículos de cabra, operación que supuestamente proporcionaba mayor energía sexual al paciente. O el de Norman Baker, quien aseguraba haber encontrado una cura para el cáncer y que por un módico precio trataba en su hospital a cualquier paciente que se lo solicitase, incluso a varios que no sufrían la enfermedad. Todos ellos aprovechaban la descomunal potencia de estas emisoras fronterizas, que utilizaban frecuencias de hasta 500.000 vatios en un momento en el que las radios más potentes de Estados Unidos emitían a un máximo de diez mil o cincuenta mil. Así, estas emisoras situadas al sur de la frontera llegaban a escucharse no sólo en Estados Unidos y Canadá, sino también en partes de Europa y Asia. Como se puede ver, radios como XERA o XET constituyen lo más cercano a nuestra actual internet que existía en la época.


"Pappy" O'Daniel
El fenómeno de las emisoras fronterizas resulta de enorme interés para el desarrollo de varios estilos musicales, y especialmente de la música country, por cuanto algunos de los mejores cantantes del género en los años treinta, desde la Carter Family a Cowboy Slim Rinehart, llegaron a tener sus propios programas en la frontera, aprovechando las grandes posibilidades que estas radios ofrecían. Una de las personalidades country que más rentabilizaron la capacidad comunicativa de estos gigantes de las ondas fue W. Lee “Pappy” O’Daniel, un empresario dedicado a la harina que pronto descubrió sus dotes para hablar a través de un micrófono. Además de cruzarse con Bob Wills y Milton Brown en los inicios de las carreras de estos dos grandes del western swing (una muy atractiva mezcla de country y jazz que causó furor en los años 30 y 40), Pappy fundó un grupo country llamado los Hillbilly Boys, y gracias a la popularidad de sus emisiones accedió al puesto de gobernador del estado de Tejas y no tardó mucho en ocupar un escaño en el Senado de los Estados Unidos.


El "buen vecino" Paul Kallinger
Otro de estos pintorescos empresarios que utilizaron la potencia de las emisoras fronterizas fue Paul Kallinger. Se presentaba ante su audiencia como “your good neighbor along the way”, el buen vecino que todo el mundo quisiera tener, pero sin duda no demostró sus dotes de buen vecino (ni su olfato para el talento musical), pues en cierta ocasión denegó al mismísimo Elvis Presley una entrevista en uno de sus programas por considerar que su música no era lo suficientemente country. Sin duda, en un momento en el que la radio comercial abrazaba con reservas el country, el papel desempeñado por estas emisoras fronterizas en la popularización del género no debe ser obviado. No en vano, Webb Pierce, uno de los artistas country más importantes y populares en los años 50, dijo en una ocasión que la historia de esta música no habría sido igual sin la presencia de estas border stations. Tras la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de los intentos de los Gobiernos mexicano y estadounidense por legislar de manera más severa para acabar con este tipo de emisoras, las radios fronterizas no desaparecieron, y a principios de los sesenta, figuras legendarias como Wolfman Jack las mantuvieron en el aire.


Wolfman Jack, pirata de las ondas en los sesenta

En suma, Border Radio es un libro verdaderamente recomendable, fruto de un ingente trabajo de investigación muy serio y bien realizado. Pero además, es también un libro de agradable lectura que nos introduce en un mundo pintoresco y muy interesante que sería impensable en estos años de cable y televisión digital. Por la especificidad de su tema, dudo que llegue a publicarse en castellano, pero quien tenga la oportunidad de encontrarlo en internet o en alguna librería española que venda libros en inglés, no debe dejar de leerlo.

                                                     ANTÓN GARCÍA-FERNÁNDEZ


La emisora XERA, en Del Rio, Tejas, con sus descomunales antenas de 500.000 vatios