Alejandro Martínez Gómez, Dubi, na actualidade. |
Abrir camiños aos meus alumnos. Velaquí unha teima
miña.
Intentar que valorasen
a capacidade da literatura para enriquecer, en boa medida, o seu discorrer polo
mundo que xa estaba a axexalos.
Facerlles comprender,
paseniño, que as artes son unha clara oposición ao termo útil, sempre vencellado
ao que ten que ser lucrativo.
Insistir en que a
lectura axuda a que as nosas vidas se enriquezan, fronte ao empobrecemento dos
que lle dan as costas.
Animalos a escribir
para completar ese binomio esencial lectura-escritura que tanto favorece
o desenvolvemento persoal dos individuos.
Axudar a que pensen,
debatan, reflexionen… a partir das historias e do carácter dos personaxes que
as habitan.
Facelos conscientes de
que o seu mundo é moi limitado e que a literatura axuda, en boa medida, a vivir
outras realidades ben diferentes, co que as súas expectativas se abren e permiten albiscar novos horizontes, non resulta doado.
Podería seguir,
pero…para que?
Estes son algúns dos
meus esforzos, ao longo da miña vida pedagóxica que, con erros, pasos adiante e
atrás, dúbidas etc. fun desenvolvendo nas aulas.
Eu non sei se a Alejandro Martínez Gómez, Dubi,
lle salpicou algo do que acabo de dicir. Non o sei. Tampouco non llo vou
preguntar.
Pero Alejandro Martínez Gómez, alumno meu
hai ben anos, ten un pouso cultural e creativo amplos. Ben sei que na súa casa
iso da creatividade era un hábito. E ben sei da capacidade de recrear todo
aquilo que se lles poñía (e segue a poñérselles) por diante.
O certo é que, con influencia miña ou sen ela, Alejandro Martínez escribe de
marabilla. Ademais, apaixonado da fotografía, é quen de facer fotos tan
extraordinarias como a que podemos ver acompañando o seu texto.
Retrato de Dubi, debuxado polo seu pai, un verdadeiro artista.(1988) |
E un séntese moi feliz
cando ve que alguén que me soportou durante tres anos, converteuse, co tempo,
nunha persoa cabal, sensata, cargada de inquedanzas.
Así é Alejandro. Así é Dubi. Un artista. Mantén varios blogs, algún relacionado cos seus
irmáns, un seu e outro, de corte deportivo, para o seu fillo Nicolás.
E, en todos, o gusto
pola fotografía e mais pola palabra literaria resulta evidente.
Por iso, non dubidei en
pedirlle texto e imaxes para Versos e aloumiños.
Dubi
amosouse encantado (envioume dúas) e quen isto escribe, moito máis ca el. Esta
é a primeira colaboración. A segunda, dentro dun tempo.
Parabéns, meu amigo.
Antes de nada, podedes escoitar a canción de Kiko Veneno neste vídeo no que canta "La paloma supermana", canción que serviu de inspiración ao autor para escribir este magnífico relato.
LA PALOMA SUPERMANA
Una chocante introducción
El hombre del tiempo sin duda había acertado cuando
pronosticó que aquella mañana de finales de noviembre correría una brisa
desagradablemente gélida en la ciudad de Vigo. Sin embargo, no fue ningún fenómeno
meteorológico lo que acabó por helar la sangre al Teniente de Policía Demetrio
Sisgardo. Tampoco lo fue el hecho de presenciar la escena en la que Dña. Paloma
Arrigorrieta –Cajera de supermercado en paro, cuarenta y cinco años de edad,
ochenta y siete kilos y medio de peso- contra quién pesaba una orden judicial
de desahucio, perdía los nervios en el portal de su casa y después de un tenso
forcejeo con la agente de Policía Covadonga Gálvez, se abalanzaba sobre ella
mordiéndole un moflete y acto seguido la derribaba de un golpe seco como si se
tratase de un vulgar saco de arena. El teniente no llegó a impresionarse
demasiado ni siquiera cuando, después de levantarse del suelo ambas mujeres, le
pareció distinguir que aquella histérica señora sostenía en sus manos un objeto
que, desde donde él estaba, parecía sospechosamente una Heckler & Koch
USP reglamentaria. El fenómeno que de manera concreta y definitiva acabó, esta
vez sí, dejándolo patidifuso fue contemplar como la bala que inesperadamente escupió
aquel revólver, después de rebotar en el marco del portal, se llevaba por
delante el lóbulo de la oreja izquierda de la agente de Policía y cruzaba
sibilante la calle pasando a un palmo de sus narices. El ensangrentado
proyectil, que estalló los parabrisas de todos los automóviles que se
interpusieron en su camino, acabó por incrustarse estrepitosamente en la enorme
luna blindada de la sucursal del Banco Santander ubicado frente al número 163
de la calle Sanjurjo Badía.
Un rápido esbozo de los personajes
El tenso silencio que se produjo inmediatamente después
de aquel episodio abrió un paréntesis de unos pocos segundos durante el cual
las cabezas de cada uno de los presentes repasaron a su manera el
acontecimiento intentando encontrarle algún sentido:
·
Paloma Arrigorrieta se miró las manos con ojos desorbitados mientras asimilaba torpemente que
el ruido que acaba de reventarle los tímpanos y el humo que salía de aquel
negro artefacto que colgaba de su dedo índice eran resultado de la misma
acción. No recordaba exactamente como había llegado a su poder aquella pistola,
ni por qué se había disparado, pero algo le decía que la refriega que había
mantenido con la malencarada agente de policía podía tener algún tipo de
relación. Aprovechando la confusión del momento arrojó el arma al suelo, se
introdujo en el portal, cerró la puerta y corrió escaleras arriba a encerrarse
en el piso que el Banco le reclamaba.
·
Amalia Becker, al frente del pequeño grupo de activistas de la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca, intentaba recordar una a una las palabras exactas del mensaje
claro, rotundo e inequívoco que creía haber transmitido a la afectada por si se
había equivocado en algo: “Nuestra
estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Repitió
mentalmente aquellas dos palabras clave una y otra vez como si con ello fuera a
conseguir borrar de su mente lo sucedido. No le cabía duda de que ella lo había
explicado bien. Mientras pensaba esto hizo un rápido recuento en el que
comprobó con alivio que el disparo no se había cobrado ninguna víctima entre la
nutrida peña de manifestantes que había conseguido convocar delante del
edificio para evitar el desahucio.
·
Ismael Serrano, Secretario Judicial encargado de ejecutar la orden, se levantó del suelo
todavía aturdido y se sacudió con las manos el polvo del traje oscuro que con
cariño le había elegido su mujer aquella mañana. Después, mientras recogía y
ordenaba los papeles que en el tumulto habían volado esparciéndose
desordenadamente por el suelo, se planteó mentalmente tres cuestiones para las
que no encontró respuesta adecuada:
1. ¿Por qué demonios se le había ocurrido entrometerse en aquel rifirrafe
entre la imprudente agente de policía y la vecina esquizofrénica?
2. ¿Por qué demonios no se había presentado todavía el maldito procurador de
la entidad bancaria si tanto interés tenía en recuperar el piso?
3. ¿Por qué demonios le había hecho caso a su padre y había sacrificado cinco
años de su vida preparando aquellas oposiciones a la Administración de Justicia?
·
La agente Covadonga, con la rodilla en el suelo y
un intenso calor en la mejilla, intentaba atajar con la mano la hemorragia de
su oreja izquierda. Se levantó y comprobó con amargura que la vergüenza de
haber visto como le arrebataban su arma reglamentaria y el dolor físico que
sufría por la pérdida del pequeño trozo de apéndice auditivo no eran lo peor de
la situación. Todo aquello no era más que una tontería sin importancia si se
comparaba con el desconsuelo de saber que con el trozo de cartílago mutilado
había volado también uno de los valiosos pendientes de oro y brillantes que le
había regalado su marido la mismísima víspera. La mitad de su valioso regalo de
aniversario se había ido a freír espárragos de un balazo a las primeras de
cambio. Miró hacia su agresora con odio y vio como ésta arrojaba su Heckler
& Koch USP
al suelo antes de escabullirse cobardemente escaleras
arriba para encerrarse en su piso.
·
Por su parte, El teniente Demetrio Sisgardo, ya
con el rostro desencajado y bizqueando de manera ostensible, miró hacia todos
los lados para hacerse una idea de cuál era la dimensión del asunto que tenía
entre manos. No le gustó nada lo que percibió. Consciente de que sobre sus
hombros iba a descansar a partir de aquel momento la responsabilidad de que
nadie leyese la palaba “Muertos” en las portadas de los periódicos del día
siguiente, emitió un profundo respingo, se llevó las manos a la pistolera y
gritó: “¡TODO EL MUNDO AL SUELO!”.
Una absurda trama paralela
¡TODO EL MUNDO AL SUELO! ¡ESTO ES UN ATRACO! Había vociferado también Héctor Marlengo, “El Pili” para los amigos, apuntando nervioso con su pistola
hacia el techo de la sucursal sólo dos minutos antes de verse sobresaltado por
una sorda detonación en la calle y el inmediato estruendo de una bala
incrustándose en la luna de la oficina. Los pocos empleados y clientes del
Banco de Santander que hasta ese momento habían conseguido mantener cierta
calma la perdieron de manera súbita. Como también la perdió Avelino
Rickenback, procurador de Banca que sólo había entrado a saludar al
director de la sucursal aprovechando que pocos minutos después tendría que
participar en la ejecución de un desahucio justo en el edificio de enfrente.
Sin comerlo ni beberlo se había visto con una pistola en la sien pero,
conociendo bien el barrio de Teis, había supuesto que no se trataría más que de
un simple ratero con un arma de juguete. El atraco seguiría el curso
reglamentario: aquel perroflauta se haría con un par de fajos de billetes de la
caja, cuatro o cinco billeteras y un par de relojes sin mucho valor de los
clientes que yacían aterrorizados en el suelo y después huiría sin hacer daño a
nadie. El pan nuestro de cada día. Sin embargo, El estrépito que produjo el
impacto de bala sobre el ventanal modificó por completo el escenario que había
construido mentalmente. El arma era de verdad y el atracador tenía compinches
en el exterior. Pero, ¿Por qué habían disparado los de afuera? ¿Es que se
habían vuelto locos? ¿O es que alguien había intentado huir y se lo habían
cargado de un tiro? Tenía que haber sido eso. Después recordó el asunto que lo
había llevado allí y se dio cuenta de que como era habitual el Secretario
Judicial acudiría acompañado de una pareja de policías. O sea que pronto
llegarían las fuerzas del orden. Si es que no lo habían hecho ya. Se aferró con
fuerza a este último pensamiento para olvidar el frío metal que sentía en su
sien y consiguió relajarse un poco.
Quién no se había relajado en absoluto era El Pili
que, además de ser consciente de que estaba absolutamente solo en aquello,
acababa de echar un ojo hacia el exterior entre las cortinillas y había
distinguido a la perfección los uniformes de la Policía. Se arrojó bruscamente
al suelo de un salto arrastrando con él al procurador. ¿Cómo era posible que se
hubiesen enterado tan rápido los maderos? No habían pasado ni dos minutos. ¿Y,
además, por qué coño habían disparado? ¿Es que se habían vuelto locos? No tenía
mucha experiencia en este tipo situaciones pero le pareció que la actuación
policial estaba saliéndose un poco de madre. ¡Qué nadie mueva un pelo! ¿Entendido? ¡O aprieto el gatillo! Gritó
mientras se arrastraba como podía hacia detrás de una mesa. Pero el grito era
innecesario puesto que todo el mundo había presentido ya que el tema de los
gatillos iba a estar un poco distendido aquella mañana. Por la cuenta que les
traía, desde luego, allí no iba a mover un pelo absolutamente nadie. El Pili, desde el suelo, intentó atar
cabos. Llevaba más o menos media hora dentro de la oficina. Había fingido que
aguardaba su turno sentado en una butaca mientras leía una revista a la espera
de que la oficina se despejara de gente. Durante ese tiempo había meditado
mucho sobre como iba a actuar y le había servido para darse cuenta de que no
había traído una miserable bolsa donde cargar el botín. Por lo demás, todo
había parecido ir bien. Entonces había entrado aquel idiota con el sobre
acolchado y sospechó que podría haber mucha pasta en juego. Fue entonces cuando
puso en marcha el procedimiento reglamentario: además de aquel sobre, se haría
con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco billeteras y un par
de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían aterrorizados en el suelo
y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro de cada día. Entonces,
¿Qué es lo que había salido mal? Acaso algún cajero había sospechado algo y
había avisado a la policía. O lo había hecho alguno de los clientes que habían
dejado la oficina antes de dar el golpe. Pero cómo podían haber conocido sus
intenciones. Era la tercera vez aquel mes que atracaba la misma oficina pero
con aquel enorme bigote era impensable que alguien hubiera podido reconocerlo.
Y además era imposible que nadie hubiese visto la pistola que iba perfectamente
oculta en el interior de su chaqueta. No tenía ningún sentido nada de lo que
había ocurrido. Pero si había un hecho que no admitía discusión era que la
Policía estaba fuera, que estaba armada y que no tendrían reparos en volver a
disparar a dar si les ofrecía la más mínima oportunidad. Así que echando mano a
su bolsillo y haciendo cuentas con el tacto sacó seis balas que introdujo con
torpeza en la recámara de su revólver. Nunca había pensado que llegaría el día
en que tendría que usarlas pero después del frío análisis de la situación que
acababa de hacer tuvo que admitir que en esta ocasión era absolutamente
necesario estar preparado para cualquier tipo de contingencia. Por fin había
llegado la hora de hacer honor a su mote.
Un par de acciones al borde del desenlace
Desde detrás del visillo de la ventana de la cocina
Paloma Arrigorrieta pudo comprobar con estupor el significado exacto de la
frase “la he liado parda”. “Nuestra
estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Tenía
narices. Había tenido la intención de que fuera así, pero en el momento en que
aquella hosca agente de policía le había ordenado que entregase las llaves del
piso, había perdido completamente los nervios. En fin, a lo hecho pecho. La
cuestión era: ¿Ahora qué? ¿Cómo podría salir de aquella? No tenía mucho tiempo
para pensar, pero estaba claro que algo debía hacer. La situación era límite:
Había arrebatado el arma a una agente de la ley y había disparado contra ella.
Aunque lo merecía, no creía que la hubiera matado pero, aún así, era bastante evidente
que el desahucio había pasado a ser un problema de segundo orden. Además
–concluyó con bastante acierto-en cualquier caso ahora tenía la garantía de que
podría dormir bajo techo durante los próximos cuatro años y un día como mínimo.
Así que dando un par de vueltas a todas las posibilidades que se le ofrecían
recordó aquellos otros dramáticos casos. Casos de gente desesperada que se
había arrojado desde sus pisos en un acto de autoinmolación y protesta contra
la injusta política económica, judicial y bancaria de este puñetero país. Lo
vio claro. No entraba en sus planes quitarse la vida. No era ese su estilo. Sin
embargo, quizás si se subía al balcón y fingía que pretendía arrojarse a la vía
pública sería más fácil demostrar el enajenamiento mental que debería alegar en
su defensa en un futuro no muy lejano. Tendría que parecer una mujer
completamente perturbada, y de esa manera, si lo hacía bien, si creían que
realmente tenía la intención de saltar, sería mucho más fácil que cualquier
juez considerase su trastornado estado emocional de aquella mañana como un
atenuante. Era cierto, pensó, que viviendo en un primer piso no se podía estar
absolutamente seguro que la caída fuese mortal de necesidad pero como la
situación no llegaría a producirse tampoco le dio muchas más vueltas. Abrió la
puerta del balcón, se asió fuertemente con una mano a la canaleta y, con ayuda
de una banqueta, se puso de pie sobre la barandilla del balcón. Abajo el
teniente Demetrio Sisgardo mantenía con su pistola en lo alto a todo el mundo
tirado en el suelo.
El Pili, dentro de la sucursal y sin dejar de encañonar en ningún
momento a Avelino Rickenback, llegó a la conclusión de que debería ser él quien
tomase la iniciativa. No podía dar tiempo a la policía para planificar una
acción de rescate en la que el último y único perjudicado sería él. Tenía que
jugársela a todo o nada. No iba a haber medias tintas aquella mañana: o
conseguía escapar (posibilidad que se le antojaba bastante difícil) o pronto le
tomarían medidas para un traje de madera. Así que decidió seguir adelante con
el atraco. Y ya de morir que fuese por una buena causa. O por un buen pellizco.
Echó cuentas del número de personas que había dentro: Dos cajeros, el director,
siete clientes y el hombre del sobre al que seguía encañonando. El sobre. Lo
había olvidado. Miró a los ojos a Avelino y después al enorme sobre marrón con
el logotipo del Banco de Santander y éste entendió. -“No hay nada de valor,
sólo son papeles”. Como El Pili
arqueaba una ceja se lo entregó. Con unos movimientos de pistola ordenó a
Avelino que se tirase al suelo como los demás, y se dirigió a las cajas sin
abrirlo todavía. Allí se llevó la primera sorpresa agradable de la mañana:
cuatro enormes fajos de billetes de quinientos euros descansaban sobre el
mostrador de la segunda caja. Casi le da un infarto. Con aquel dinero no
necesitaba nada más. ¿Cuánto sumarían aquellos billetes? Calculó por encima.
Cinco por cinco veinticinco y le añadimos tres ceros… joder, unos veinticinco
mil pavos por fajo. Cuatro por cinco: veinte, nos llevamos dos; Cuatro por dos:
ocho, más las dos que nos llevábamos: diez. Casi se desmaya: ¡Eran cien mil
euros! Echó una mirada escudriñadora entre los clientes pero le fue imposible
reconocer a ningún político del PP. Miró lo que llevaba en las manos ¿Qué coño
habría en el sobre acolchado? Sobre el mismo mostrador lo abrió y comprobó que
el procurador no le había engañado. No había más sorpresas agradables. Tan solo
eran papeles. Los tiró a la papelera e introdujo de manera ordenada los cuatro
fajos de billetes. Volvió a cerrar el sobre. Estaba preparado para dar el paso.
Ordenó a todo el mundo que se levantase y se dirigiese a la puerta de salida
del banco. Allí explicó lo que debían hacer si no querían recibir un balazo. En
cuanto él lo ordenase todo el mundo saldría corriendo en distintas direcciones.
De esa manera, en medio de la confusión, él podría tener una opción de escapar.
La
agente Covadonga había conseguido finalmente frenar la hemorragia gracias a un
aparatoso apósito y unas cuantas nubes de algodón que le hicieron llegar desde
la farmacia de la esquina. Su cabeza seguía dando vueltas al asunto del
pendiente. Con la borrachera de la noche había dormido con ellos y aquella
mañana había olvidado por completo que los llevaba puestos. No había tenido
ocasión de comprobar por el extracto bancario la cantidad de dinero invertida
por su marido en aquellas joyas. Pero por la cara que había puesto cuando
recibió la fea corbata de lunares verdes que le había comprado ella supuso que
era una cantidad bastante elevada. ¿Seguiría entero el pendiente? Volvió al
lugar donde se había producido el impacto y comprobó como en el suelo permanecían
los pequeños charcos de sangre que había manado de su herida. Su arma también
seguía descansando en el suelo en el mismo sitio que la había tirado aquella
salvaje. La cogió y la devolvió a su cartuchera. Pero allí no había ni rastro
de su zarcillo. Siguió atentamente la trayectoria que había efectuado el
proyectil desde donde ella estaba hasta impactar sobre el cristal del banco.
Escudriñó cuidadosamente el radio de acción en el que consideró que podría
haber caído pero no vio ni la más mínima señal. De repente cuando ya estaba al
lado del ventanal de la sucursal lo vio a él: Era negro y caminaba con orgullo.
Sin embargo había algo que resultaba un tanto extraño en aquel pichón. De su
pico, ensangrentado, sobresalía un pequeño trozo de oreja humana con un
precioso pendiente de oro y brillantes.
Por fin, un caótico desenlace
La cronológica sucesión de los dramáticos eventos
acaecidos durante cuatro segundos de aquella mañana frente al número 163 de la
viguesa calle Sanjurjo Badía podría desgranarse de la siguiente manera:
10:42:33 - Diez horas. Cuarenta y
dos minutos. Treinta y tres segundos
– Paloma Arrigorrieta desde el balcón de su casa comienza
a anunciar a voz en grito que si no se retiran la policía y el agente judicial
y se anula de manera inmediata la orden de desahucio de su piso se arrojará al
vacío.
– El Pili da un
grito con el que ordena a todos los rehenes que salgan corriendo inmediatamente
por la puerta del banco si no quieren recibir un balazo por la espalda.
– La agente Covadonga, agachada, hace sigilosos ademanes
de atrapar con sus manos a la paloma justo en el momento en que ésta, asustada
por las voces, despliega sus alas y comienza a elevase en el aire.
– La frecuencia acústica del alarido que llega desde el
balcón atraviesa la cavidad timpánica del oído derecho del teniente Demetrio
Sisgardo en el mismo momento en que las ondas sonoras del grito de El Pili activan el martillo de su oído
izquierdo. Este golpea al yunque y este, inmediatamente, al estribo. El
teniente continúa de pie y con su arma apuntando al cielo.
– Ismael Serrano, el Secretario Judicial, tumbado en el
suelo y desconcertado por los gritos intenta buscar una explicación en la cara
del Teniente. Descubrir que este tiene una cada vez una bizquera más ostensible
le produce un enorme desasosiego. Se desmaya.
10:42:34 - Diez horas. Cuarenta y
dos minutos. Treinta y cuatro segundos
– La agente Covadonga en un acto reflejo, previendo que
si no hace algo perderá para siempre su pendiente, extrae su revólver de la
cartuchera y cerrando el ojo derecho apunta durante unas décimas de segundo
hacia la trayectoria del vuelo de la paloma, que en un concreto punto
intermedio viene a coincidir de manera absolutamente exacta con el balcón del
primer piso.
– Paloma Arrigorrieta, subida a la barandilla, interrumpe
sus berridos y empieza a no entender nada cuando ve que de la puerta del Banco
de Santander salen una docena de personas gritando como poseídas y corriendo
cada una de ellas en distintas direcciones.
– Amalia Becker, que con el resto de manifestantes de la
PAH permanece todavía en el suelo, observa como la demente policía de la oreja
mutilada está apuntando con su arma hacia el balcón donde está su protegida
mientras puede leer en sus labios la inequívoca frase: “¡Paloma, hija de la
gran puta!”.
– El Pili,
cegado por el sol, con el sobre con el dinero debajo de una axila y el revólver
en una mano, tropieza con uno de sus asustados rehenes que huye despavorido y
se dirige corriendo de manera aturdida hacia el punto donde se encuentran los
manifestantes de la PAH.
10:42:35 - Diez horas. Cuarenta y
dos minutos. Treinta y cinco segundos
– Amalia Becker intenta evitar la tragedia abalanzándose
sobre la agente Covadonga.
– La agente Covadonga se tambalea y aprieta el gatillo
mientras cae al suelo.
– La Paloma dispara un líquido proyectil con mejor
puntería que nadie y escapa volando tranquilamente hacia lo alto de los
edificios.
– La bala disparada por la agente rebota en una de las
paredes del edificio y se incrusta en la barandilla del balcón justo bajo los
pies de Paloma Arrigorrieta.
– El Pili se
sobresalta con el disparo y aprieta sin querer el gatillo de su revólver.
– Su bala se incrusta en la luna del Banco de Santander
no sin antes haber volado el lóbulo de la oreja derecha de la agente Covadonga.
– Avelino Rickenback escucha los disparos, y cree que son
los imaginarios compinches de El Pili.
Se desmaya.
– Ismael Serrano, todavía inerte, comienza un agradable
sueño en el que se ve vestido con mallas blancas y baila de puntillas música de
Strauss sobre un escenario de Paris.
–Paloma Arrigorrieta pierde el equilibrio e inicia una
caída al vacío durante la cual, por décimas de segundo, le parece entrever que
justo debajo de ella se encuentra alguien que –si no fuera por el enorme bigote
negro- juraría que es el famoso atracador de supermercados Héctor Marlego más
conocido como “El Piligroso”. Cierra los ojos.
– El teniente Sisgardo continúa inmóvil con su arma
apuntando al cielo. No es fácil decir hacia donde está mirando exactamente.
Puede que aquí. Puede que allá.
10:42:36 - Diez horas. Cuarenta y
dos minutos. Treinta y seis segundos
–El Pili puede
comprobar sobre sus hombros los efectos que produce la ley de la gravedad
cuando lo que cae es un cuerpo de ochenta y siete kilos y medio de peso del
sexo femenino. Momentáneamente pierde el sentido.
–Paloma Arrigorrieta abre los ojos y respira aliviada al
comprobar que ha caído sobre blando y no se ha producido daño alguno. En el
suelo, a su lado, puede distinguir perfectamente su nombre escrito encima de un
sobre acolchado del que sobresalen unos papelitos morados. Como es lógico,
entiende que si pone su nombre es que es suyo.
– El Teniente Sisgardo con un ojo mirando para Logroño y
otro para Lisboa decide poner fin a aquella locura. Acciona el dedo sobre el
gatillo y dispara al aire mientras grita por segunda vez aquella mañana: ¡TODO
EL MUNDO AL SUELO!
Un breve colofón
Hagan algo por El Pili, que está mucho peor- Contestó Paloma al enfermero que pretendía atenderla. Miró hacia donde
hacía breves instantes yacía el desgraciado ratero, pero allí ya no había
absolutamente nadie. Doblando la esquina que daba al callejón le pareció ver
como desaparecía su sombra. Pero las cosas estaban bien como estaban. Así que,
acariciando el sobre que guardaba en el bolsillo, decidió que no tenía mucho
sentido decírselo a nadie.
El procurador Avelino Rickenback, recuperado de su
desmayo, se acercó a ella y le explicó que se había extraviado el sobre en
donde portaba la providencia por la que el piso pasaba a manos del banco. En
cualquier caso, tendría una semana para liquidar la hipoteca con la entidad
bancaria o volverían a verse las caras. Le respondió con una sonrisa. No debía
preocuparse. El próximo martes se las verían. Tenía pensado ir a arreglar
cuentas.
El Teniente Sisgardo fumaba un pitillo sentado sobre el
capó de su coche. Tenía los ojos en su sitio. Había sido una dura mañana. Pensó
en la pobre agente Covadonga a la que habían tenido que llevar en ambulancia
con un ataque de nervios. Y después en el pobre Secretario Judicial que parecía
haber perdido el sentido y no paraba de dar saltitos de ballet. La verdad es
que las cosas se habían torcido increíblemente y pasarían un par de días hasta
que los hechos se aclarasen del todo. Pero él podía estar orgulloso. Se había
propuesto algo cuando todo había comenzado. Y lo había conseguido: cero
víctimas mortales.
Un epílogo con cierta base científica
Es un principio fuera de toda discusión que la
resistencia del aire viene a ser proporcional a la velocidad a la que se mueva
el cuerpo que se enfrente a ella. Es decir, cuanto mayor sea la velocidad a la
que cae un objeto, más resistencia del aire se encontrará. De esta manera,
puestas en juego la fuerza de la gravedad y la fuerza de la resistencia del
aire sobre un objeto arrojado en caída libre, llegará un momento en que ambas
se igualen y se alcance lo que científicamente se denomina “velocidad límite”;
una velocidad constante de caída que para todo cuerpo dependerá, como es
lógico, de su masa, su densidad y también, no cabe duda, de su coeficiente
aerodinámico. Pongamos el caso de una bala de pocos gramos disparada de manera
perfectamente vertical hacia el cielo: Una vez alcanzada su trayectoria
ascendente máxima, comenzará a caer llegando a alcanzar una velocidad límite de
unos ciento sesenta kilómetros por hora, no mucho más. Si un humano, por
desgraciada casualidad, recibiese el impacto de dicha bala no sufriría daños de
más entidad que un buen chichón, con brecha y conmoción incluidas, pero difícilmente
llegaría a resultarle mortal puesto que en ningún caso le atravesaría los
huesos del cráneo. No existe físico ni matemático, por poco experto en
balística que sea, que permanezca ajeno a la contrastada realidad de esta
teoría que se acaba de explicar.
Quien sí era completamente ajena a estas científicas
reflexiones era la hermosa paloma negra que quince minutos después del
incidente sobrevolaba los tejados del barrio de Teis portando un lóbulo de
oreja humana en el pico. En aquel mismo instante un pequeño proyectil de plomo
que caía a la exacta y constante velocidad límite de ciento sesenta y tres
kilómetros por hora impactó súbitamente en su cabeza y la derribó haciéndola
aterrizar bruscamente sobre el adoquinado pavimento de un apartado callejón. La
desgraciada ave, mortalmente herida pero todavía consciente, dispuso antes de
exhalar su último suspiro de unos breves instantes de lucidez durante los
cuales pudo observar con claridad el rostro de Héctor Marlengo, más conocido
como El Pili, que con mirada
codiciosa y cuerpo dolorido calculaba a ojo de buen cubero que por aquel
precioso pendiente de oro y brillantes que le había llovido del cielo se
podrían sacar, si se contaba con los contactos adecuados, no menos de dos mil
pavos.
La paloma supermana |
(Fotografía de Alejandro Martínez, Dubi)